En política hay muchas formas de llamar la atención.
Hay discursos, proclamas, mensajes escritos, panfletos; extremos terroristas y hasta terroríficos, como veremos delante, pero quizá el más excesivo de todos –por la visibilidad de su pública agonía– es cuando un hombre se inmola mediante el fuego.
El suicidio “bonzo” (como se llama a los monjes budistas en Indochina), como le han llamado algunos, recuerda a aquel budista vietnamita Thich Quang Duc, quien el 11 de junio de 1963, se roció de combustible y se incineró hasta la muerte y la ceniza en una calle de Saigón como protesta por la guerra en Vietnam. De eso ya se van a cumplir 61 años y –comentario aparte— el testimonio gráfico de Malcolm Browne, fotógrafo del New York Times, sigue siendo materia de discusión en el mundo de la información.
–¿Frente a un hombre en llamas el reportero gráfico debe tomar la fotografía o auxiliar al suicida?
La respuesta –más allá del espléndido ensayo de Susan Sontag, “El dolor de los demás– la dio la Universidad de Columbia con la entrega del premio Pulitzer a Browne.
En ese tiempo –como ahora–, las llamas aseguraban trascendencia en el reconocimiento periodístico, tal sucedería también con la conmovedora y telúrica fotografía de Nick Ut de la niña Kim Puck, despavorida y desnuda en fuga del ataque de napalm a la aldea de Trang Bang. La niña sobrevivió.
El registro grafico de esas tragedias marcó para siempre una discusión sobre la ética periodística cuyo equivalente actual ha sido la célebre imagen del niño famélico en Sudán, cuya desmayada desnutrición preludia su muerte mientras a unos cuantos metros un buitre acecha.
Esta fotografía, por cierto, utilizada como forzada referencia por el señor presidente de México para denostar al periodismo “zopilotero”, según él, fue lograda –con un enorme talento periodístico, digo yo–, por el fotógrafo sudafricano Kevin Carter, quien acabó sus días por mano propia. Su suicidio no se originó por remordimiento a causa la imagen exaltada también con el Pulitzer. El niño sobrevivió y Carter se cansó de aclararlo. Él no lo dejó morir.
En los albores de la Primavera de Praga, el mundo se sacudió con la noticia de un joven estudiante llamado Jan Palach quien a espaldas de San Wenceslao se inmoló –1969—como protesta por la ocupación soviética.
De este hecho no se conocen registros fílmicos o fotográficos más allá de la recreación cinematográfica inspirada en su muerte. Todo fue confiscado por los rusos.
En nuestros días otra inmolación ha sacudido la conciencia de miles de personas.
En este caso no fue un monje ni un estudiante patriota. Fue un soldado del ejército de los Estados Unidos, quien protestó contra su bandera y se quitó la vida como repudio al respaldo americano al genocidio en Palestina, como calificó al actual despliegue bélico israelita en Gaza.
Así se publicó:
“Aaron Bushnell, un soldado en activo del Ejército de Estados Unidos se prendió fuego frente a la embajada de Israel en Washington, en protesta porque acusó al gobierno de su país de ser cómplice del “genocidio” que se lleva a cabo en la Franja de Gaza ante la intervención armada israelita”.
Bushnell tenía 25 años de edad. El conflicto interminable en Palestina, algo más.
SALINAS
El presidente le ofreció (como a ningún deudor fiscal de a pie), una quita de 8 mil millones de pesos a Ricardo Salinas Pliego en su deuda fiscal (ningún deudor fiscal de a pie tiene 8 mil millones de pesos como un tercio de su deuda). El empresario la rechazó.
Aquí hay dos preguntas:
–¿Por qué la desdeñó?
Y lo más importante, ¿por qué el presidente le ofreció públicamente esa abundante disminución?
Parece un intercambio de valores entendidos.
La confianza de RSP no podría darse sin algo para proteger su desafiante conducta. ¿Qué sabrá?