Dicen algunos físicos: el material conocido con mayor dureza es el diamante. Hay quien dice lo mismo del acero sideral de los meteoritos. Pero la “pasta nuclear en el interior de las estrellas de neutrones supera en cien billones de veces la resistencia de todo lo conocido. Pero yo no lo creo.
Lo más resistente en el universo es –como la estupidez –, la paciente resignación del pueblo mexicano, cuya cerviz se mantiene gacha aún en momentos de intolerable adversidad para otros.
Pongamos un caso muy de estos días: el desastre del transporte en la ciudad de México, cuya columna vertebral es el Metro. La responsable final de su (mala) operación con incendios, derrumbes mortales e inundaciones, Hoy recorre el país como predicadora de la “buena nueva” (ya ni tan nueva, ni tan buena), la Cuarta Transformación, sin nadie para preguntarle siquiera por las ruinas dejadas atrás.
Nunca su cauda de tragedias ha frenado su ascenso. La protección de su patrono, la hace invulnerable.
Ni los muertos del colegio Rébsamen en Tlalpan cuando ella era delegada, ni las víctimas del tres de mayo en el derrumbe de del Metro en Tláhuac, menos los incumplimientos en la atención de los damnificados sísmicos; tampoco la insuficiencia hidráulica en la capital o la contaminación inevitable, en fin, defectos de gobierno suficientes en cualquier parte para por lo menos llamarla a cuentas y exigir explicaciones satisfactorias. Nada.
Nunca su protector la dejó descubierta. La cuido como si fuera la niña de su ojo (izquierdo) y con su manto logró la pasiva amnesia colectiva.
A nadie le motivan las actuales condiciones de la ciudad, agudizadas ahora en la temporada comercial y de vacaciones para protestar.
¿Tres líneas del STC parcialmente cerradas? Bueno, ya las abrirán.
Tampoco les hace mella el cierre de la babilónica Pantitlán. A todo se acostumbran los pacientes tenochcas y sus vecinos texcocanos o chalquenses, cuyos desplazamientos del oriente al poniente del Valle resultan fatigosos, costosos, catastróficos en pérdida de tiempo.
Calladitos se forman en interminables filas para abordar los insuficientes autobuses de sustitución del transporte suspendido. Todo se arregla con las declaraciones del señor Andrés Lajous, cuya explicación –emitida en tono doctoral con casco de ciclista–, siempre nos lleva al mismo punto: si ahora son tan eficientes, pues de una vez dejen cerrado el Metro para siempre, al fin ni falta hace.
Es como el INAI, si con cuatro consejeros puede trabajar, no necesitan más.
–¿Qué el problema de los desaparecidos en México se ha convertido en una batalla de papel entre las cifras manipuladas hacia arriba y las mutiladas hacia abajo?
–No importa. A nadie le importa.
Quizá esa resistencia, esa dureza de pasta galáctica de los mexicanos no sea un mérito sino una condena. Tantos siglos de vivir de espaldas a la dignidad ciudadana nos han convertido en seres anfibios. Podemos respirar en la miasma.
–¿Que la respuesta presidencial ante una masacre de fiesteros en Salvatierra sea –como dijo semanas antes en Celaya con otros jóvenes asesinados— la consecuencia de su drogadicción? (no probada). Es cosa perdonable. Así es el presidente. Ya lo conocen, para que se enojan.
–Es consecuencia del consumo de drogas. ¿Ah y no deberían el gobierno, las policías estatales, la Guardia Nacional, el Ejército y demás, impedir ese comercio y ese tráfico?
Tras cinco años sólo hay diagnósticos (a veces erróneos) pero nada se evita ni se resuelve. Cómo vamos a hacer eso. Prohibido prohibir; abrazos, no balazos.
Ocurra cuanto ocurra nadie hace algo más allá del cómplice sometimiento. Quizá la respuesta la encontremos en Nietzsche.
“…a toda la ingente muchedumbre de los mortales, a los débiles y oprimidos de toda índole, aquel sublime autoengaño les permitía interpretar la debilidad misma como libertad; interpretar su ser así y así es, como mérito…”