La primera crisis interna del gobierno tetramorfósico fue traumática, cuando en julio de 2019 el entonces secretario de Hacienda, Carlos Urzúa en medio de la orgía austericida, despertó con su alerta de realidad a quienes soñaban con el paraíso de la concordia redentora de un equipo monolítico.
El monolítico fue exhibido como paralítico.
Con una crisis económica en puerta, cuyas dimensiones hoy nos tienen en el fondo (amlo, dixit) Urzúa se fue. Pero dejó estas palabras como clave de hasta dónde llegan la improvisación y la ignorancia en la administración:
«…Estoy convencido –firmó–, de que toda política económica debe realizarse con base en evidencia, cuidando los diversos efectos que ésta pueda tener y libre de todo extremismo, sea éste de derecha o de izquierda. Sin embargo, durante mi gestión las convicciones anteriores no encontraron eco…
«…Me resultó inaceptable la imposición de funcionarios que no tienen conocimiento de la Hacienda Pública».
Fanatismo e ignorancia. Dos factores graves.
Ahora, con la renuncia de Asa Cristina Laurell, una convencida entre las más fervientes lopezobradoristas, hay otras evidencias en el mismo sentido, pero en algo quizá más grave: la crisis de salud en medio de una epidemia de inusitada agresividad.
Con mi renuncia –dijo en una entrevista radiofónica con Joaquín López Dóriga, reproducida en su plataforma —, quiero decir que no tengo parte de corresponsabilidad en la política de salud que se está llevando en el país, dijo refiriéndose a este gobierno, estando, como estaba a su cargo, la rectoría del sistema de salud, en lo que fue ignorada por el titular de la SSA apoyado por el del INSABI, de quien dijo que se negó a ser evaluado por la subsecretaría a su cargo, y lo acusó de suspender sistemáticamente todas las reuniones de tal manera que no podíamos construir conjuntamente cómo iba a ser la prestación de servicios…
Pero no solo fueron esos empellones y bloqueos internos los causantes de su decepción y posterior renuncia-denuncia (como sucedió con Germán Martínez en el IMSS, otra parte sustantiva del sistema sanitario), sino la ignorancia de los encumbrados.
“…Del primero (Jorge Alcocer, secretario de Salud) dijo que es un investigador con cierta experiencia clínica, pero ajeno a la administración pública, que no dedicó mucho tiempo a tratar de entender qué es la secretaría de Salud ni cuál el papel que tiene que desempeñar; del segundo (Juan Antonio Ferrer, Director del Insabi), que es un arqueólogo que nunca ha trabajado en Salud que tampoco estudió cuáles son los problemas del sector. En ambos casos utilizó la palabra ignorantes, para describirlos…(JLD)”
Muy difícil debe haber sido para la doctora Asa abandonar este buque en el cual ha navegado antes con cierto éxito: ella rediseñó los servicios de Salud en la Ciudad de México cuando el SP era jefe de gobierno en la capital.
Por eso no tenía empacho en firmar como remate de sus artículos, como uno del pasado noviembre en el cual polemizaba con Julio Frenk ante el desmantelamiento del corruptible Seguro Popular:
“…El código de ética de la 4T es no mentir, no robar y no fallar al pueblo, código que hacía mucha falta, pero que muchos no han entendido y aún menos aplican”.
En esas condiciones la doctora Laurell ha probado algo: no basta el código de ética cuando se incumple el código sanitario.
Su renuncia lo deja muy claro el capricho dogmático y la improvisación son la constante.
Y los resultados están a la vista, al menos en cuanto a la epidemia: aumentan los casos; las cifras no empatan, los datos chocan entre sí, las fechas se manejan al capricho o la conveniencia de la agenda política; crecen la letalidad y la mortalidad y más de 24 mil cadáveres nos miran con los ojos muertos, mientras Hugo López Gatell y Jorge Alomía hacen cada noche un espectáculo de Polivoces.
Por eso todavía tiene caso leer a Asa Cristina:
“…Una parte importante de los Servicios Estatales de Salud (SESA) sufre limitaciones por falta de una planeación estratégica y de una organización que garanticen su gradual y sostenido mejoramiento. Para lograrlo es necesario tener un marco metodológico, con el fin de construir un modelo operativo sostenible…”
Obviamente la sustentabilidad de ese modelo operativo no está en el Insabi, el cual es un costoso y peligroso capricho, ni tampoco en la generalidad de los servicios de salud. Y no es por el abandono neoliberal sino por la incapacidad actual de ir a su rescate.