Para cuando estas líneas comiencen a circular en el ciber-espacio ya se conocerá la estrategia de Morena para dominar –con bloqueos y turbamultas–, la votación del domingo de Resurrección y decidir con ella el destino de una estatista contrarreforma eléctrica.
Ha invocado el señor presidente con toda la contundencia de una historia mal digerida, el ejemplo de López Mateos, el gran Adolfo “Mangotas”, quien compró acciones de la “Mexico Light and Power” y las puso dentro del patrimonio de la empresa eléctrica nacional. Otros tiempos.
Como Cárdenas nacionalizó la industria petrolera –no el petróleo– sus sucesores siempre han querido nacionalizar algo para no quedar a oscuras en los laberintos competitivos de la historia. Echeverría llegó a delirar con la nacionalización del pensamiento. Cosa de locos. Como “la revolución de las conciencias”
Hoy el presidente Andrés Manuel quiere nacionalizar el litio, cuya propiedad ya le corresponde a la nación. Otro delirio, otro abono a la cuenta de la megalomanía. Leamos esta fracción del artículo 27 constitucional:
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“…Corresponde a la Nación el dominio directo de todos los recursos naturales de la plataforma continental y los zócalos submarinos de las islas; de todos los minerales o substancias que, en vetas, mantos, masas o yacimientos, constituyan depósitos cuya naturaleza sea distinta de los componentes de los terrenos, tales como los minerales de los que se extraigan metales y metaloides utilizados en la industria…”
En todo caso debería anunciar la creación de una empresa nacional para el aprovechamiento de ese mineral necesario en los acumuladores de electricidad, de un teléfono a un automóvil. Oro blanco, dicen.
Pero más allá de eso la discusión de hoy en San Lázaro tiene otro componente de mayor importancia: la derrota del partido en el poder y el freno quizá definitivo a los caprichos presidenciales sobre cuya vanidosa base se sostiene un proyecto cada vez menos verosímil. Por eso hay mercadeo de votos. Nada nuevo, por otra parte.
Pero para no escandalizarnos del comercio traidor en San Lázaro, leamos algo de historia tras la abdicación de Napoleón y la conformación de un gobierno provisional. (Fouché. Stefan Zweig):
“…en la primera elección tiene Carnot 324 votos y Fouché sólo 293. No hay duda, pues, de que el gobierno le pertenece a Carnot…
“…Se vale entonces (Fouché), de un ardid perverso: apenas se reúne cl Consejo de los Cinco, y cuando Carnot se dispone a tomar asiento en el sillón presidencial, según le corresponde, dice Fouché a sus colegas, como la cosa más natural del mundo, que ha llegado el momento de constituirse.
–¿Qué entiende usted por constituirse?, pregunta Carnot asombrado?
–Pues elegir nuestro secretario y nuestro presidente… Yo le doy desde luego mi voto para la presidencia… Carnot muerde el anzuelo y contesta, y yo le doy a usted el mío.
“Y como dos de los miembros están previamente ganados en secreto, por Fouché, por tres votos contra dos, sentándose en el sillón presidencial antes de que Carnot pueda darse cuenta de cómo le han birlado el puesto.
“Después de burlar a Napoleón y Lafayette, burla también con toda facilidad a Carnot. El más popular de los dos para regir los destinos de Francia, sustituido por el más astuto, por José Fouché.
“En el espacio de cinco días, del 13 al18 de junio, cae el poder de las manos del Emperador; en el espacio de cinco días –del 17 al 22 de junio–, se apodera de él, ¡por fin! José Fouché.
“Ya no será criado sino señor, será, por primera vez, dueño absoluto de Francia.; será libre, divinamente libre, para el juego amado y turbador de la policía y la historia… la intriga ha triunfado sobre la idea, la habilidad sobre el genio. Una generación de inmortales se derrumbó en torno suyo…”
Aquí no hubo, ni habrá, una generación de inmortales.