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Conocí a Helen Thomas hace muchos años, obviamente en la Sala de Prensa de la Casa Blanca. Me la presentó otra leyenda de las agencias informativas: Ary Moleon, de “The Associated Press”. Yo era muy joven y ver a los monstruos sagrados de la “primera fila” de las conferencias con los presidentes estadunidenses era como ver a Pelé en estadio de futbol. Quizá por la edad pero entonces yo aun me creía esa bella historia de la libérrima, autónoma y profesional prensa americana.

Años después, como director de Prensa Extranjera de la Presidencia de la República tuve trato más formal con la señora Thomas previamente a una reunión del presidente de México en el Club de Prensa de Washington. Si primero me había parecido impresionante por su carrera, en la segunda ocasión me resultó simplemente antipática. La percibí engreída y pedante.

Después conocí sus libros. En particular “La primera fila” (The front row) me arrancó muchas sonrisas, sobre todo en la parte donde confiesa sin rubor ni amargura su único aprendizaje en varias décadas en la Casa Blanca: “los políticos odian a los periodistas; entre ellos y nosotros no puede haber amistad ni nada parecido (cito de memoria).”

Ahora la señora Thomas se dispone a pasar en la cesantía quizá el primer fin de semana de toda su larga vida. Tiene 89 años de edad y la acaban de correr de su trabajo. Y la echaron por una razón muy sencilla: desaprobaron sus declaraciones en torno del complejísimo problema palestino-israelí.

La señora Thomas hizo declaraciones al rabino David Nesenoff quien le preguntó cuál sería un elemento central en la solución del problema del medio oriente. Con toda la imprudencia del mundo, quizá víctima de una demencia senil o de una rabieta de anciana engreída, la señora Thomas le contestó:

“Diles a los judíos que se larguen de Palestina. Que se vayan a Alemania o a Polonia de donde llegaron. Esas tierras ya estaban ocupadas cuando ellos llegaron de nuevo.”

Palabras más, palabras menos, pero la señora Thomas se acababa de poner la soga en el pescuezo. La echaron de la cadena Hearst donde tenía una columna y además le cancelaron su pase a la Casa Blanca. Es decir, la corrieron dos veces, una su jefe y otra el Presidente de Estados Unidos.

No entiendo cómo a alguien lo corren de un periódico o una cadena por algo ni siquiera escrito en sus páginas. Es más, tampoco entiendo cómo echar a un periodista por lo publicado, si él no es quien decide la impresión; él nomás escribe y envía al diario. Ya si el editor lo manda a la imprenta, no es cosa del reportero, ni del columnista.

Pero menos entiendo cómo la Casa Blanca se erige en juez de las palabras ajenas, sean de un periodista o de un ciudadano dedicado a otros asuntos. Claro, dirá cualquiera, si la señora no tenía dónde publicar, tampoco tenía derecho de entrar a la sala de los periodistas.

Pero la Casa Blanca tampoco tiene derecho de castigar a nadie por sus opiniones, así sus ideas sean estúpidas o como fueren. En todo caso le hubieran negado su visa a Israel o le hubieran prohibido entrar a una sinagoga o ver las películas de Woody Allen.

Sin embargo valdría la pena conocer algún antecedente. El dos de julio del 2009 se publicó sin mayor repercusión, esta información:

“Helen Thomas por su condición de símbolo de la libertad de los medios liberales, no podría ser considerada necesariamente crítica de Barack Obama. Ella, sin embargo, fue frecuentemente hostigada por los conservadores debido a sus preguntas y alegatos al presidente Bush y sus colaboradores durante las conferencias de prensa.

“Por las cosas cambiaron un poco debido a las declaraciones de Thomas en torno de la política de información de la Casa Blanca, dirigida por el secretario de prensa del demócrata Obama, Robert Gibbs de quien ha dicho: el control de la prensa podría empeorar más que en los tiempos de Nixon. ¿Cree que (los periodistas de la CB) somos sus mascotas?”

Eso, para un presidente “demócrata” fue una injuria imperdonable.

Pero el caso no terminó allí aun cuando ese haya sido uno de sus episodios. Imprudente, como suelen ser los periodistas encumbrados, arrogante, tal ocurre con las personas legendarias; torpe como los ancianos berrinchudos, la señora Thomas se fue de la lengua, y con ella la ahorcaron.

La Casa Blanca llamó imprudentes, inconvenientes e inadmisibles sus opiniones sobre los judíos en Palestina. Indudablemente lo son, pero la señora no hizo sino expresar su pensamiento y la Casa Blanca no hizo sino castigarla por el resto de sus días por haberlo hecho. Sus jefes, de quienes todo puede esperarse, nunca la defendieron quizá por ser indefendible.

Y ella se sabía inerme por el calibre de sus opiniones, en un país donde la primera enmienda garantiza el derecho de hablar, pero no en todos los casos ni por toda la vida.

Y mientras redacto estas líneas leo otra noticia; esta de Oaxaca:

“Una periodista que trabaja para “The Associated Press” y otros medios de comunicación fue herida de bala durante un enfrentamiento entre estudiantes universitarios en el sur de México.

“Ixtli Martínez, de 34 años, dijo que un estudiante le disparó en una pierna, a la altura del muslo derecho, mientras se encontraba trabajando como reportera en la Universidad Autónoma Benito Juárez en la ciudad de Oaxaca. Martínez habló con “AP Television News” mientras la conducían a una ambulancia el martes. Su familia dijo que fue hospitalizada y su condición era estable”.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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