Nos ha dicho el presidente tabasqueño, como antes dijeron todos sus predecesores: si la Constitución –tan conmemorada ella, tan promulgada cotidianamente en el santoral de los discursos–, impide las transformaciones de mi necesidad política, si me limita, me constriñe, me impide, me frena, entonces la cambio.
Eso mismo dijo Carlos Salinas de Gortari y le regresó a la SMI parte de sus privilegios; desvaneció la propiedad ejidal y privatizó puertos y aeropuertos; así habló Ernesto Zedillo y abrió el mercado eléctrico; así dijo Enrique Peña y creyó estar salvando a México con la segunda escrituración de los veneros del petróleo a las diabólicas hermanas extranjeras.
Es una paradoja revolucionaria.
En tiempos del general Cárdenas la expropiación de las instalaciones petroleras (nunca del petróleo, no se confunda lo gordo con lo hinchado) se precipitó por el desacato de los extranjeros a un laudo judicial, ahora los jueces y sus decisiones conforme a Derecho, son motivo para la furia presidencial.
Los jueces, sobre todo el férreo señor Juan Pablo Gómez Fierro, tan persistente y consistente en sus decisiones, porque no lo ha firmado una sino varias veces, y ha hecho extensivos los amparos en favor no solo de los promoventes, sino de todo aquel dedicado a las industrias cuya queja abrió el camino de la garantía, deben ser investigados.
–¿Qué tal si les encontramos un caso de acoso sexual durante la escuela secundaria?
O a lo mejor no declararon sus ganancias en la venta de una casa. Investiguen, hurguen, levanten las piedras, abran todas las ventanas; quien acuda presuroso a prestar servicios en contra del sabio designio del Señor Presidente (¿me estas oyendo, Santiago?) es de seguro un rapaz, corrupto, neoliberal, conservador, fufú, fifí y todo lo característico de quienes han hecho del cuello blanco (en este caso el negro birrete), el instrumento de su riqueza mal habida, porque toda riqueza excepto la mía tiene ese podrido origen.
Así pues, antes de caer en desacato (otra vez), mejor cambiamos la ley máxima pues para eso tenemos el máximo poder jamás visto en estas tierras, al menos durante los años recientes. Un Poder Legislativo convertido (como en los tiempos del mejor PRI), en la Secretaría de Asuntos Legislativos y Caprichos Legales del Poder Ejecutivo, con dos secretarios, uno en el Senado y otro en San Lázaro.
Pero esta facultad de jugar con la gelatinosa constitución, cuyas 742 modificaciones la han convertido en algo más allá del “pastiche”, en un texto kitch, obedece a algo muy sencillo: los mexicanos, en el fondo de nuestra alma, dentro del corazón bondadoso, comprendemos la ley como un obstáculo, no como una forma civilizada de vivir.
Esa percepción se acentúa por la burocracia. La corrupción, tan frecuente como resistente, sirve para remover esos obstáculos puestos por la burocracia (política o administrativa) para darle aprovechamiento al valladar y fertilizar un campo de siembra de sus privilegios y su poder.
Desde el poder para cerrar los ojos ante un infractor de tránsito o para modificar la constitución si se quiere darle un sentido u otro a la industria eléctrica nacional o se asume necesario crear un instituto propio de salud o se desaparece una corporación policiaca para crear una guardia militar. Todo cambia de acuerdo con el talante del Ejecutivo en turno.
La ley, y el país mismo, adoptan la forma del poder.
Es una vasija, un vaso, un ánfora o un tibor. Puede ser una jícara, un tazón, un cáliz o una bota, un odre o un guaje. El país será como lo quiera el Presidente.
Y dentro de seis años, o doce, o 18, cuando la ruleta del poder gire y señale a otros ganadores y la pomposamente autodenominada Cuarta Transformación sea apenas una avenida, como el Plan Sexenal; por ejemplo, y las apuestas regresen al tapete, alguien mandará dar el golpe de timón para volver la proa a otro rumbo y dirigir la nao ahora para allá, porque ya nos cansamos de llevarla para acá.
Por eso hemos sido Revolucionarios Institucionales, Nacionalistas Revolucionarios, Jacobinos, Papistas, clericales, Demócratas Cristianos, Liberales, Neoliberales, Monárquicos y Republicanos, Austeros Populistas y todo cuando con el camaleonismo nos ha ocurrido. Y esa es nuestra venerada Constitución, la piel de un camaleón.
Así, cada moda, cada estilo, cada corte palaciega (con y sin armiños) nos ha traído su constitución, su acta de nacimiento, su legalidad y su legitimidad prefabricada y de tanto pulirla, corregirla, mutilarla y olvidarla, la han echado a perder, pero al mismo tiempo le han dado una enorme aportación a la ciencia política: un país donde es preferible cambiar la constitución para no violarla, excepto en las partes no modificadas.
BANCOMEXT
El crédito de 150 millones de pesos otorgado por el Banco Nacional de Comercio Exterior a Epigmenio Ibarra, uno de los más notables ideólogos del régimen y productor de narco culebrones y entrevistas a modo, me recordó cuando acompañé a un amigo (eran los tiempos de la corrupción salinista) a firmar el crédito y recoger un cheque para fundar un periódico.
El director del Banco, en aquel caso el de Obras y Servicios Públicos, dijo sentencioso cuando mi amigo se deshacía en agradecimientos:
–“Mi mayor orgullo, y tu lo sabes, es seguir teniendo la confianza del Señor presidente en los asuntos que le interesan a él y a sus amigos”.
Hoy Epigmenio tiene fondos para “Argos” (¿nargos?), su productora (los tenía antes con Carlos Slim) y en el seno de la dicha familiar, una pluma cuyo talento ha ayudado a redactar la constitución moral de la Cuarta Transformación.
Con esa cifra Cabeza de Vaca pudo haber adquirido nueve ranchitos más en Soto la Marina, y no la pinchurrienta finca de apenas 14 Millones de pesos por la cual –entre otras cosas–, lo persiguen.
Dijo el ranchero: qué bonito es lo bonito…
ALERTA
–¿Y si en vez de correr a los chambones del servicio de alerta sísmica, nos olvidamos del negocio y cerramos ese inútil ruido para siempre?
Cuando tiembla no suena y cuando suena no tiembla. Parece un diagnóstico de López “Gatinflas”.
–0–