Cuando alguno de mis colegas columnistas no escribe su texto sino nada más lo firma, tiene el pudoroso recurso de incluir al final de la página, una explicación sintetizada en la sola palabra “colaboró”, y a continuación pone el nombre de un empleado o un amigo o discípulo (en ocasiones un “negro” redactor) y en algunos casos hasta la esposa.
En esta ocasión yo le debo reconocer su colaboración a Lucas, el evangelista, cuyos versículos del Nuevo Testamento me vinieron a la memoria cuando vi llegar bajo la llovizna del lunes al redentor de nuestros tiempos, quien había citado a los apóstoles de su nueva cofradía en un mesón llamado (simbólica y exactamente) “El Mayor”.
Nos dice Lucas XXI. 7-20.
“7.-…Cuando llegó el día de la fiesta de los Panes sin levadura, en que debía sacrificarse el cordero de la Pascua,
“8.- Jesús envió a Pedro y a Juan, diciéndoles:
—Vayan a hacer los preparativos para que comamos la Pascua.
“9.- —¿Dónde quieres que la preparemos? —le preguntaron.
“10.- —Miren —contestó él—: al entrar ustedes en la ciudad les saldrá al encuentro un hombre que lleva un cántaro de agua. Síganlo hasta la casa en que entre,
“11.- y díganle al dueño de la casa:
“El Maestro pregunta:
¿Dónde está la sala en la que voy a comer la Pascua con mis discípulos?”
“12.- Él les mostrará en la planta alta una sala amplia y amueblada. Preparen allí la cena.
“13.- Ellos se fueron y encontraron todo tal como les había dicho Jesús. Así que prepararon la Pascua.
“14.- Cuando llegó la hora, Jesús y sus apóstoles se sentaron a la mesa.
“15.- Entonces les dijo:
—He tenido muchísimos deseos de comer esta Pascua con ustedes antes de padecer,
“16.- Pues les digo que no volveré a comerla hasta que tenga su pleno cumplimiento en el reino de Dios.
“17.- Luego tomó la copa, dio gracias y dijo:
—Tomen esto y repártanlo entre ustedes.
“18.- Les digo que no volveré a beber del fruto de la vid hasta que venga el reino de Dios.
“19.- También tomó pan y, después de dar gracias, lo partió, se lo dio a ellos y dijo:
—Este pan es mi cuerpo, entregado por ustedes; hagan esto en memoria de mí…”
Y en memoria suya, en acatamiento a la única voluntad vigente en el extenso movimiento político bajo cuyas siglas hoy se gobiernan 23 estados de la República, si contamos la abollada corona mexiquense, todos admitieron las consignas de la cena del mayor. El mayor de todos ellos.
Eso ocurrió el lunes y antes de iniciarse los aperitivos, si los hubiera en la severidad republicana y abstemia, en la fecha seleccionada por el aspirante Marcelo Ebrard quien nos iba a regalar con un listado de procedimientos para escoger al candidato de Morena, éste ya había dado un paso lateral.
Si el lunes se contuvo a la mitad del río y aplazó su decisión hasta la tarde de ayer cuando anunció su renuncia a la Secretaría de Relaciones Exteriores para dentro de unos días, resulta impensable el arranque sin la anuencia del presidente, hasta ayer su jefe. ¿Y después? También.
Pero por encima de todo queda una idea central, dicha por “El mayor”:
“…nos reunimos también para mantener la unidad que no haya divisiones, vamos muy bien estamos bien y de buenas”.
La unidad indivisa requiere un solo componente, y Marcelo Ebrard lo sabe: disciplina, sumisión, abnegación, abandono personal, obediencia, disimulo, hipocresía, falsedad y hasta resignación.
Comer mierda sin hacer gestos. ¿Cuánto tiempo?
Hasta un límite, como cuando en el PRI ya no quisieron cumplir condiciones similares. Recordemos el caso de Manuel Camacho. ¿Se repetirá?
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