Una vez terminada su matraquera promoción de la candidatura de Julio Menchaca en Hidalgo, Marcelo Ebrard, secretario de Relaciones Exteriores (con todo cuanto de exterior tenga el Valle del Mezquital), tomó sendero hacia el norte y llegó a Washington, la capital de los Estados Unidos, tan bella y tan airosa como Pachuca, para reunirse, ya en terrenos del Primer Mundo, con los secretarios de Estado, Anthony Blinken, y de Seguridad Nacional, Alejandro Mayorkas, con quienes disertó sobre migración y los preparativos para la excluyente Cumbre de las Américas, cuya asamblea será en Los Ángeles, en junio.
Hace poco tiempo, en tiempos de Trump, la Cumbre de las Américas en Perú, produjo el llamado “Grupo de Lima”, cuya declaración condenaba a los gobiernos de las izquierdas populistas. Hoy México –adherido entonces a aquel grupo–, se convierte en el abogado de Maduro; Díaz Canel y compañía, para llevarlos a la fiesta. No le van a hacer caso. La información publicada nos lo dice:
“…Al insistir en que Cuba, Venezuela y Nicaragua (La jornada) deben estar en la Cumbre de las Américas, el canciller Marcelo Ebrard dijo que no tuvo respuesta positiva de altos funcionarios del gobierno de Joe Biden. “Fueron muy respetuosos; no nos dijeron que desechan nuestra propuesta, pero sabemos que su posición es diferente (a la nuestra)”, señaló”.
Eso significa sencillamente, nos mandaron por un tubito.
Y tampoco le van a hacer caso en materia de migración. En este asunto, México no se hace caso ni a sí mismo.
“…Con estas reuniones, México y Estados Unidos intensificaron las negociaciones para acordar una estrategia regional de atención a la crisis migratoria que el gobierno de Biden prevé que se acreciente con el levantamiento del Título 42, la orden de salud pública que ha impedido el ingreso de solicitantes de asilo…”
Aquí vale la pena revisar dos detalles: una estrategia regional y una crisis previsible.
Hasta donde la historia demuestra no hay posibilidades de una solución regional, porque no hay una región homogénea. Los países expulsores de mano de obra o de fugitivos económicos o desplazados por la violencia estilo El Salvador u Honduras (por no hablar de los genocidios guatemaltecos de años atrás), no son parte de una región de la cual Estados Unidos forme parte.
América es un continente dividido. Canadá y Estados Unidos no tienen nada en relación ni con Honduras ni con Nicaragua. Son las partes abandonadas del patio trasero cuyos linderos comienzan en México, el menos desfavorecido de los países miserables del sur. El desprecio y el racismo han sido las constantes. Para decirlo en palabras de Trump: esos no son países, son letrinas (shit holes).
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La condición de bisagra o antesala entre esos dos mundos, le ha dado a México una situación incómoda. Por un lado forma parte de una asociación económica con Estados Unidos y Canadá y por la otra quiere encabezar esfuerzos de integración latinoamericana. De lo primero, se beneficia. Con lo segundo, se asfixia.
La retórica de López Obrador es a veces hilarante (delirante también) . Pretende exportar un programa de reforestación (Sembrando vida) para solucionar el desarraigo ocasionado por la miseria.
Y ahí están llevando matitas a Tegucigalpa o al Chilamatal, república de El Salvador. Son esfuerzos tan escenográficos como ridículos. Nada se arregla con eso. Ni en Chiapas.
Pero la diplomacia consiste, a veces, en repetir rollos y perder el tiempo en conferencias sin resultado. La información nos ilustra:
“…Ebrard planteó a ambos funcionarios que México propone la realización a corto plazo de una conferencia en Centroamérica, con el fin de presentar una estrategia para el desarrollo económico y la creación de empleos en la región, en la que participen empresas y gobiernos locales, así como para hablar del número de puestos de trabajo que se podrían crear en la zona…”
Ajá…