La democracia interna de un partido en cuanto a sus procesos de selección de consejeros, candidatos, dirigentes y demás, debería ser eso. Interna. Principios sobre cuya vigencia solamente deberían opinar sus militantes.
Pero eso en el mundo ideal, porque en el real la vida interna de los partidos es un asunto de interés público, básicamente porque el funcionamiento de esos clubes, franquicias electorales o apéndices gubernamentales –como Morena–, se sostienen con dinero público, lo cual no debe confundirse con dinero gubernamental, como hace Morena.
Cuando los militantes se transforman en burócratas (y viceversa), las acciones de un partido se convierten en actos de gobierno. Voluntaria o involuntariamente, como quedó probado a lo largo del extendido tiempo del priismo, molde y modelo del actual movimiento morenista.
Y como dice el clásico, no me vengan con eso de que los domingos son días francos y por tanto la burocracia deja de serlo. No sucede ni arriba, ni abajo.
Así el carnaval morenista del pasado fin de semana no fue un proceso partidario; fue un despliegue gubernamental. Tanto como para merecer el análisis del PMP (Primer Moreno del País), no desde la óptica de un observador neutral, sino de un militante destacadísimo.
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Por eso fue tan prolijo en la defensa de una legalidad comprometida desde el principio, según ha dicho hasta la saciedad el fervoroso militante moreno, John Ackermann:
“…Sugerir entonces que López Obrador estaría de acuerdo con el contenido de la convocatoria al tercer Congreso Nacional Ordinario de Morena, que abre las puertas del partido para ser asaltado por grupos corporativos provenientes del PRD y el PRI y que además garantiza la permanencia ilegal de Mario Delgado y de Citlalli Hernández como dirigentes (véase mi análisis en estas mismas páginas (La Jornada): https://www.jornada.com.mx/2022/06/27/opinion/019a1pol ), implica acusar de manera temeraria al fundador de Morena de incumplir su palabra, es decir, de ser un hipócrita…”
Sin embargo, además de defender el proceso en términos cuyo contenido enlistaré más adelante, el señor presidente se deshizo en elogios para el presidente Delgado y la secretaria Citlali. Dijo así:
“…de 553 centros de votación sólo se cancelaron 19, de 553, es decir, el 3.43 por ciento.
“Y de los 300 distritos, sólo se tienen que anular cinco, o sea, elecciones para repetirse o para… sí, repetirse, cinco, el 1.66. Y les puedo decir dónde, de los 300.
“No me corresponde a mí, pero… (me asumo correspondiente), Tehuacán, Ixtepec, Salina Cruz, Pichucalco, Tenejapa, Huehuetán, Motozintla, Zongolica, Papantla, Metepec, Ayutla, Renacimiento y Tijuana, un distrito de Tijuana. O sea, son estos distritos. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho… doce de aquí… se cancelaron…
“Entonces, participaron muchos, muchos, muchos…”
Pero nada de esto es sorpresivo ni mucho menos sorprendente. Ya se sabe cómo funciona el simplismo silvestre de los militantes de este movimiento de masas.
Lo sorprendente, dentro de esta jornada es cómo Marcelo Ebrard se ha dado un balazo en el empeine, porque el fin de semana nos salió con la noticia de su inscripción en el padrón de Morena.
Pasó de encabronado a empadronado, porque les acaba de dar a sus malquerientes un argumento imbatible: ¿cómo darle una candidatura presidencial al recién llegado?
Cuando se organizaba Morena, él paseaba por los Campos Elíseos.
Y si eso no fuera suficiente, pues alguien, le podrá preguntar: ¿impugna la metodología selectiva de un partido y a él te afilias? ¿La inscripción empareja el piso?
Pero este tiro en el zapato se presentó junto con otro fenómeno: la ausencia del senador Ricardo Monreal de un proceso interno, lo cual equivale a retirarse de hecho de la organización.
Su ausencia, explicada vehementemente, como si quisiera convencerse a sí mismo y no tanto a los demás, implica simplemente una cosa: la expresión pública de una distancia insalvable.
La competencia (si la hubiera), ya sólo es de uno.
Se acabó.