Un texto de Jorge Aguilar

Las ferias tienen muchos atractivos, pero sin duda La Casona del Terror es el sitio que más capta la atención de los visitantes, ya que el miedo, el terror y la incertidumbre son sentimientos que despiertan en las personas adrenalina y adicción por el misterio. Pero actualmente, en la Ciudad de México y el área metropolitana se ubica otro sitio en el que los usuarios pueden presenciar un recorrido que causa más miedo que la casa de los sustos, pues sus atracciones, monstruos y enigmas logran desbancar a las mansiones temáticas de los parques temáticos.

El viaje inicia en Ciudad Azteca, terminal de terror donde el transeúnte puede experimentar la convivencia con animales repulsivos porque las telarañas, las cucarachas y las ratas abundan en las escaleras que se ubican sobre la avenida Boulevard de los Aztecas, punto de partida del escalofriante recorrido.

Los ciudadanos también tienen la oportunidad de ingresar al Metro en la estación Plaza Aragón, debido a su cercanía con la terminal. Acceder en ese sitio convierte el traslado en un escenario más espeluznante, pues las rampas y escaleras de ingreso están llenas de indigentes y puestos que abarcan toda la banqueta. El problema no recae en los vendedores ambulantes, lo que provoca pánico son las manos de los delincuentes que salen en el concurrido pasillo que conduce a las taquillas, pues éstas te tocan las mochilas y los bolsillos tratando de sacar el celular o las carteras. Hay que destacar que el sistema del metro superó ampliamente a la Casa del Terror colocando esos efectos especiales de ultratumba.

Siguiendo el viaje, en la estación Río de los Remedios se ubica el CETRAM, espacio en el cual camiones y combis trasladan a los mexiquenses hacia Ecatepec. En ese paradero la escenografía horrorosa continúa, ya que en las escaleras a un lado del andén de salida que se dirigen hacia la avenida Periférico se puede disfrutar de personas inhalando sustancias, indigentes, pisos decorados con  vómito y choferes de combis amedrentando a cualquier peatón que se atreva a pisar el espacio donde las combis hacen base. Esos individuos, que el Metro se ha dedicado a preservar para lograr un ambiente hostil en las estaciones, ocasionan que por solamente cinco pesos, una persona experimente pavor.

La estación Villa de Aragón no se queda atrás en la competencia de superar a las ferias temáticas, pues la basura que se acumula en las escaleras de acceso a los convoys vence a cualquier ambientación de plástico de La feria de Chapultepec o Six Flags. Esos desperdicios son provenientes de la planta recicladora que se ubica a un lado de la estación, empresa que utiliza las instalaciones del Metro como bote de la basura.

Continuando el recorrido hacia el centro, se llega a la estación Deportivo Oceanía, mitad del trayecto al que solo algunos logran alcanzar. Como parte del entorno atroz, las luminarias encienden y apagan, efecto que las autoridades del sistema colocaron inteligentemente, pues esa estación está construida debajo de un puente vehicular, lo que impide la visibilidad, lo cual crea un contexto nocturno y vuelve más escalofriante el paseo cuando las luces encienden de manera intermitente. Durante la noche se experimenta un clima de tensión porque en las escaleras es imposible observar cuando alguien camina cerca de un usuario, por lo que mediante el oído el pasajero debe de atravesar los obstáculos para llegar a la meta.

Continuando hacia el centro de la capital, se arriba a la estación Lagunilla, parada nombrada incorrectamente pues afuera de ésta no se encuentra el famoso mercado. En este punto, la sensación desoladora hace que al viajero se le enchine la piel por la poca seguridad policiaca en la estación. El efecto que las autoridades del Metro instalaron son los torniquetes invisibles, pues las personas que desean acceder no logran verlos y con un salto esquivan los tubos que deberían dar vueltas para regular el flujo de gente. Obligatoriamente esa atracción merece un reconocimiento, pues es un espectáculo que ni los parques estadounidenses han podido superar.

El viaje termina en Buenavista, estación que se corona como un juego referente para superar laberintos con obstáculos. En esos pasillos tampoco existe vigilancia, nadie sabe qué sucede en la correspondencia del Metro hacia el Tren Suburbano. Durante varias horas cualquier carterista podría asaltar ahí y ningún elemento policiaco lo detendría. Quien sea el valiente que concluyó este recorrido merece ser congratulado, pues son valientes los pocos que se atreven a ingresar a este híbrido sistema de transporte entre tren y casona del terror.

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