Todos recordamos aquella frase tan española: la letra con sangre entra. En los tiempos de la IV-T, la democracia con sangre entra.
La imagen de inmediato viene a la mente: un severo profesor con birrete y vara amenazante, observa al compungido alumno ante la página blanca. Como los burros, a aprender a palos, como los perros bailarines de los circos, cuando había circos y cuando había perros en las pistas.
La otra imagen es más frecuente y menos alegórica: todas las grandes decisiones del gobierno autodenominado, el más democrático de nuestra historia, provienen de una decisión unipersonal.
–¿Por qué se maneja así la política petrolera? Por decisión presidencial. Buena o mala, pero suya e inconsulta.
–¿Por qué se opera así la actividad aeronáutica mexicana? Por una disposición personal del Ejecutivo, por un desplante propagandístico.
–¿Por qué se decide la entrega de las obras públicas, las aduanas, los puertos, los edificios bancarios y hasta la Guardia Nacional, al Ejército? Porque así lo ha querido el habitante del Palacio Nacional.
Y así, hay una serie muy larga de preguntas.
¿Por qué? Porque lo digo yo, porque así es como se va a construir la democracia necesaria para lograr la Cuarta Transformación (nada sino una más de las frases felices), puerto soñado cuya importancia hará palidecer a la Arcadia.
Pero mientras llegamos a esa tierra prometida, lo único visible es la aplicación de la voluntad presidencial en la construcción de una democracia muy “sui géneris”. Muy a su imagen y semejanza.
Cuando uno analiza la conducta de cualquiera, siente una inevitable tendencia a la revisión de su pasado para explicar sus acciones presentes.
Por ejemplo, ¿cuál es la necesidad de hacer una consulta para la revocación del mandato?
Primero, aportar a la historia (la eterna obsesión) la doble legitimidad, no solo de quien ocupa el cargo sino de la forma como dispone de él. Concluida la consulta revocatoria, debidamente promovida por su propio partido, a pesar de la perversa voluntad del INE, dirán sus corifeos, se habrá duplicado la legitimidad del Ejecutivo, pero también –en la práctica– la aprobación intrínseca de sus proyectos.
Cuando a medio camino se le pide al presidente proseguir con su encargo, también se le están reconociendo como válidos sus modos, sus obras, su actitud, su Vaporub y hasta su sentido del humor.
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Si al principio del gobierno era difícil discrepar sin ser tachado de conservador, clasista, racista, reaccionario, derechista y –lo peor de todo–, neoliberal, porque lo desmentían con los treinta millones de votos, una vez terminado este extraño referéndum (inconstitucional porque no se hará como dice la ley mayor, porque deliberadamente se le negó el dinero al INE para hacerlo completo), escucharemos la canción de la invulnerabilidad.
–¿Quién tendrá un argumento aceptable cuando le digan, el pueblo puso y el pueblo no quitó? A mi me escogió el pueblo soberano y él también me confirmó, por primera vez en la historia de México.
El dos veces derrotado candidato, habrá ganado en tres años, dos elecciones presidenciales. Nada mal para el monumento.
Cuando Genaro García Luna cayó preso en Estados Unidos yo dije, se acabó la imagen de Felipe Calderón y su gobierno. Cada y cuando sea necesario, el presidente exhibirá a Genaro en el juzgado americano. Con eso desactivará todo señalamiento proveniente del calderonismo el cual, de todos modos, ya era un cadáver ambulante.
Y así ha sido.
Ahora cuando la operación de acoso y derribo al INE se consume, cuando se atropelle al CIDE, cuando siga la mortalidad violenta, cuando aumenten los casos de Covid y cuando ocurra cualquier desgracia, el presidente mostrará los resultados del 10 de abril.
El pueblo me apoya, me respalda, me quiere, va conmigo en contra de la intención de los conservadores.
Quien esta en mi contra, está contra el pueblo.
–¿Y quien va a discutir exitosamente?
Nadie.