Dijo Alexis de Tocqueville en su célebre “La democracia en América”:
“…Mientras más observo la independencia de la prensa en sus principales efectos, más llego a convencerme de que, en la época actual, la independencia de la prensa es el elemento capital, y por decirlo así, constitutivo de la libertad.
“Un pueblo que quiere permanecer libre tiene, pues, el derecho de exigir que a toda costa se le respete…
“…Pero la libertad ilimitada de asociación en materia política no puede ser enteramente confundida con la libertad de escribir. La una es a la vez menos necesaria y más peligrosa que la otra. Una nación puede ponerles límite sin dejar de ser dueña de sí misma; debe a veces hacerlo para continuar siéndolo…
“…En Norteamérica, la libertad de asociarse con fines políticos es ilimitada…”
Al parecer y a lo largo de la historia, hay dos elementos de imposible disociación: la libertad; como un todo; un anhelo y una condición absoluta y universal, y sus componentes específicos; las libertades parceladas, relativas a otros derechos como la religión, la elección sexual, la información, el pensamiento y otras cuya enumeración es tan larga como innecesaria.
Pero en el nombre de esas libertades se pueden conculcar otros derechos, aunque quienes los vulneran, aduzcan un beneficio mayor al respeto de estos.
Ese debería ser el límite entre la seguridad del estado y el derecho a la información pública.
Y aquí, en este campo es donde se debe analizar el caso de Julián Assange cuya orientación política seduce a las izquierdas mundiales. No por haber mejorado el contenido informativo en el planeta, sino por haber vulnerado la seguridad informática del poder americano.
Y ante esta corriente justificativa, el gobierno de Estados Unidos sufre un acorralamiento entre los principios de su seguridad y la moda imperante de lo políticamente correcto.
Por eso ahora hasta el presidente de México utiliza el caso para presionar al debilucho Joe Biden en víspera de una reunión bilateral: amaga con una campaña internacional –llamativa por fantasiosa y delirante–, para desmontar el símbolo de la libertad en América, si se agrede con una sentencia a un moderno “luchador social” por el derecho a la libre circulación informativa, mientras –por otra parte–, las obras públicas de México se reservan por años bajo el pretexto de la “Seguridad nacional”.
Pero Biden será incapaz en la reunión de ir contra el mexicano cuya verbosa defensa de la imaginaria igualdad entre dictadura y democracias, le saboteó la junta cumbre de las Américas hace unas semanas.
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El actual gobierno de los Estados Unidos es incapaz de reaccionar como un imperio al cual se le debería exigir, por parte de sus ciudadanos, la responsabilidad de aplicar la Ley sin miramientos. Pero ya no lo saben hacer. Hace mucho tiempo el gran imperio es una casa de burócratas blandengues.
Así pues la bravata de López Obrador en contra de una estatua, cuyo significado habrá desaparecido de la faz de esa nación, sólo por extraditar y juzgar a un pirata informático, impedirá también la previsora sabiduría de Rubén Darío quien dijo en su oda a Roosevelt:
“…Juntáis al culto de Hércules (la fuerza) el culto de Mammón (las finanzas); y alumbrando el camino de la fácil conquista, la Libertad levanta su antorcha en Nueva York…”
Pues las conquistas (de la otra América, la mestiza), no fueron fáciles. Ya han terminado y el culto de Hércules, también. El semidios ha perdido la fuerza.
Y Mammón –el dios de la avaricia— ha perdido su caja de caudales. Ahora financia programas para el subdesarrollo centroamericano, porque si no lo regañan los enanos.