Con motivo de la publicación de ayer en la cual expuse a Mario Aburto como un simple homicida y no un magnicida, y la comparación con el desinterés o falta de respuesta social de hace muchos años en México, con la conmoción telúrica colombiana por el asesinato de Gaitán (1954), varias personas me enviaron mensajes y me solicitaron datos sobre este crimen sudamericano, cuyas repercusiones cambiaron mucho el panorama político y social de aquel país.
No encuentro mejor relato, ya lo he dicho. En la reconstrucción. De García Márquez de aquella tarde aciaga, están algunas de las mejores páginas de la vida de ese maravilloso escritor y algunos de los peores momentos de la historia colombiana. Cito:
“…la elección de Gaitán era imparable. También los conservadores lo sabían, por el grado de contaminación que había logrado la violencia en todo el país, por la ferocidad de la policía del régimen contra el liberalismo desarmado y por la política de tierra arrasada.
“La expresión más tenebrosa del estado de ánimo del país la vivieron aquel fin de semana los asistentes a la corrida de toros en la plaza de Bogotá, donde las graderías se lanzaron al ruedo indignadas por la mansedumbre del toro y la impotencia del torero para acabar de matarlo.
“La muchedumbre enardecida descuartizó vivo al toro. Numerosos periodistas y escritores que vivieron aquel horror o lo conocieron de oídas, lo interpretaron como el síntoma más aterrador de la rabia brutal que estaba padeciendo el país.
En aquel clima de alta tensión se inauguró en Bogotá la Novena Conferencia Panamericana…
Sin embargo, el viernes 9 de abril (1948) Jorge Eliécer Gaitán era el hombre del día en las noticias…
“…Apenas si tuve alientos para atravesar volando la avenida Jiménez de Quesada y llegar sin aire frente al café El Gato Negro, casi en la esquina. Un grupo de hombres empapaban sus pañuelos en el charco de sangre caliente para guardarlos como reliquias históricas…
“…Un hombre alto y muy dueño de sí, con un traje gris
impecable como para una boda, las incitaba con gritos bien calculados…
“…Nunca podré olvidarlo. Tenía el cabello revuelto, una barba de dos días y una lividez de muerto con los ojos sobresaltados por el terror. Llevaba un vestido de paño marrón muy usado con rayas verticales y las solapas rotas por los primeros tirones de las turbas. Fue una aparición instantánea y eterna, porque los limpiabotas se lo arrebataron a los guardias a golpes de cajón y lo
remataron a patadas. En el primer revolcón había perdido un zapato.
—¡A palacio! —ordenó a gritos el hombre de gris que nunca fue identificado—.
¡A palacio!
“…Desde las aceras y los balcones los atizaban con gritos y aplausos, y el cadáver desfigurado a golpes iba dejando
jirones de ropa y de cuerpo en el empedrado de la calle. Muchos se
incorporaban a la marcha, que en menos de seis cuadras había alcanzado el tamaño y la fuerza expansiva de un estallido de guerra. Al cuerpo macerado sólo le quedaban el calzoncillo y un zapato.
Antes:
“…No pudo decir más. Gaitán se cubrió la cara con el brazo y Mendoza oyó el primer disparo antes de ver frente a ellos al hombre que apuntó con el revólver y disparó tres veces a la cabeza del líder con la frialdad de un profesional. Un instante después se hablaba ya de un cuarto disparo sin dirección, y tal vez de un quinto….
“…Cincuenta años después, mi memoria sigue fija en la imagen del hombre que parecía instigar al gentío frente a la farmacia, y no lo he encontrado en ninguno de los incontables testimonios que he leído sobre aquel día… muchos años después, en mis tiempos de periodista, cuando me asaltó la ocurrencia de que aquel hombre había logrado que mataran a un falso asesino para proteger la identidad del verdadero”.
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