Cartón de Frik

Claudia Sheinbaum contra Sandra Cuevas. La primera mandó a Tláhuac, a la invisibilidad, a los migrantes haitianos, y la segunda decidió meterse en el tema y prometer una suerte de “limpia social” a la Plaza Bruno Giordano de la Colonia Juárez en la que los antillanos habían establecido un enorme campamento. Sheinbaum y Cuevas se pelean por una reja que la alcaldesa de Cuauhtémoc pretende poner en el lugar. Los haitianos sólo miran de lejos la llegada de granaderos.

En realidad, la intención de “limpieza” social también la había estado en el gobierno de Sheinbaum en años pasados, vía su secretaría de Inclusión y Bienestar Social, acusada de levantamientos forzados de menesterosos nacionales de las calles principales de la ciudad llevándolos a albergues donde incluso se llegó a amarrar niños para someterlos.

Cuevas en tanto, como parte de su «bronca» manera de entender las cosas de su administración, decidió construir un albergue para migrantes que, ante el desalojo de la Giordano y su traslado a Tláhuac, está en riesgo de no contar con los usuarios para los que fue pensado… o sí, porque los haitianos han comenzado un regreso a goteo.

Sheinbaum aseguró ayer que el tapiado que realizó la alcaldía Cuauhtémoc en la Plaza Giordano Bruno, no es legal, ya que se trata de un tema discriminatorio al no querer que se vean migrantes pernoctando en la plaza. Su gobierno los llevó a un lugar invisible de Tláhuac con ayuda de Migración y COMAR.

En tanto la jefa de Gobierno y la alcaldesa de Cuauhtémoc dirimen sus evidentes y mutuas animadversiones, los haitianos que habían sido llevados a Tláhuac, a un bosque alejadísimo y fuera de la mirada pública, comenzaron a regresar a la Juárez, cerca de la oficina de la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (COMAR), porque el trámite que les están dando en el albergue es una tarjeta de “invitado” que no les permite trabajar en el país.

En verdad este grupo que fue a Tláhuac y pernoctó en el albergue quiere ser refugiado en México, integrarse, trabajar y buscar un futuro para su familia.

“Llevo dos días sin saber si voy a comer o no”, dice uno de los haitianos que atestiguó la llegada de granaderos de la Secretaría de Seguridad Ciudadana capitalina; los uniformados escoltaron a personal que retiró tapiales y rejas metálicas de la Plaza Giordano Bruno, las mismas que había colocado Cuevas después de que los haitianos abandonaron el lugar.

Al preguntarle al muchacho sobre los granaderos, señala que no le preocupó mucho en cuanto vio que el problema no era con ellos: “me preocupa más que le pidieron a la tienda (un Superama) que no nos dejen pasar al baño”.

“Llevo cuatro meses aquí, ya les dije que quiero trabajar, ¿para qué me dan una tarjeta de visitante con la que nadie me puede contratar?”, dice sombrío. Es uno de tantos que están regresando desde Tláhuac a ver qué pueden hacer. COMAR sigue siendo su última esperanza. “Ya no estoy mandando dinero a Brasil, donde se quedó mi esposa”.

Una niña pequeña, de unos tres años y seguramente nacida en el tránsito de estos antillanos por el cono sudamericano y por Centroamérica, llega al lugar y juega a los pies del entrevistado, se le cuela entre las piernas para probar si puede pasar por ese espacio.

–¿Cómo se llama?

–No lo sé, está por aquí con su mamá, es muy amistosa.

Finalmente la carga para entregarla a su madre que aparece desde el otro lado de la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús, proveniente del grupo de haitianos que ahora opta por ser lo menos notable posible. La niña sonríe luminosa, está feliz.