Daniel Blancas Madrigal
Era un novato cuando un viejo y admirado periodista me dijo: “Las filtraciones pueden ser la tumba del periodismo”.
Y lo corroboré con el tiempo: la información filtrada siempre conlleva el interés de quien la acerca; y aniquila el olfato reporteril, la inventiva y curiosidad.
La publicación de filtraciones no es periodismo de investigación. No hay filtración con la fuerza para superar el rastreo y análisis profundo de datos, discursos o documentos.
Pero aun en el caso de no resistirse a las filtraciones, por la idea equivocada de perder una supuesta exclusiva o la obsesión de adquirir notoriedad, su difusión siempre debiera responder al compromiso ético de dar a conocer algo desconocido u oculto por las autoridades y, sobre todo, algo favorable para afectados o víctimas, en contra de abusos y a favor de la justicia.
No ocurrió así en la reciente publicación de capturas de pantalla de mensajes telefónicos incluidos en el Informe de la Comisión para la Verdad y Acceso a la Justicia del caso Ayotzinapa, las cuales habían sido testadas en la presentación oficial para evitar una afectación a indagatorias ministeriales y debido proceso.
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He leído casi una decena de veces el artículo de la reportera Peniley Ramírez y no encuentro ningún aporte o novedad en relación a lo informado desde hace más de un mes por Alejandro Encinas, presidente de la Comisión; tampoco algo vital o útil para las familias, quienes por el contrario soportaron una vez más una descripción cruel e innecesaria sobre lo ocurrido a sus hijos. ¿Quién es un periodista para atizar el dolor?
¿Cuál fue entonces la justificación de esa columna? Más allá de especular sobre propósitos oscuros o sobre la intención de dinamitar los avances en torno al caso y la búsqueda de justicia, prefiero atribuirlo -tal vez de manera ingenua- a un mal generalizado en el periodismo nacional: el ejercicio fácil del oficio, la comodidad de publicar lo acercado en charola de plata, en vez de escudriñar en los datos, en los reportes y declaraciones de los involucrados, un vicio increíblemente aplaudido hoy por periodistas o columnistas de relumbrón, quienes se han atrevido a encomiar los “detalles antes ocultos del informe” -ignorantes también de la información disponible- o a comprar esta idea falsa: “toda filtración contribuye a la verdad”.
Nada del texto aludido es nuevo ni revela piezas indispensables de esta historia trágica. Se vende como exclusivo lo dicho antes por una fuente oficial. Y lo compruebo aquí al contrastar el escrito con lo señalado en el informe del 18 de agosto o las conferencias de prensa ofrecidas por Encinas ese mismo día y una semana después, el 26.
1. Primer párrafo del artículo: “Los criminales de Guerreros Unidos pensaron en quemarlos, pero eran muchos cadáveres y cambiaron de opinión. Se los repartieron. Cada grupo criminal se deshizo de los restos a su cargo como pudo”.
Página 90 del informe oficial: “Las instrucciones originales eran de quemar a los estudiantes, pero al ser muchos decidieron repartírselos, por lo que el “Chucky” les metió “machete” y los metieron en bolsas para que cada grupo se deshiciera de ellos como quisiera».
2. Segundo párrafo del artículo: “A una de las células criminales le encomendaron disolver a 10 jóvenes en ácido. No tenían material suficiente. Disolvieron a cinco”.
Página 92 del informe oficial: “A El Moreno se le pidió que cocinara a 10 estudiantes, pero por falta de material sólo cocinó a 5 estudiantes, el resto se los mandó a El Chucky”.
Encinas, en conferencia del 26 de agosto: “Y mandaron cocinar a 10 de los estudiantes”.
3. Tercer párrafo del artículo: “Cuando amaneció, seis jóvenes seguían vivos. Los llevaron a una bodega cercana. Los asesinaron días después, por órdenes del entonces coronel del Ejército José Rodríguez”.
Página 91 del informe oficial: “El día de los hechos seis estudiantes permanecían vivos y estaban retenidos en La Bodega Vieja. El 30 de septiembre El Coronel comenta que ellos se encargarían de limpiar todo y que ellos ya se habían encargado de los 6 estudiantes que habían quedado vivos”.
Encinas, el 26 de agosto: “Se presume que seis de los estudiantes se mantuvieron con vida hasta cuatro días después de los hechos y que fueron ultimados y desparecidos por órdenes del coronel, presuntamente el entonces coronel José Rodríguez Pérez”.
4. Cuarto párrafo del artículo: “El alcalde de Iguala, José Luis Abarca, dijo que no quería a ningún estudiante vivo”.
Página 90 del informe oficial: “A1 ordenó la desaparición de todos los estudiantes porque no saben ´quien es quien´ y se está calentando la plaza demasiado, ´mátalos a todos, Iguala es mío´”.
Encinas, el 26 de agosto: “Estamos diciendo quiénes dieron la orden. Participa A1, presuntamente José Luis Abarca, los dirigentes de Guerreros Unidos y en coalición con algunas otras autoridades”.
5. Párrafo 6 del artículo: “En los chats donde antes habían coordinado los asesinatos, criminales, funcionarios y militares hablaban de cómo desenterraban cuerpos para llevarlos al 27 Batallón de Infantería. A mediados de noviembre seguían desenterrando y moviendo cuerpos”.
Página 92 del informe oficial: “Andaban limpiando todo, secuestraron a un ingeniero de Chilpancingo para ir a desenterrar los cuerpos y se los llevaron (segundo destino) a 27 Batallón”.
Encinas, el 26 de agosto: “Hay testimonios de algunas de las personas involucradas de que incluso fueron removidos los restos a otro lugar después de la noche de la desaparición… Un dato adicional es el análisis de vínculos que hicimos a partir de los mensajes de texto obtenidos de las capturas de pantalla, las más de 426, en donde con toda claridad se pueden observar los vínculos y las relaciones, ya no solamente de Guerreros Unidos con las policías municipales, sino también con autoridades civiles, con población civil y con algunos elementos del 27 Batallón de Infantería de Iguala, en el estado de Guerrero”.
Lo demás del escrito, simple interpretación y opinión. Nada develado. Nada.
Cuando la falta de rigor, cuando el comfort reporteril y la ausencia de sensibilidad hiere aún más a las víctimas y pone en riesgo la nulidad de evidencias con valor probatorio, las filtraciones, sí, son la tumba del periodismo.