No hay palabra más repetida en el mundo. Seguridad. 

Nuestra vida se ha convertido en una búsqueda de la seguridad y por ella compramos chapas, cerrojos, postigos inviolables; candados y –antaño–, cinturones de castidad; cámaras, púas y cables electrificados, utensilios para el sexo seguro; pruebas de Covid para saber, con certeza, si estamos o no infectados.

Por la seguridad nos ponemos cubre bocas y nos amarramos al asiento en los aviones o nos cruzamos el pecho en los automóviles; colocamos barras en la regadera en previsión de un desliz jabonoso cuyo efecto nos quiebre la cadera.

Por seguridad aprendemos de memoria cifras, claves, combinaciones alfanuméricas y todo tipo de resguardos en teléfonos, cerraduras electrónicas hasta con doble sistema de huella digital; computadoras, tabletas y cuentas de banco.

Por seguridad nos llaman a las dos de la mañana desde el banco para preguntar si reconocemos un gasto de tarjeta de crédito en Las Vegas, cuando estamos dormidos en Xochimilco.

En busca de la seguridad celestial practicamos las virtudes teologales y cumplimos los mandamientos de. Dios y la SMI, hasta donde nuestra natural concupiscencia lo permite. Y por la misma causa confesamos los pecados cometidos y la certeza de volverlos a cometer. Yo pecador.

Las únicas seguridades absolutas en la vida, son la muerte; los impuestos y la enfermedad del poder. 

Nadie se salva de ella cuando lo obtiene. 

Y a más poder, más daño emocional y mental. 

A eso se le llama “Hybris” o Hibris. Es la desmesura, la exacerbada ambición –entre otras cosas–, o el ansia de ser aclamado a todas horas en la Plaza Pública, aunque para eso se derramen cascadas de monedas entre los súbditos y aplaudidores.

Un bello caso de esto es el Patriarca de GGM, a quien le llevaban putas del puerto disfrazadas de colegialas inocentes o le modificaban sobre la marcha los libretos de las telenovelas para darles a los personajes el fin romántico anhelado por el dictador.

En la vida hay varios tipos de seguridad. 

La seguridad pública, la seguridad privada, la seguridad del Estado y la Seguridad Nacional. De las primeras no hay mucho por explicar.

De las últimas, pues resulta difícil separarlas, pero casi siempre se mezclan para justificar los excesos del poder. Y cuando el poder invoca la seguridad del Estado o el Gobierno (en el fondo sólo protege su interés y su persona), las garantías individuales (como se llamaba antes a los Derechos Humanos), casi siempre desaparecen o se disminuyen en grado despótico y arbitrario.

Cuando en nombre de la “Seguridad Nacional”, prácticamente se cancela la garantía del amparo constitucional, entonces no queda sino darle la razón a Crescencio Rejón (c.a. 1840) cuya advertencia es clara. 

–“Siendo uno y único el depositario del poder ejecutivo, queda demasiado expuesta a ser arrancada la tierna planta de nuestra  libertad. 

“Un hombre con las atribuciones que le dispensa el Acta Constitutiva, se  halla demasiado separado y distante de los otros ciudadanos, de modo que tiene  intereses muy distintos de los del Estado. 

Éstos, que lo colocan en el puesto más  elevado de la nación, son unos poderosos estimulantes, que lo inquietarán por  perpetuarse en el destino que una vez consiguió. (…). 

“El espíritu de prudencia  y previsión, que ha movido a poner diques, aunque débiles, a los esfuerzos de  la ambición, debió sugerir a la mayoría de la Comisión medidas más enérgicas  para evitar degenere nuestro gobierno en monárquico”. (…). 

“Tanto más ambicionado y apetecible se hace el Poder Ejecutivo, cuanto menor es el número  de los individuos en quienes se deposita, de modo que cuando es una sola la  

persona que maneja las riendas del Gobierno, el puesto es más solicitado, y  merece los desvelos de los ambiciosos”.  

La seguridad nacional, invocada como lo hace AMLO, es un pasaporte al absolutismo. Nada más. 

Rafael Cardona | El Cristalazo

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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