El análisis en torno del asalto opositor al inexpugnable castillo de la ineficiente izquierda capitalina, cuyo gobierno padece esta ciudad –entre derrumbes, hoyancos e inundaciones-, desde 1997, fue explicado por el presidente de la república en términos altamente dudosos, secundados, en actitud absolutamente mimetizados por la jefa de Gobierno, cuya mayor habilidad consiste en ser el eco de su patrón, sin asumir su responsabilidad política en el mayúsculo descalabro.
Pero además de repartirle la culpa a los medios, como más adelante veremos, el presidente ha relevado a Claudia Sheinbaum de una labor para la cual probó no estará capacitada: la promoción política y la competencia electoral. Si no fuera así, LO no hubiera dicho esto ayer y el lunes 7, inmediatamente después de la elección:
“…Pues yo creo que son varios factores y hay que aceptarlos como son. Creo que se tiene que trabajar más con la gente aquí en la Ciudad de México, porque sí es un contraste, se gana en Tamaulipas, ya no hablemos de Baja California, Sinaloa, Sonora, en todos lados…”
Trabajar más implica repartir más dinero. Punto.
Pero el otro discurso, repetido con exactitud y a la calca por la jefa de Gobierno, cuyo mérito para llegar al cargo ha sido el mismo de ahora para permanecer en él, la fidelidad absoluta, es simple: la culpa la tuvieron los odios de clase, sin reparar en quién ha sido el más connotado sembrador de ese lenguaje de discordia, pugnacidad y división.
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Todos sabemos de la estrategia polarizadora y divisionista del presidente López Obrador a lo largo de su carrera política, aplicada ahora para defender una posición populista lograda a base de tenacidad, paciencia, esfuerzo y quizá hasta sacrificio.
Penas ha pasado el, señor presidente no para ennoblecer a los desposeídos –ese es un discurso nada más–, sino para ascender en la pirámide política hasta las alturas de un ejercicio presidencial incontestable, cuya vigencia apenas ha sufrido el desbarrancamiento en media ciudad de México, la cual se merece acerbas críticas por su clasismo, egoísmo y arribismo clasista.
Y si no la ciudad entera, al menos la parte cuyos habitantes se han mostrado electoralmente incomprensivos ante la magnitud de su obra salvadora y regeneradora.
Pero sea como se quieran explicar las cosas, la señora Sheinbaum, como operadora política en las grandes ligas, fracasó en su primera prueba de verdad.
No es lo mismo ser una “Adelita” del CEU o una empleada del jefe de Gobierno para supervisar gastos escondidos y obras públicas o medio administrar una delegación donde –sin supervisiópn coinstructora—, se viene abajo una escuela y mata una veintena de niños en un sismo, que operar un partidol político en la ciudad y llevarlo a la victoria.
Nadie le pidió la conquista de las Galias, sólo conservar lo recibido. Nada más.
CSP le entrega malas cuentas a quien de todos modos la cuida y exculpa, al menos en público, durante el necesario y aparente discurso feliz, feliz del optimismo triunfalista mañanero. Pero eso, se admita o no desde ahora, le mueve a Don Andrés Manuel López Obrador el rompecabezas de la sucesión presidencial.
Los íntimos lo saben: al presidente le preocupa tanto la perdurabilidad de su movimiento, como haberlo incrustado en la historia reciente.
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El empuje nacional, de Morena podría hacer presidente de la República casi a cualquiera, incluida Claudia Sheinbaum como la Valentina Tereshkova de la carrera espacial. Aquí sería la carrera sexenal. La primera mujer.
Ella podría no ser la mejor opción, pero en estos tiempos de tantas mujeres en el poder (en esta jornada ganaron siete gobiernos estatales y ocho alcaldias en la CDMX, por ejemplo), sí tendría el bono femenino en su favor. La mejor opción de la propaganda de lo diferente e innovador.
Y por favor no empiecen ahora con alusiones a la misoginia, no estamos en Guerrero.