Al iniciar el día, el rostro luce hinchado y enrojecido por el calor que se siente en torno a las minicasas del Infonavit en Tultepec, Estado de México, luego de recibir el sol durante las 13-14 horas y encubar los 32-350C de temperatura. Se despierta fatigado luego de pasar la noche rodeado de aire sofocante. El clima interno se ha vuelto inclemente en 45 metros cuadrados de losa.

El regreso luego de un día laboral, que toma poco más de dos horas en transporte público desde la Ciudad de México, es la antesala al suplicio de pasar la noche en estas casasdormitorio.

La rutina principal luego de llegar es buscar ropa y zapatos más frescos, abrir las puertas y ventanas para que circule el aire (y se cuelen los mosquitos que rondan las luces luego de ponerse el sol), tomar alimentos y prepararse para dormir; algún programa televisivo o preparar el día de mañana. Finalmente llega la hora de intentar conciliar el sueño, pero las recámaras situadas en la planta alta se encuentran calientes y las camas transmiten el calor; la piel se vuelve pegajosa y el sudor emerge como por arte de magia.

No hay remedio.

Al apagar las luces, o antes, comienza el zumbido de los mosquitos, pequeños chupasangres que rondan el interior de las alcobas con la impunidad que ofrece el hastío de saber que cada temporada es lo mismo. Si no te pica el que escuchas, lo hará otro más.

Así, el mexiquense medio se prepara para pasar la noche, pero al cerrar las ventanas, la temperatura se incrementa sin remedio, por lo que mejor se quedan abiertas, seguros de que la altura impedirá el ingreso de los amigos de lo ajeno.

Para evitar las nubes de mosquitos que se arremolinan como en un antro en espera de que el cadenero les permita la entrada, repelentes e insecticidas tienen mucha demanda en los comercios locales.

Las horas de la mañana son esenciales si se requiere hacer algo, pues la temperatura lo permite, ya que al filo del mediodía las calles recuerdan El llano en llamas: miras el aire caliente que sube del piso.

En este pedazo de México, la ropa corta, gorras, sombreros y los colores claros imponen la moda, así como los paraguas y parasoles que se venden en un territorio en el que la lluvia se mira lejana.

Los pocos transeúntes compadecen la suerte de quienes se ganan la vida al pleno rayo de sol. Las construcciones de la zona mantienen su trajín y sus trabajadores, con múltiples capas de ropa decolorada que sólo deja ver sus ojos, dan la impresión de ser personajes apocalípticos de un cuento de ciencia ficción; pero no, son, requemados y con los labios resecos, el claro ejemplo de la vida bajo 320C a la intemperie.

Pronto tendrán listas más minicasasdormitorios en donde los ciclos del verano se vivirán por más y más mexiquenses.