No hace falta una esfera de cristal en cuyos contornos se atisbe el futuro. Tampoco es necesaria una inteligencia superior para conocer la reacción, desde ahora, del presidente de la República ante la publicación del New York Times sobre el desastre del Metro el día de la Cruz de mayo.
La casualidad quiso derrumbar la obra, en el día de los alarifes y constructores, ingenieros y arquitectos.
Hemos dicho el desastre; bueno, uno de los desastres, porque la baja calidad del servicio, su desesperante e intermitente circulación de increíble lentitud; sus estaciones ruinosas, sus escaleras, mingitorio, su puesto de mando en llamas y la cerril administración de la Serranía, no son materia sobre la cual vayan tan a fondo los editores neoyorkinos, como con el fraude constructor cometido por la compañía de Carlos Slim, a quien. Los editores del NYT conocen bien: fue socio de esa empresa durante algunos años, sin posibilidad de intervenir en el contenido editorial.
Querían su dinero, no su opinión.
Esa le queda mejor con el binomio Kirscher-Fernández, en Argentina, asociados con el gobierno mexicano, de la mano de Marcelo Ebrard en el negocio de las vacunas Astra Zeneca.
Pero si juntos han ido de negocio en negocio, ahora el triángulo de las Bermudas los coloca a cada uno en un vértice. El presidente con las obras del Tren Maya (a ver si ese no se les desmaya); Marcelo Ebrard con las vacunas y los muertos del derrumbe, y Claudia con la papa caliente.
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Ya en tiempos pasados la construcción se benefició largamente con el negocio de la remodelación del Centro Histórico, donde se compró barato y vendió cara, gracias a la obra pública de drenaje, agua potable, adoquinamiento de los andadores, cambio del mobiliario urbano y la más engañosa mano de gato jamás emprendida para expender atole con el dedo.
Pero esos son asuntos de otro pasado. Lo reciente es este reportaje del NYT, cuya exhaustividad resulta apabullante.
Desde ahora podemos escuchar la retahíla quejumbrosa del presidente en su conferencia de hoy.
Los periódicos del mundo, sin los “siervos de la opinión”, lectores tartamudos de las preguntas de periodistas de pacotilla dispuestos a plantear las preguntas de Jesús Ramírez en las “mañaneras” y reacios al aplauso a la tetramorfosis, han perdido la ética y el profesionalismo. Puros adjetivos.
Son tan indignos como esa prensa cuya ponzoña ha convertido a los buenos y sabios mexicanos del pueblo, en arribistas, de la clase media cuyas condenables aspiraciones egoístas consisten en pensar con educación y comer tres veces al día en un ambiente de libertad política donde el voto se respete y no se confunda con la blasfemia.
Las obras públicas mexicanas, esas por cuya verticalidad hace votos hasta el secretario general de la OEA, quedan exhibidas con este mortal ejemplo, como obra de ineptos y corruptos cuyas decisiones esconden negocios al amparo de la infraestructura.
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Pero ya no es como antes, ha dicho el presidente sin darse cuenta de como estas obras fueron hechas en esa etapa de toda su repugnancia.
A fin de cuenta lo único dorado de la línea doce, fue el exilio parisino de su creador, cuando la quemazón le ahumaba las chaparreras. La obra fue inaugurada por Marcelo Ebrard con el entonces presidente Calderón, quien espurio o no espurio, como le decían los opositores, le entregó el dinero al gobierno de la ciudad para terminar esta irresponsable chambonada.
Ahí están en la fotografía muy sonrientes. A ver si ahora ríen.
Pero eso fue antes.
¿También el incendio del PCC fue antes? ¿Y los choques fueron antes? Los muertos son de hoy, son de ellos.
Hoy la prensa americana se extiende en un texto de miles de palabras para decir como cualquier “maistro”, “tabamalhecho, por eso se cayó”.
Y quienes lo hicieron mal hoy ahúman con incienso santificante el Palacio Nacional.
Eso es todo.