La jornada electoral del domingo fue legal, cívica, ordenada y quien sabe cuántas maravillas más. Eso dice el presidente LO, quien declara su felicidad, felicidad. Hasta los criminales de siempre se portaron bien. Nada más asesinaron a 200 personas, más o menos.
Sin embargo, su partido sufrió un descalabro capitalino de dimensiones catastróficas. El derrumbe tronó como trabe de Metro mal construido. Se les vinieron abajo las alcaldías más importantes, incluyendo esa donde se aloja la residencia presidencial.
Y si viviera en Los Pinos, también sabría de una administración ajena (y quizá adversa).
Pero el buen humor presidencial quedó empañado por su crónica vocación pendenciera. Los votantes de la CDMX decidieron por otras opciones políticas porque son clasistas, racistas y todo lo demás.
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¿Entonces por qué desde 1997 esta capital estuvo –para alinearse por la izquierda a la proletarización miserable de su mal servida administración? ¿Éramos clasistas cuando por obra y gracia de Ernesto Zedillo se le dio la candidatura a quien incumplía requisitos de nacimiento en el antiguo DF?
–¿Se merecen este análisis los habitantes de una ciudad tan generosa como para admitir gobiernos de veracruzanos, hidalguenses, mexiquenses, guanajuatenses y hasta un tabasqueño? Esta es la más incluyente de las ciudades mexicanas y quienes aquí nacimos, somos tan tolerantes como para tolerar casi todo.
Esta andanada rencorosa contra quienes le quitaron la mitad de la CDMX a Morena es doblemente inadmisible. Primero por torpe. Segundo, por inmerecida cuando proviene de un hombre en cuyas manos estuvo el gobierno urbano.
“…es muy difícil que el que tiene ya mentalidad conservadora aspiracionista esté de acuerdo, porque suele pasar que quien tiene esta mentalidad pues se vuelve egoísta, se vuelve clasista, incluso si viene de abajo se convierte en ladino, en racista, y absorbe todas las ideas o criterios conservadores, de que si hay pobreza es porque el pueblo no trabaja, de que para qué darle al pueblo, porque eso es populismo, eso es paternalismo y se quedan callados cuando se les da a los arriba, porque a eso le llaman fomento, rescate.
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“Pero es una mentalidad y entonces escuchan a Ferriz, a López-Dóriga, a ¿cómo se llama el…? Loret de Mola, leen el Reforma, le creen a Krauze, a Aguilar Camín, etcétera, etcétera, pues ahora sí que ¿qué podemos hacer?, que sigan su camino.
“Pero nosotros vamos a seguir polemizando, vamos a seguir sacudiendo conciencias, zarandeando para que se despierte, se entienda. Porque también cuando, como ayer ¿no?, la gente vota por que continúe el programa de transformación, llegan a imaginar, a pensar y a decir que:
“‘Es que el pueblo es ignorante’. No, es pueblo es sabio”.
La disyuntiva presidencial es polarizadora.
Poco antes de este rosario de superficialidades, había explicado cómo se debe trabajar más en la ciudad (en favor de su partido, lo cual en esencia no le corresponde), mediante la entrega de dádivas a los pobres, “a los más pobres, siempre a los pobres”.
“…Entonces —evoca–, viene la ola (del foxismo) y yo gano (el DF) con tres puntos de ventaja; si se hubiese tardado más la elección a lo mejor no ganaba, tres puntos nada más, porque lo de Fox, él ganó en la ciudad, pero con bastante margen; yo gano en la ciudad, pero yo me quedo en segundo lugar con relación a los votos que obtuvo Fox de candidato a la Presidencia.
“Pero ¿por qué salgo adelante o por qué gané?
“Porque, si analizan quiénes votaron por mí en ese entonces, fueron la gente pobre, la gente humilde”.
Los humildes (pronunciado con lejana reverencia), como “carne de cañón” o como muchedumbre de urna. Para eso sirven los pobres, para comprarles sus votos.
Morena, el partido de Esaú, como todos los partidos y gobiernos populistas, cuya derivación de dinero nunca sirve a la larga para nada, excepto para hacer mas pobres agradecidos o no.