Quizá porque en febrero los helados vendavales nos confirman su locura y de marzo sólo vamos a recibir más de lo mismo, en este país cuya absurda condición se explica, alaba y resuelve toda en la incurable verbosidad de los políticos –de arriba a abajo, porque en eso no hay distinción, sólo repercusión– hemos recibido el más grande compendio surrealista de nuestra historia, y eso ya es mucho contar.
Hemos logrado hazañas singulares cuya dimensión anularía cualquier imaginación sobre la tierra. No hablemos ahora de nuestras magnas aportaciones a la ciencia, no. Dejemos eso para ocasión posterior.
Regocijémonos hoy todos juntos con la formación de un enorme ejército de auténtica salvación: diez mil brigadas para vacunar a quien sabe cuántos miles de personas en un disciplinado esfuerzo masivo integrado por observadores, “Servidores de la Nación”, (vividores de la dádiva), analistas, burócratas de registro, y hasta enfermeras y médicos quienes van a aplicar –algún día–, las inyecciones salvadoras.
Tenemos diez mil brigadas de vacunación y millones en circunstancia de morbilidad, pero nada más nos faltan las vacunas, las cuales son como el amor maravilloso para las señoritas solteronas: algún día va a llegar. O eso creen.
Así los explicadores y anunciadores nos hacen recorrer la geografía del mundo para detallar los afanes hasta ahora infructuosos. La India, Bélgica, Gran Bretaña, China, los Estados Unidos, Rusia y hasta Argentina. Miramos a todos los rumbos de la rosa de los vientos y nada más no llegan los fármacos.
Son como la comadre en el velorio: todos muy honrados, pero el rebozo no aparece.
Pero si logramos la hazaña de un programa de vacunación sin vacunas, no es menor el mérito de haber inaugurado un aeropuerto sin aeropuerto, hazaña casi de las dimensiones de aquella célebre rifa de un avión sin avión.
Pero la epopeya constructora se explica por sí misma: es la obra de ese tipo más grande del mundo, como si esa falsedad significase algo o tuviese algún mérito más allá de la maquinaria sobre los secos terregales de Tecámac, triste cementerio de mamuts cuyo prolongado sueño fue perturbado por los colmillos de una excavadora amarilla.
–¿Por qué siempre, para parecernos aceptable, la realidad necesita ser heroica, superlativa, vencedora en los mañosos campos de las comparaciones absurdas?
Por ejemplo. Somos –dice el Señor Presiente–, la bujía del crecimiento y el desarrollo de América del Norte.
¿De veras?
Si América del Norte esta formada por tres países, Canadá, Estados Unidos y este, pues la bujía se ve radicalmente enana junto a aquellos dos, especialmente el más cercano. Sin nosotros los Estados Unidos no tendrán ni crecimiento ni desarrollo, cosas añejas para ellos.
Porque desarrollo, desarrollo, ellos, cuyos hombres caminan en la Luna y pueden vacunar cada día un millón de personas porque sus laboratorios investigan, producen y venden vacunas; no las andan mendigando por medio planeta. Así nomás.
Nosotros nada más andamos en la Luna.
–¿Por qué sucede esto? ¿Por qué la intención crónica de asumir una grandeza imaginaria?
No quisiera intentar yo la explicación o el análisis. Mejor se lo pido a Edmundo O’ Gorman:
“… merced al sistemático descargo de la culpa propia, las grandes decisiones se toman las más de las veces a espaldas de la realidad histórica universal, induciendo al engaño de tomar por cierto y verdadero lo que –como tal– imagina el deseo.
“Un patológico nacionalismo, una complaciente auto estimación, un cómodo expiar las culpas sin asumirlas y un cegarse a la evidencia de la realidad, constituyen el oneroso lastre de una revolución…
“…todo, lo invadió una desorbitada glorificación de lo propio: los héroes, de tan heroicos, dejaron de ser hombres; un mexicano nunca tenía que pedir perdón, los pronunciamientos oficiales eran (son) infalibles, los desastres se convertían automáticamente en venturosos sucesos (como anillo al dedo), todo lo hecho en México estaba bien hecho (hasta las vacunas importadas) y los productos de la artesanía popular quedaron elevados al supremo rango de la sensibilidad estética…
“(…) a los grandes males, grandes discursos… cacoethes loquendi (compulsión por hablar)”.
Y cuando la realidad no se ajusta a las exigencias del discurso interminable, entonces se acude al más fácil de los recursos: mirar el espejo retrovisor y culpar a los de antes.
Todo tiempo pasado fue peor.
Cuando el Señor Presidente fue a Santa Lucia a inaugurar una pista militar en un viejo aeródromo de la Fuerza Aérea Mexicana fue a inaugurar lo ya existente y a celebrar lo inexistente, con una simple ampliación. Confundió una recta de cemento con un aeropuerto, a la manera de quien mira un diamante en el llano y se imagina un estadio; ve un muelle y se ilusiona con un puerto o confunde una bujía con un motor y una barraca con un ejército.
Ni siquiera son veranos de golondrina o garbanzos de medio kilo. Las cosas son como son, porque yo digo cómo son. Valen si lo determino yo. En mis dominios no se pone el rollo. Soy el creador y el tasador.
Como dijo Walt Whitman, quien por esta sola línea podría ser el poeta descriptivo de la tetramorfosis:
“I celebrate myself, and sing myself…” Me celebro y me canto a mi mismo…
“…Por todo lo que he expuesto, por todo lo que me nace de mi corazón, puedo decir que estoy optimista y que vamos a salir adelante, vamos a enfrentar y vamos a salir airosos, victoriosos, tanto de la crisis sanitaria como de la crisis económica y, lo más importante de todo, se va a consumar la Cuarta Transformación de la vida pública de México”.
Amen, pues. Quiera el todopoderoso cumplir con los deseos del casi todopoderoso.
Mientras tanto, revisemos algunos datos.
Si O’Gorman nos decía, a grandes males; grandes discursos, la realidad de hoy nos dice; a grandes males; grandes anuncios.
No importa cuantas veces se anuncie –y se incumpla– lo mismo, en todos los tonos, con distintos matices de elocuencia o si lo hacen Marcelo y López “Gatinflas” o es el propio jefe del Estado quien nos proporciona la buena nueva.
He aquí la más reciente, desde la tierra de Benito Juárez, sitio preferido del Señor Presidente para sus recorridos de fin de semana, porque con esta ya van veintidós visitas a Oaxaca, donde gobierna Alejandro Murat, comprometido con el proyecto Transístmico cuya culminación ha esperado casi un siglo.
«Quiero informarle al Gobernador Alejandro Murat –había dicho–, que ya en la semana, afortunadamente, ya la semana próxima, iniciamos la campaña de vacunación contra el Covid en Oaxaca y en todo el País.
«Vamos a darlo a conocer en Oaxaca (la capital), vamos a tener una conferencia por la mañana como se hace todos los días en Palacio Nacional. Se va a informar sobre el Plan Nacional de Vacunación, pero no sólo es dar la información, sino ya poder decir a ciencia cierta que el lunes empieza la vacunación en todo el País; y ya no se va a detener para proteger a nuestra gente de la pandemia del Covid…
Conforme a la Estrategia Nacional de Vacunación, presentada el viernes por el subsecretario Hugo López Gatell (“Gatinflas”, para los cuates), con los Secretarios de Salud estatales, este lunes se iniciará la vacunación de adultos mayores. 5.5 por ciento.
La vacunación se iniciará en las zonas rurales (donde la concentración poblacional es menor y menor el riesgo), y no en las áreas de mayor contagio, como las ciudades o el Metro y los transportes públicos, circunstancia cuestionada por algunos especialistas.
Pero quienes no entienden esta forma de hacer las cosas sólo quieren buscarle prietos al arrocito, porque les duele el trabajo del Señor Presidente, les ofenden su tino y claridad; los agrede su exactitud, su compromiso con el pueblo y sobre todo les escuece haber perdido los pútridos privilegios de opulencia para ellos y los suyos a lo largo del oscuro túnel del neoliberalismo económico y el priato político, falocéntrico y machista; patriarcal y misógino, durante cuya prolongada etapa callaron como momias y aplaudieron como focas.
No entienden algo tan simple: ya no es lo mismo.