El innecesario y grosero exabrupto del presidente de la República (no por la palabra carajo, sino por el desapego) para intentar una fracasada justificación de su desinterés por las víctimas de una tragedia enorme ocurrida en una ciudad alguna vez bajo su gobierno y administración, nos revela muchos de los peores rasgos de su personalidad.

El primero, el narcisismo: sentirse o creerse por encima de todo, hasta de los sentimientos. Se podría decir, los sentimientos a los cuales estaría obligado si en verdad fuera la encarnación de ese pueblo al cual, tantas veces se refiere en tono de transfiguración.

Nadie nos había dicho, yo ya no me pertenezco, yo soy del pueblo. El hombre cuya imagen no desea confusión con el pasado hipócrita de los falsos dolientes, pero tampoco con el dolor sincero. Un dolor ajeno.

Y cuando una parte de ese pueblo sufre, lo más sensato sería acudir en su auxilio, confortar, visitar, presentar respetos de cuerpo entero, con la cara al frente con la mirada en los ojos tristes d una mujer vida o huérfana de madre o de hijo.

Estos muertos no duelen. Nada más los de Iguala; esos sí, porque con sus cadáveres se puede criticar a los neoliberales. Pero aquí, con estos difuntos de la izquierda inepta, cuyo paso por la historia capitalina ha ido sembrando degradación urbana y precarización en la obra pública; esos no.

Estos me exhiben: los otros me sirven.

Con un poco de sinceridad solidaria, se borraría el mal recurso de los conservadores.

Ausentarse por un supuesto rechazo al estilo nunca fue tan inútil. Y mandar las cosas al carajo nunca fue tan vanidoso.

La obra desastrada, no tiene relación ninguna con el actual presidente. Sus entenados, cognados y favoritos, si la tienen. Y mucha. Y con ellos si es solidario. No con los afectados.

La doctora Sheinbaum, hábil para murmurar mentiras para salir de un. atolladero, ha prometido una investigación extranjera cuyos resultados dirán cualquier cosa menos la responsabilidad de quien desdeño el mantenimiento de las obras públicas y desoyó las advertencias acumuladas a lo largo de los años, no en estos pasos elevados, solamente, sino en todo el sistema de Transporte Colectivo arruinado hasta grados carachentos por la peor pandilla de ineptos de la historia urbana.

La incapaz señora Serranía, por ejemplo. Cada tres meses se le viene encima un accidente de mayores o menores proporciones y ella sigue teorizando en el vacío. Y sus jefes le aplauden porque con ella sucede (es un paralelismo, no una alusión), como ocurría con Somoza y su país bananero.

Cuando alguien harto de los excesos del viejo Somoza le dijo a Roosevelt, este es un hijo de puta, el presidente de los Estados Unidos, en pleno orgullo colonialista contestó: pues sí, pero es nuestro hijo de puta.

En este caso, sin asuntos maternos de por medio, Florencia Serranía es una inepta irresponsable, pero viene siendo la inepta e irresponsable de la 4T.

Por tanto, es intocable. Su fidelidad a la causa la mantiene fuera de todo peligro, de todo juicio civil o penal, de toda acusación por negligencia.

Pero de vuelta al desapego, al desdén. Al desprecio por los demás.

El presidente ha dicho no voy a prestarme a ese espectáculo de antes cuando los presidentes iban a tomarse la foto con enfermos, heridos y se hacían presentes en velorios o sanatorios. No es ese mi estilo.

Entonces ¿la ausencia es el estilo?

Del conde de Bufón (“el estilo es el hombre”) al halago de los bufones.

Cómo entendemos entonces los días de duelo nacional y las banderas a medio palo (como han hecho todos). ¿Eso fue también una hipocresía?

¿También lo es su paso deliberadamente abatido en el Zócalo cada 19 de septiembre en las primeras horas de la mañana con el toque de silencio y el pabellón nacional a la mitad?

Si eso es una repetición de la costumbre de los neoliberales entonces ha comulgado públicamente con la hostia de la hipocresía. ¿Cuándo sí y cuando no?

Nadie lo sabe.

Es como si alguien pidiera una relación sin pleitos con Estados Unidos, mientras ese mismo día expide una nota de protesta diplomática, acusando al gobierno americano de financiar un golpe de Estado.

Si no ha habido hipocresía, ni falso dolor para la foto pagada en los periódicos, tampoco hay una sincera empatía.

En lugar de ese montaje, aparecen las imágenes de quienes escriben, no fue un accidente, fue el Estado.

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Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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