La historia –historieta, en verdad— del malbaratado avión presidencial es suficiente para una película de Luis Estrada o, para mejorarlo, de Juan Orol.
El aprovechamiento propagandístico del aparato adquirido desde los lejanos tiempos de Felipe Calderón proviene y aprovecha todos los rencores acumulados en contra del panista “usurpador y espurio”. Con esos componentes todo cuanto hiciera iba a ser motivo de censura. Y como de por sí FC no se ayudaba ni solo, su destrucción fue fácil. Y con García Luna en el bote… ¡el paraíso! No lo levanta ni el puntillero.
Pero como era necesario complementar la idea el gasto (la palabra dispendio es muy relativa), se asoció el costo del navío aéreo con la bien contada historia de la infinita corrupción del “peñismo”.
La mezcla fue perfecta y suficiente para enaltecer la figura del valiente opositor quien denunciaba desde la humildad franciscana (falsa, pero no importa), la traición democrática de quienes lo despojaron del triunfo legítimo conferido por el pueblo, con el indigno aprovechamiento del dinero nacional para un lujo imposible hasta para Obama, en esos tiempos presidente del país más rico del mundo.
Y en torno del avión; como si fuera verdad, se montó una mitología redentora cuyos rendimientos alcanzaron para casi todo el carnaval del sexenio entre rifas para empresarios exaccionados, cachitos de lotería y tropiezos comerciales sin importar el más absurdo de los dispendios: gastar por un avión dormido y polvoriento en el hangar.
En enero del 2021 apareció. Esta nota en la prensa:
“…Treinta millones es lo que ha costado todo el año mantener el avión allá, en la revisión, porque tenemos la bitácora de lo que se ha hecho, porque los compradores tuvieron que hacer una revisión a fondo y todo aquello que no funcionaba se puso a funcionar, todo esto ha significado un costo…
“…Nos cuesta muchísimo menos el tenerlo parado, conservarlo, darle mantenimiento, que usarlo. Nos ha costado no usarlo desde que llegamos, dos años y dos o tres meses, alrededor de 110 millones de pesos; pero el uso de ese avión para viajes nacionales o internacionales llega a ser dos veces más o tres veces más“,
Pero más allá del atropello a la lógica, la suerte del avión fue siempre un enorme capital de propaganda.
En la economía de la Cuarta Transformación todo cuanto se gaste en condenar la imagen del pasado y exaltar la del presente redentor, es barato. Muy barato.
“La semana próxima vamos en la mañanera a informar más sobre el avión… Y vamos a hablar sobre la poca utilidad de este avión (pues si no lo usaban, no podían ser útil), y lo costoso de su mantenimiento… Nunca lo usamos nosotros, pero me hubiese dado pena, lo digo sinceramente, utilizar este avión…”
¿Cuánto dinero se tiró al tacho por el absurdo binomio de pagar sin usar? ¿Cuanto le costó al país el capricho?
Bajo el riesgo de ser desmentido (y entonces se conocerá la cifra oficial), más de mil 300 millones en mantenimiento sin utilidad; revisiones, alquiler de hangares extranjeros, ajustes mecánicos, depreciación estéril y hasta un diagnóstico final por cuya acuciosidad se descubrieron ¡fallas de origen!, diez años después.
Y la verdad, ese avión no tenía nada de extraordinario. Por dentro –me consta– era como cualquier Boeing de línea comercial.
Pero al presidente –además– no le gustan los aviones. Esto les dijo a sus “hermanos” latinoamericanos:
“–Les invitamos para que nos podamos reunir en Cancún, 6 y 7 de mayo”, comunicó, mientras —entre risas— apuntó los cuestionamientos de Miguel Díaz Canel, mandatario de Cuba, sobre por qué el mexicano no sale de su país.
La reunión sería en México, “no por una cuestión de arrogancia” sino porque le afecta viajar.
“–Sí me afectan mucho los vuelos, además no hace falta vernos, porque ya nos identificamos”.