Inmerso en el amplísimo océano de sus incongruencias, el gobierno cuyos empeños nos van a conducir irremediablemente a la Cuarta Transformación de la vida pública o la historia nacional, ese esfuerzo redentor y regenerador encabezado por un hombre —a su manera— temeroso de Dios (cuando habla de su salud y su vida, siempre alude al Supremo Creador); imitador de Jesús (como él dice ) no a la manera de Tomás de Kempis, se siente de pronto descolocado en la majestad de sus caprichos: los sacerdotes de la iglesia católica han iniciado una insubordinación cuyos límites no se hallan en ese difuso valladar del Estado laico, pues ya con mucha frecuencia el propio líder nacional ha llamado a otros ministros de culto (como veremos más adelante),hasta en defensa de la patria amagada por el imperio WASP, cuyo predominio sigue siendo avasallador, aunque en la Casa Blanca ahora viva un presidente con avitaminosis capaz de caerse ya no del carro de la guerra sino de la bicicleta en el paseo dominical, pero en fin, la escaramuza con el clero ha significado, primera vez en cuatro años, llamar al toque de la retreta (no confundir con ruidos del retrete; eso es otra cosa) con todo y lúgubre sonido de cautela ante el avance de un enemigo, porque eso es la retreta, la clarinada para un retiro ordenado, y aunque ese rechinido de frenos y llamado a la marcha en sentido contrario, se disfrace de acuerdo esencial con los clérigos quejosos y hartos de ser mal tratados, el choque con la iglesia católica ha probado una sola cosa: Morena, el presidente López Obrador y la docilidad repetidora de los medios de la mañanera todo el día, duro y dale con el discurso, no son la única fuerza capaz de organizar un repudio masivo en menos de una semana, sino por el contrario, son capaces de organizar a millones en jornadas de oración y de repetir en todas las iglesias del país, de domingo a domingo y en cada otro día cuando se realice la consagración eucarística, una sola idea: oramos por la paz porque de ella carecemos; pedimos seguridad porque no la conocemos, queremos reconciliación porque alguien ha roto la concordia anhelada, y así una larga fila de circunstancias cuya solicitud se debe a su ausencia o a su carencia del todo, porque del asesinato de los padres jesuitas –a quienes algunos ya equiparan con el mártir demócrata Belisario Domínguez y piden para ellos la medalla con el nombre y efigie del senador chiapaneco asesinado por Huerta—a esta hora, los obispos nada más han golpeado el suelo con el báculo, pero también lo pueden alzar en son de guerra y enfrentar a quien se sienta Plutarco Elías Juárez (sic) y por esa sola razón el presidente ha metido la reversa aun cuando declare de su agrado el cambio de tono de la iglesia cuando sus dignatarios no hayan alzado ni reducido el diapasón, sino simplemente han pasado de las palabras a los hechos y los hechos son en este sentido las primeras marchas callejeras, así sean de diez cuadras, para después, cuando convenga, iniciar procesiones numerosas o llenar las plazas con cera ardiendo y veladoras en el nombre de los muertos, porque nadie nunca va a poder someter a la iglesia católica (et ego dico tibi quia tu es petrus et super hanc petram aedificabo ecclesiam meam et portae inferi non praevalebunt adversum ea*)… excepto, quizá, en los países donde no tienen fieles, pero aquí, con un 85 por ciento de católicos, el asunto se advierte complicado o mucho más, no se puede someter al clero católico así nomás, con la torpe regañina por no haberlos escuchado cuando debieron protestar por otras cosas del pasado, cuando la verdad es otra, protestaron y fueron escuchados, porque quien niega la evidencia avanza en el camino del descaro, ¿o a poco no sabe cómo incidieron los jesuitas en los centros de Derechos Humanos en Chiapas y Guerrero, por citar nada más dos casos), claro, lo sabe y lo conoce y está advertido de las dimensiones de esta capacidad de convocatoria o arrastre, porque no hay otros camino: o se les atiende o ellos emprenden sus movilizaciones y toman por su cuenta la persuasión electoral, con mensajes sibilinos, suaves, casi indetectables por cualquier autoridad (como si alguien le hiciera caso), pero punzantes, penetrantes, así como son los secretos de la confesión, las pláticas a las familias, la catequesis, el trabajo pastoral, entonces ¿quedamos?,¿fue suficiente con esta llamada de atención?, señor Elías Juárez o nos seguimos en este camino siempre acostumbrados a la dificultades de cargar una cruz, y no vaya usted a creer en los falsos profetas ni en los pastores venales, usted sabe a quién me refiero, quienes le endulzan el oído y le ponen el sahumerio de incienso como si fuera usted el divino redentor, lo cual –obviamente—le queda muy lejos.
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