En una más de sus intervenciones con afán pedagógico –siempre detrás de un predicador hay un pedagogo– el señor presidente Andrés Manuel López Obrador, nos ha dicho algo verdaderamente importante: no existen las razas.
No lo dijo, así, pero es obvio. La única raza es la raza humana.
“No hay razas, haya culturas”. Yo diría, hay etnias; o sea culturas desarrolladas por pueblos cuyas características físicas dependen del proceso de aclimatación al clima.
Por ejemplo, quienes en trópicos tórridos provienen de pobladores de miles de años de adaptación al medio caliente y soleado, poseen una pigmentación oscura y melanosa (por eso Melanesia se llama así; por la melanina) innecesaria para quienes milenariamente han poblado las regiones frías y con poco sol como Escandinavia o Laponia.
Lo mismo se aplica para la tonalidad del iris o el grosor y forma del pelo.
Otras teorías explican las diferencias sexuales y roles ancestrales en la sociedad primitiva, como escultores del estereotipo de belleza.
La mujer vigilante de los tiempos prehistóricos aguardada el regreso de Santa Lucía del cazador de mamuts; abría los ojos y cobijaba a sus hijos con la cabellera; estiraba el, cuello y si era necesario corría con sus largas piernas en defensa y protección de sus crías a las cuales amamantaba a mientras el hombre ejercitaba sus músculos e inventaba arcos y flechas; macanas y lanzas, en las largas y penosas cacerías.
Las caderas femeninas protegen los huesos de amplitud suficiente para permitir el parto y engrosaron en armoniosa circunferencia para guardar reservas de grasa durante la gestación, etc.
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Y por otra parte se fueron desarrollando especificidades culturales. Costumbres, ritos, mitos, conocimientos. Y lo más importante: intercambios.
“¿Pueden un alemán o un irlandés imaginar sus vidas sin patatas?”, se preguntan Jaime Corpas, Eva García, Agustín Garmendia, y Carmen Soriano en “Más cultura”.
“El enunciado, de apariencia inocente, resulta paradigmático de cierta forma de posicionar la cuestión intercultural en libros de enseñanza de español como lengua extranjera.
“Por cierto, la celebración del “encuentro” europeo con la riqueza (en este caso “alimentaria”) de América, denota cierta visión del mestizaje menos como resultado de un acto de violencia que como producto de aquello que el catalán Eduardo Subirats en un pasaje de “El continente vacío” (referido a la figura y las letras de Inca Garcilaso) denomina “la ideología del mestizaje”, es decir (citando sus palabras), “la conciliación o neutralización de la violencia, la dominación o la relación destructiva” de este proceso.
“De hecho, unos párrafos más adelante, el texto didáctico citado (significativamente titulado “El descubrimiento de la patata”) nos explica que “Cuando las culturas entran en contacto se ‘prestan’ costumbres, se influencian unas a otras”.
Otra de las evidencias de la inexistencia de razas nos la ofrece la hematología: un negro puede darle sangre a un ario puro y lo mismo en sentido inverso. Un mestizo mexicano o un tarahumara, tzeltal o maya, puede preñar a una mujer irlandesa o australiana descendiente de sajones, sin consecuencias teratológicas.
Las verdaderas diferencias son de orden cultural como el señor presidente apunta con plena exactitud de avezado antropólogo (es uno más de sus talentos),
Pero todas las culturas han practicado también el “racismo”. Hasta en los pueblos originarios americanos, esclavistas y antropófagos rituales.
Y no sólo fobias por cuestión étnica (el conjunto de diferencias fenotípicas más los componentes religiosos o de otro tipo). La religión es un estamento supra cultural.
Y las culturas del mundo (casi todas), han inventado dioses a su semejanza y aplicado con violencia el desprecio al extranjero, al infiel, al gentil, al saltapatrás, al negroide o negro a secas; al judío, al gitano, etc.
El racismo no existe como tal pero el desprecio a la diferencia étnica (a lo cual se llama así, erróneamente), es tan viejo e inevitable (sí, inevitable), como la humanidad misma.