Dígame usted, señor, si esto no es en verdad cosa como de mala suerte, ¿por qué la palma enorme del Paseo de la Reforma, habitante de nuestra ciudad desde la época de Don Porfirio (… ¡Ay! los tiempos aquellos), se le viene a morir a la Cuarta Transformación, la cual nos ha resultado incapaz para cualquier cosa como no sea la grilla electoral y la compra de votos mediante programas sociales, no forestales, por cierto, al menos en la capital, nacional? o, mejor dicho, la enorme palmera de Niza sucumbe por los descuidos y con todo y su fracasado afán heráldico, disfrutado por otras de su especie en escudos y banderas de esta América mestiza, se muere de muerte natural invadida por los hongos malignos y antes de caer vencida como nos dice Lawrence Durrell, como un camello asesinado a hachazos, se deja morir en medio de su glorieta… y no me pregunte usted, ¿cómo es eso del camello y Durrell? porque se lo cuento:
“… Estaban carneando los camellos (…) para la fiesta. Pobres bestias, se arrodillaban ahí, pacíficamente, con las manos plegadas debajo de sí, como gatos, mientras una horda de hombres, a la luz de la luna los atacaban con hachas.
“La sangre se me heló en las venas, pero no podía arrancarme de este extraordinario espectáculo. Los animales no hacían ningún movimiento para evitar los golpes, no emitían grito alguno al ser desmembrados. Las hachas, mordían en ellos como si sus grandes cuerpos estuvieran hechos de corcho, hundiéndose profundamente a cada herida.
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“Miembros enteros salían, cortados sin dolor, al parecer, como cuando se derriba una palmera…”
Pero nada de eso va a ocurrir aquí, de ninguna manera.
La palmera (o el palmero, para cumplir con la equidad de género y no incurrir en sexismo feminista discriminatorio), será desarraigada para llevársela entera y ya después, en el vivero Nezahualcóyotl, será sometida a una especie de autopsia vegetal forense, para determinar las causas de su muerte, mientras en el resto de la ciudad otras especies sucumben por el muérdago maligno y otras plagas tan dañinas como este hongo malevo cuya propagación nadie previó ni controló, ni mucho menos evitó, pero cómo pide usted esas cosas, si la señora Claudia trabaja todo el día en la candidatura prometida y ya ni se sabe de ella para otra cosa como no sea lagotear a su patroncito, casi casi como canción de Tata Nacho… “…pa’ servirle al patrón, que me mandó llamar…”; etc., etc., porque para eso si es apta, para sumarse al linchamiento de los traidores a la patria cuyos votos en San Lázaro le aguaron la sopa y la derramaron el tepache a su jefe, pero bueno, ya nos convoca a una consulta (viva la consultitis ), para ver si se pone ahí en la glorieta una ceiba, un ahuehuete o un fresno, como si fuera un referéndum para la revocación de la palma y patatín, patatán, mientras la pobre urbe ya comienza a sufrir los estragos de la sequía y el agua se nos acaba, y ni el Cutzamala nos ayuda, ni hay proyecto alguno para construir un acueducto de dónde sobra el líquido para este valle seco, ni se toman verdaderas medidas para componer la defectuosa y despilfarradora red hidráulica de la ciudad, pero mejor hagamos otro plebiscito con la rotonda vacía para ver si ponemos una estatua de sesenta metros de alto de nuestro señor presidente, una colosal pieza de piedra caliza, como los terrenos de Yucatán y al pie de la mole patriótica, un trenecito, cuyas interminables vueltas y vueltas nos recuerden el Tren Maya, para evocar las obras magnas, y así la estatua presidencial, debe llevar un avioncito en las manos y su mirada debe dirigirse a Santa Lucía mientras una fuente interminable lanza chorros de agua, un par de ellos como las dos bocas de la refinería.