A Enrique Serrano Carreto, quien falleció este 2 de mayo, nunca le gustó la administración pública, aún cuando esta versara (o se supusiera que versara) sobre temas que le apasionaban. La antropología, la enseñanza de esta materia, el entendimiento de la enorme diversidad cultural del país, eran el epicentro de creatividad y solidez académica para buscar lo mismo transformar políticas públicas que se mostraban excesivamente rígidas, hasta para replantear la demografía oficial de los pueblos indígenas.

Crítico siempre, se mostró apasionado con el histórico Instituto Nacional Indigenista, aunque siempre estuvo más adelante de la concepción de «ayudas» que rondaba en sus oficinas; le cautivó la primera Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas y apostó en ella sus mejores recursos. Es probable que su gran amor, no obstante, haya sido siempre el Instituto Nacional de Antropología e Historia.

Generoso, amigo, dispuesto siempre a escuchar, deja a un grupo de numerosos amigos. Sirvan estas líneas como un abrazo a todos los que, gracias a Enrique Serrano, nos conocimos y formamos cofradías en torno a preocupaciones que este país parece obstinado en olvidar.