Decía (dicen), Albert Einstein: además de la infinitud del universo, lo único interminable en el propio universo es la estupidez humana. Y yo agregaría si el sabio de Ulm me lo permitiera (y si no también), la propaganda política.
De una manera o de otra los gobiernos se sostienen por la propaganda. No habido un solo carente de los instrumentos a la mano en cada época de la historia para permanecer en el ánimo de sus gobernados (súbditos o ciudadanos), con una presencia permanente; abundantes recordatorios de la vigilancia del poder o la tutela del príncipe, el monarca o el presidente.
Uno de los más abrumadores símbolos de la presencia del poder en la vida cotidiana era el retrato de Rafael Leónidas Trujillo en todos los hogares de la República Dominicana, según nos recuerda Mario Vargas Llosa en “La fiesta del chivo”. El rostro macizo e impenetrable enmarcado con una leyenda: en esta casa manda Trujillo.
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Pocos se han atrevido a cosas tan obligatorias como imponer la contemplación de su efigie en todas las transacciones económicas de la vida diaria como hizo Franco en España. Su perfil amonedado en las pesetas de entonces (no existía el Euro), ornado por la leyenda “Caudillo de España por la gracia de Dios”.
Persuadidos por la elocuencia del paredón los españoles lo soportaron hasta su muerte.
En México no hemos llegado a tales extremos. Hace algunos años se trató de limitar el culto a la personalidad, pero nadie le hizo caso a fin de cuentas.
Hoy, como una comprobación de la ilimitada capacidad de la propaganda, se han presentado iniciativas en el Congreso para retirar estaturas y nomenclatura cuya memoria exalte a los conquistadores, los esclavistas, los contrarrevolucionarios y los conservadores. El primero en caer fue don Cristóbal Colón y eso a medias: de sus dos monumentos en la ciudad de México, nada más lo quitaron de uno.
Pero este afán de propaganda; o sea, la constante propagación, divulgación, de una idea, un principio político, una actitud ante las cosas, un proyecto personal o de partido, es una de las constantes invariables y excesivas de este gobierno cuyo credo se reparte por la nación sin rubores de ninguna especie.
La más visible de las diferencias tan presumidas entre este gobierno y los anteriores, es el indecoroso ejercicio de las facultades meta constitucionales del poder Ejecutivo. El presidente no admite su limitación partidaria en la práctica del poder. Se sabe caudillo y adalid de un movimiento incesante en pos del control total, capaz de trascenderlo a él mismo.
La Cuarta Transformación, rimbombante anhelo histórico, no se va a lograr en los cuatro escasos años por venir de su periodo.
Por eso estas palabras –cuya pronunciación lo habría escandalizado a él cuando era un opositor–, son motivo de aplauso y respaldo de los suyos, a la luz del día. Sin ambages, sin embozo, sin sordina. A grito pelón, pues:
“…Estamos hasta cierto punto orgullosos, porque se están reagrupando los conservadores y están intensificando sus ataques, esto significa que se va avanzando en el propósito de transformar a México.
“…están sucediendo cosas que nosotros ya sabíamos, pero que en la desesperación se están haciendo muy evidentes y de dominio público.
“Por ejemplo, aquí en Baja California tengo noticias, y no porque se lleve a cabo alguna actividad de espionaje, sino por los periódicos, por la prensa escrita, por las redes sociales, que están buscando una alianza el PRI y el PAN. Imagínense eso, realmente estamos viviendo un momento estelar en la historia de nuestro país.
“Hay veces que pasa mucho tiempo y no se mueve nada, como era antes; décadas, a veces siglos y había inmovilismo. Ahora hay muchos cambios en estos tiempos que nos tocó vivir, tiempos interesantes…
“…Esto es importante, el que, como lo hemos dicho siempre, que haya dos grandes agrupamientos, como ha sido la historia de México y la historia del mundo, dos corrientes: la corriente liberal y la corriente conservadora.
“Por eso ahora se están quitando las máscaras los que engañaban que eran distintos y se están uniendo. Qué bien que esto esté pasando, que no haya simulación, que no haya hipocresía.
“Por lo que a nosotros nos corresponde, vamos a respetar todas las expresiones políticas, sobre todo el derecho a disentir, pero también vamos a defender el que sigamos llevando a cabo la transformación que necesita México”.
–¿Y cómo se defiende la transformación que necesita México?
Ganando elecciones.