Hace mucho tiempo el inolvidable Efraín Huerta acuñó una palabra para describir a los falsos conocedores de la literatura, los cultillos de almanaque. Les llamaba “solapípedos”. Son los advenedizos del conocimiento, siempre prestos a la cita oportuna o inoportuna, cuya sabiduría se limita a la lectura de las solapas de los libros.
Con eso logran una idea aparentemente profunda, enterada, fruto aparente del conocimiento intenso de una obra o de un autor. Y así impresionan a otros más desinformados.
Uno de estos abusadillos, es el director general del Instituto Mexicano del Seguro Social, Zoé Robledo, quien con mucha frecuencia habla o escribe, de autores y textos con la superficial confianza de no toparse con alguien capaz de reflexionar sobre sus hallazgos.
Me acuerdo hace mucho tiempo en el Senado, Robledo salió con textos mínimos de poemas del ya mencionado Efraín, como si fuera custodio poético en un homenaje al poeta guanajuatense.
Dijo:
“…Los “poemínimos” no son recomendables para los desapasionados, los censores y para quienes transitan indocumentados en el mundo de las almas amorosas…”
Decir eso y nada viene a ser lo mismo.
Sin embargo, esa actitud lo calificó para convertirse en intérprete histórico de la IV-T; por encima de la señora Fraustro, secretaria de Cultura.
Así el presidente lo hizo coordinador de una de las carnavaladas más jocosas del régimen: La Comisión Presidencial de Hechos, Procesos y Personajes Históricos de México (2019), “con doce actividades nacionales entre el 14 de febrero y el 30 de septiembre de 2021”.
La cima de ese astracán fue una pirámide de Tablaroca en medio del Zócalo de la ciudad de México, muy cerca del Templo Mayor. Pero todo esto ya pasó. Lo recordé por un texto reciente de Robledo en “Milenio”. Una oportunidad para promover el sistema de salud del cual forma parte.
Escribió Robledo:
“En la novela “La Marcha Radetzky”, de Joseph Roth (Alianza Editorial, 2022) se cuenta la batalla de Solferino, el primer acontecimiento bélico que movió al ser humano a asistir médicamente a los heridos de guerra…”
Y eso de la primera atención bélico-militar, es absolutamente falso. Si Robledo hubiera tenido tiempo de leer algo, recordaría estas líneas cuyo fulgor eterno ahora reproduzco. Son textos de Homero. Nada más. Los ha reunido José Félix Patiño Restrepo:
“…El Canto IV (La Ilíada) relata la herida de Menelao por una flecha alada, causadora de acerbos dolores. “Pero Atenea, la hija de Zeus, que impera en las batallas… desvió la amarga flecha… que atravesó el ajustado cinturón, obra de artífice; se clavó en la magnífica coraza y, rompiendo la chapa que el héroe llevaba para proteger el cuerpo contra las flechas y que le defendió mucho, rasguñó la piel, y al momento brotó de la herida la negra sangre… ¡Oh!, Menelao, se tiñeron de sangre tus bien formados muslos, las piernas y, más abajo, los hermosos tobillos.
“Estremecióse el rey de hombres Agamenón al ver la negra sangre que manaba de la herida. Estremecióse también Menelao, caro a Ares; mas como advirtiera que quedaban fuera el nervio y las plumas, recobró el ánimo en su pecho.”
“Agamenón habla:
Un médico reconocerá la herida y le aplicará drogas que calmen los terribles dolores. “…Taltibio! Llama pronto a Macaón, hijo del insigne médico Asclepio, para que renazca al aguerrido Menelao, hijo de Atreo, a quien ha flechado un hábil arquero troyano o licio…
“Macaón arrancó la flecha del ajustado cíngulo; pero, al tirar de ella, rompiéronse las plumas, y entonces desató el vistoso cinturón y quitó la faja que habían hecho obreros broncistas. Tan pronto como vio la herida causada por la cruel saeta, chupó la sangre y aplicó con pericia drogas calmantes que a su padre había dado Quirón en prueba de amistad.”
En mi barrio a este tipo de fanfarrones les llaman “engañabobos”. O peor.
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