Indudablemente uno de los grandes poetas populares de América es Enrique Santos Discépolo. Su contribución a la educación sentimental de millones de personas, movidas con sus letras y su tango, es inmensa. También su profundidad.
En una de sus grandes canciones, “Yira, yira”, nos deja una imagen incomparable del desamparo, el aprovechamiento aleve de su condición y la tristísima impotencia de los moribundos.
Antes de ir a esa frase luminosa, vale la pena explicar el significado de “Yira”. De la sola palabra.
De acuerdo con el diccionario de José Gobello, yira es el andar callejero de putas, ladrones y vagabundos. La vida como un giro descendente hacia la ruindad, decía el inolvidable Antonio Alburquerque.
En fin. La frase a la cual me refería es esta:
“…Cuando manyés que a tu lado
Se prueban la ropa que vas a dejar…”
“Manyar” significa darse cuenta. Percibir o notar las cualidades de otra persona. También, en otro sentido, comer.
Pero esas dos líneas del tango me vinieron sin remedio a la cabeza cuando leí la manera tan festiva como muchas personas se refirieron a algo (para mi) grosero: la subasta de la ropa y otras cosas de Gabriel García Márquez.
Como todos sabemos su casa ha sido convertida en una especie de museo de la escritura. Y es raro. Su obra maestra no fue escrita ni en esa casa ni en las condiciones de opulencia a las cuales lo llevaron su inmenso talento literario y su habilidad comercial y editorial.
Pero a fin de cuentas cada quien recibe para su herencia los dictados de un interés, su conveniencia o su conciencia. Los herederos de GGM son sus dos hijos legítimos. Y ahí lo dejo. Si ellos quieren convertir la casa en un museo, en una hostería, en un salón de fiestas o en cualquier cosa, están en su derecho, obviamente. A fin de cuentas una casa sin su dueño (o sus dueños), nada más es un montón de piedras con un jardín.
Ni siquiera la universalidad del fetichismo me da para comprender el apego a los objetos simbólicos.
“…La espada de un mi abuelo que ganara una batalla”, decía León Felipe.
Reliquias, relicarios, objetos mudos, cadáveres de cosas (habría dicho el colombiano Guillermo Valencia a quien GGM odiaba); prendas de vestir, utensilios, astillas del “Santo madero”, piedras del muro de Berlín, rocas lunares, fragmentos de la nariz de la Esfinge; las muletas de Frida y la silla de ruedas del doctor Atl, los pinceles de Tamayo y cualquier cosa imaginable y sin ninguna importancia real excepto la evocación de haber sido utilizadas por el heroico difunto, como las pantaletas de Ava Gardner como emvolviendo un fálico revólver con las cuales se masturba Mario Conde en la casa cubana de Hemingway.
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Creíble o no, yo vi en el recinto de Juárez, en el Palacio Nacional, una bacinica abollada. Y por años me hicieron creer en la cama de Carlota expropiada de Chapultepec, como pago erótico en favor de Irma Serrano por los favores sexuales recibidos.
Un amigo me pregunto si yo querría tener uno de los sacos de lana con los cuales GGM había diseñado, involuntariamente, su imagen. Tweed inglés. Me imaginé con el saco puesto a la hora de escribir. ¿Podría yo hacerlo con la maestría inigualable del difunto, por el sólo hecho de usar su traje como si fuera la investidura mágica transmisora de su genio?
También me imaginé el saco dentro de una vitrina, como por años tuve en mi casa un jorongo lleno de lentejuelas con el cual subió en una de sus peleas JC Chávez (“cheves”, le decía Sulaimán), o las banderillas del toro “Bermejo” cuyo fallido par le derramó el triperío a Antonio Lomelín en la Plaza México, hace ya unos años.
El saco de Gabriel no me había servido para escribir mejor, como tampoco me hizo torear el viejo capote de “El cordobés”.
¿Sirven para algo los fetiches? Para nada. Por eso deberíamos dinamitar todos los museos del objeto del mundo; excepto los destinados a la obra de los genios, no a la exhibición (o subasta) de sus zapatos o su cepillo de dientes.
Señor Cardona:
Lo leo co frecuencia y me agrada su culta pluma.
Solo comentarle: Tengo un diccionario de «lunfardo» en mi poder. ¿Puede servirle a usted? Solo comentemelo y se lo regalará, con el fin que esté en manos que lo usarán seguidamente. Gracias. J. Gerardo Ayala A.
No obstante de ser un iletrado,si ya adoraba Yira Yira con Sara Montiel (el amor de mi vida)hoy como lo describe Maestro aún mucho más me gusta…con respeto..Rubén Martinez…