La tesis político propagandística planteada por el actual presidente de la República desde su tiempo como jefe de Gobierno del entonces Distrito Federal tiene un alto componente romántico y sentimental:
–Si el pueblo no me quiere, me voy.
En su primer ejercicio de gobierno todavía no insistía en el sonoro y definitivo nombre de su finca, pero siempre nos lo dijo y repitió: si no me quieren me voy; amor con amor se paga; frases contagiosas en su enorme catálogo de sinceridad ensayada; palabras pegajosas, simples, directas, al alcance de cualquier elector iletrado. Alguna vez hasta se auxilió de José Alfredo Jiménez, el populista de la canción mexicana.
“Yo compongo mis canciones
Pa’ que el pueblo me las cante
Y el día que el pueblo me falle
Ese día voy a llorar”.
En abierta paráfrasis de ese hondo canto el presidente ha llegado al extremo de modificar la Constitución para incorporar en el manoseado y a veces incompresible texto de una carta fundamental (cuyos fundamentos cambian. cada sexenio) en favor de una ratificación jurídica y electoralmente innecesaria, pero suficiente para rellenar a medio camino el inagotable anhelo de reconocimiento, originalidad, unicidad y excelencia en el ejercicio político, en pos, no de la ratificación, sino de la canonización; de la confirmación en el sentido sacramental.
Después de un tramposo “referéndum” revocatorio” (no solicitado ni mucho menos exigido por nadie), el presidente le pondrá una medalla más su alba casaca de guerrero pacífico por la democracia participativa, incluyente e histórica, sobre todo histórica.
Y dirá:
Soy el único presidente en la historia de México cuya gestión superó un proceso revocatorio, lo cual será una ilusión, si olvidamos las reelecciones de Santa Anna, Juárez y demás.
La revocación, dije líneas arriba, es una trampa. No se trata de una exigencia ciudadana, sino de una oferta innecesaria porque el gobierno mueve toda una gigantesca maquinaria de propaganda en favor del obvio resultado.
En febrero, días antes de presentarles la falsa disyuntiva a los ciudadanos recién salidos de las urnas en las elecciones intermedias (en las cuales sus correligionarios arrasaron territorialmente el país) y con algunos gobiernos estatales en juego para ese año, el presidente va a estrenar las pistas civiles del viejo aeródromo de Santa Lucía.
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La cantidad de horas de televisión, la invasión de las redes y la propaganda impresa y radiofónica, serán ensordecedoras. Lo único faltante será anunciar la rifa del “Benito Juárez”; ya no del avión “Morelos”.
Y en febrero, una semana antes del referéndum, se va a inaugurar el aeropuertito mismo. Llueva truene o relampaguee.
Como no es imaginable ahora un accidente perjudicial para la fiesta, el día de la inauguración del “Felipe Ángeles”, famoso artillero villista incapaz de volar siquiera un papalote, la fastuosidad del momento será impresionante, sin importar los miles de millones de pesos del dispendioso capricho.
Volarán los viejos cazas F-5 sobre Santa Lucía (antiguos como un mamut celestial) como si fuera el desfile del 16 de septiembre; sonarán los himnos y se emocionarán las señoritas de Zumpango y Tecámac. La patria en los aires.
Un aeropuerto para el pueblo, no para la especulación Inmobiliaria de Texcoco. Ahí nada más se permiten los diezmos para la maestra Delfina Gómez, eso si es moralidad cívica y política.
Pero sea como sea la consulta (una más en la epidemia de consultitis mañosas) se hará cuando el presidente y su obra cimera esté en boca de todos y cuando su popularidad supere el actual 60 por ciento.
En esas condiciones, ¿para qué?
Pues para decir, yo he sido el único presidente de México cuyo desempeño patriótico superó la prueba de un referéndum a la mitad del camino e ir preparando el escenario para la elección sucesoria, cuando logre dejar en la silla a quien le va a seguir los pasos y le va a cuidar la memoria. Le seguirán los pasos, sólo para apuñalarlo por la espalda. Así es el poder.
Con daga femenina o cuchillo masculino. Sea cual sea la elección.
¡Ah!, la vanidad, la vanidad. “Vanitas vanitatum et omnia vanitas”