Los pasos trastabillantes de la oposición muestran hasta donde el populismo de López Obrador es necesario. Es decir, la existencia intrascendente de los partidos políticos y del sistema de votación en México no puede competir con esa furia ciudadana convertida en imbecilidad colectiva, incapaz de pensar en dónde nos veremos de seguir por este mismo camino por cinco años más.
La imbecilidad colectiva es necesaria porque no hay alternativas.
Los chistes se evaporan, porque aquel que protagonizaba Luis Echeverría Álvarez (el mandatario referencia de AMLO) ya no funciona hoy sino como vaticinio: «Los reaccionarios y los enemigos de la Revolución Mexicana nos han colocado frente al abismo, pero no nos detendrán», clamaba en el relato el presidente Echeverría, sin alcanzar a ver lo que significaban literalmente sus palabras. Y sí, LEA hablaba de «La Revolución» como AMLO habla de la 4T.
Lilly es también un chiste, pero ya no se puede usar. ¿Aguna virtud en esta precandidata? No, no la hay. Verdaderamente ignorante en su conservadurismo vulgar (su no al aborto de monjita tonta, su suposición de que en verdad todas la opiniones valen lo mismo, así que la suya investida de Ejecutivo también lo sería) ya no dan gracia porque se vuelven carburante para que la imbecilidad colectiva siga ardiendo.
AMLO, un populista de manual, que intenta enlazarse con la población en forma directa (no necesita transparencia porque él la habla a diario al pueblo), no tendría que ver siquiera como competencia a lo que pasa con Lilly. No hay armas en esta exconductora de televisión que sólo la mezquindad partidista volvieron relevante.
Lo que sea que vaya a detener el populismo en México ni es aquel llamado al terror acuñado por Juan Camilo Muriño («un peligro para México»), que ya tuvo su oportunidad, ni el rebase por el carril que mejor sabe usar el amlismo, es decir, el aparejamiento de opiniones hasta que cualquier impuslo civilizatorio.
Quizás ese germen para revertir el populismo, en este momento gestatorio, se estará preguntando cómo se convencerá a millones de que recibir en mano unos pesos no significa que dejes de ser pobre, que quizás incluso lo serás más ante la desaparición de servicios de salud, educativos y de pequeños engranajes sociales que daban alternativas al narco o a la vida sin planes de largo plazo.
Es tan complicado como convencer hoy en privado (sin exposición pública) a un ciudadano de que esos pesos en directo que recibe no son una buena idea si equivalen a dejar sin medicinas a un hospital que atiende a niños con cáncer que él no conoce. ¿Saben cuántos años puede representar esta tarea en un entorno dominado por la imbecilidad colectiva?