Conocemos la espiritualidad de la esperanza.
Sabemos de su poder como virtud, como resistencia del alma, pero también nos damos cuenta de su contradicción: la esperanza se tiene cuando no se tiene lo esperado.
Si se logra el sueño, si lo idealizado se hace realidad; si la fascinación se consigue y el espejismo se convierte en el oasis; si se le atina el premio de la lotería o del avionzote, entonces vuela la paloma. La esperanza siempre es irreal. No existe en sí misma, depende de la carencia.
La esperanza es como un puño cerrado: desaparece cuando abrimos la mano, dijo Dashiel Hammet.
Pero mejor pongámosle música a la cosa y dejémoslo en voz de Daniel Santos:
“Esperanza inútil flor de desconsuelo
“Porque me persigues, en mi soledad
“Porque no me dejas, ahogar mis anhelos
“En la amarga copa, de la realidad
“Porque no me matas con un desengaño
“Porque no me hieres, con un desamor
“Esperanza inútil, si ves que me engaño
“Porque no te mueres, porque no te mueres
“En mi corazón
“Esperanza inútil, si ves que me engaño
“Porque no te mueres, porque no te mueres
“En mi corazón…”
Esto viene a cuento porque el Señor Presidente, en uno más de sus monólogos desde el Palacio (el 6º) , ahora con la republicana escenografía del foro legislativo del 57 y una silla vacía como decorado de Ionesco, ha señalado como un logro histórico, la encendida llama de la esperanza.
En fin, en le trinidad teologal también tenemos fe y caridad.
He mencionado la silla vacía en el Recinto del 57 como huella ionesquiana, por aquella obra (Las sillas), en la cual un hombre y su mujer hablan con personajes ausentes, pues en su lugar sólo hay sillas vacías cuya cantidad aumenta y aumenta. Mientras más sillas, más vacío.
Obviamente el Señor Presidente no tiene ninguna relación con el teatro del absurdo, ni con el absurdo mismo, faltaba más, pero la escenografía escogida para este sexto mensaje en el cual se analizó lo analizado y se informó de lo ya sabido ante un auditorio de empleados suyos cuya atención en la penumbra es parte de su contrato y quizá también de sus convicciones y sus conveniencias, tuvo algo de surrealista.
Y la silla, ahí. Sola.
El acto declamatorio del Señor Presidente tuvo una definición heroica: recordar el triunfo de hace dos años, cuya victoria no fue electoral sino del pueblo. Ya sabemos, todo es el pueblo. También sirvió para catalogar cualquier triunfo opositor en las elecciones por venir: fraudulento por naturaleza.
No es imaginable un triunfo legítimo en favor de una causa ilegítima como resulta cualquiera de manifiesta adversidad a la IV-T. La oposición vive en la derrota moral. Ya lo ha dicho.
Y ante ese peligro, el Señor Presidente se asume como seguidor de Madero quien largó párrafos sobre la forma como se debe resguardar el sufragio.
Pero don Panchito no tenía, para eso, un INE como ahora existe. En fin.
Pero además del asunto de la esperanza y el sufragio, vale la pena analizar otros detalles sincréticos.
Se presenta el monólogo en un edificio cuya ornamentación esta llena de los signos masónicos del mundo juarista y en el texto se invocan figuras tan disímbolas como Madero, un espiritista fanático y Flores Magón, un anarquista delirante. Bueno, hasta Lope de Vega.
Pero en esa asamblea de símbolos, el Señor Presidente nos ha reglado otra de sus magnificas piezas de oratoria en cuyo proemio describió su sentimiento frente a la crítica:
«…No se espía ni persigue a nadie y la oposición se manifiesta con libertad. Nunca en más de un siglo se había insultado tanto a un presidente de la República y la respuesta ha sido la tolerancia y la no censura…”
Hay, digo yo, quienes en el disenso guardamos la premisa del respeto. Sin insultos, sin ofensas, sin injurias. Pero por algunos lo dirá el Señor Presidente.
Si a eso vamos, tampoco, en más de un siglo, ha habido un jefe de Estado tan recurrente en sus remoquetes en contra de quienes exhiben su desacuerdo. Hasta nos llama sicarios.
Pero ya metido en la historia, veamos cómo se defendía “El Ahuizote” (él mencionó a Juan Sarabia) en su tormentoso tiempo:
“…La libertad de imprenta no la debemos a la generosidad del Sr. Lerdo, es uno de los derechos del hombre y el Sr. Lerdo tiene la obligación de sostenerla y respetarla…”
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