Los ciudadanos, en el contexto del populismo, pueden ser imbéciles armados no con pistolas, sino con votos. Guerrero, un estado devastado por la pobreza y el crimen organizado, con la fiscalía estatal escondida y cerrada por miedo a quienes se supone debe perseguir, con una gobernadora colocada allí por un padre abusador de mujeres, la premisa del peculiar Andrés Manuel López Obrador es cierta: está feliz, feliez, feliz con la 4T.
Una medición de Massive Caller a nivel municipal refleja esta condición, en Chilpancingo y Acapulco, la afinidad de los ciudadanos con el partido del Presidente se da a tasas superiores al 40 por ciento. Si bien es cierto que hay un alto índice de indecisos (de 20 por ciento aproximadamente), lo cierto es que la masividad del apoyo a Morena (sin incluir aún los indecisos que terminarán optando por el oficialismo) es suficiente para pensar en una continuidad larga de este fenómeno raro que será el amlismo en México.
Guerrero es el lugar ideal para medir la disincronia del ciudadano mexicano, abrumado sin duda por lo poco que le ha dado la democracia, pero también incapaz de saber que con el voto se castiga a funcionarios que eligió y que huyen de o se coaligan con los narcos, que babean pereza cuando se trata de soluciones de fondo y que son, como lo simboliza claramente Salgado Macedonio, la barberie y no más.
Claro quedará en algunos años a ciudadanos disincrónicos que esta confianza en gobernadora, alcaldes y AMLO, poco hicieron y mucho atrasará la llegada de escuelas verdaderas a Guerrero, de trabajos y de temas tan básicos como la salud o la tranquilidad callejera, Otro tanto pasará a empresarios que pensaron que si se pegaban a los nuevos, podrían hacer negocios, compartir con beneficios económicos tranzas y mezquindades. Al final, ciudadanos de a pie y élites descubrirán que se han quedado sin nada.