De pronto aparecen en las primeras planas de los diarios las fotografías del arsenal ferroviario del proyecto más importante en la vida del sureste mexicano desde la construcción del Castillo de Chichén o el sepulcro de Pakal en Chiapas, hace ya algunos años; aquí están a la vista de todos, señores y señoras, los rieles para el Tren Maya, ese gigantesco y maravilloso gusano gigante de acero, devorador de ceibas, cachimbas, palos zorrillo y zopes, acalocotes, pinos caribeños y demás variedades cuya vida en la sabana –pampa de granito, le llamó el poeta a su suelo–, se ve amenazada por la maquinaria pesada y el dudoso futuro de una obra en muchos sentidos, sin sentido, tanto como para proponer una solución más allá del genio común: porque si las vías lastiman o pueden lastimar; ríos subterráneos ocultos bajo la frágil cáscara calcárea del piso firme; si debajo de él hay cenotes maravillosos o en peligro, entonces hagamos el paso ferroviario por encima del suelo, construyamos –a imagen del Periférico de la CDMX–, un segundo piso y colorín colorado, este riesgo se ha acabado aun cuando nadie nos diga cómo se va a sostener ese paso aéreo, porque si se hacen columnas, patas de zancudo de concreto, como las del sistema vial capitalino, pues entonces la cosa se habrá acabado de joder –como diría Don Venancio–, porque para sostener esos pasos elevados será necesario hacer peroraciones profundas, cuya hondura afectaría horriblemente la parte abajo del suelo excepto si en un alarde de fantasía constructiva, como se dijo en Chapultepec, se invente una calzada flotante cuya flotación es otro de los mitos maravillosos de quienes todo lo resuelven sobre el papel sin tomar en cuenta las leyes de gravedad o la gravedad de las cosas por hacer, pero no seamos aguafiestas, mejor reflexionemos sobre esa oferta del Banco Interamericano de Integración Económica (no se ría, por favor), cuyos técnicos ya imaginan, dice El Heraldo, una ampliación de este desayuno hasta el Tapón del Darién, si fuera posible, lo cual nos habla de cómo se rompería todo el, equilibrio de las tierras guatemaltecas y Hondureñas con todo y sus maravillas hayenses en Tikal y Copán, la Florencia del mundo antiguo de esta parte de Mesoamérica, pero para todo hay en la viña del señor y ya estos burócratas de la integración económica de la miseria se ofrecen a poner la mitad de los imaginarios e insuficientes 15 mil millones de dólares cuyo desembolso sería necesario para este transiberiano sin Siberia, con lo cual el asunto se torna de carcajada, pero quizá no, porque estos aldeanos de la escasez centroamericana son capaces de todo hasta de imaginar cómo los salvatruchas se convierten en “coolies” y como estos tienden las vías del tren de la nueva California sin oro pero con fiebre…
PINZA PELIGROSA
El viernes pasado –23 de septiembre–, hubo una alarma de bomba en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Puro cuento del C-5 de la CDMX.
La revisión fue exhaustiva rincón por rincón, y como era de esperarse el tal artefacto explosivo o bomba no existió o no se detectó. Hasta el momento.
Fue pues una falsa alarma que trastocó la vida académica y la tranquilidad de esa facultad. Desde el arribo de los comunicólogos a la dirección (en lugar de los “politólogos”), las asechanzas y sabotajes diversos, se han presentado para obstaculizar a la actual directora, Carola García Calderón, quien resiste.
Hoy la mano tras la cuna parece la del ex secretario general de dicha Facultad, Arturo Chávez, quien labora en la Coordinación de Asuntos Especiales de la CDMX.
Así las patadas a un año de la sucesión en Rectoría. ¿A quién le conviene agitar a la UNAM?
Lo más grave sería cerrar la pinza Norte- Sur: Copilco y Zacatenco.