En los interminables días de la epidemia y sus resguardos, he podido leer un tomo imposible en los tiempos de la normalidad. Una edición maravillosa de Turner y el Fondo de Cultura Económica, sobre la vida de André Bretón y la historia del surrealismo, enciclopédica obra de Mark Polizzotti (Revolución de la mente), reunida en 700 paginas, cien de ellas para un inclemente apéndice de notas bibliográficas.
Todos sabemos cómo los surrealistas creían en el automatismo del lenguaje y en algunos momentos los significados detrás de la evidencia de las cosas. Y si bien muchos confundes el surrealismo con el absurdo, hay cosas maravillosas, como por ejemplo los juegos de palabras enlazadas, los “cadáveres exquisitos” (textos sucesivos entre un grupo en cuya ilación nadie conoce la idea anterior), y otros ensayos un tanto lúdicos y a veces infantiles, con las palabras y algunos objetos, cuyo final es un abierto desafío a la lógica formal.
Y uno de esos juegos es el anagrama. No lo inventaron los discípulos de Tzara ni de Aragón; Max Ernst o Leonora Carrington; pero lo usaron a veces con sorprendentes resultados.
El anagrama es la combinación de las letras de una palabra, cuya mezcla –tal si las letras se revolvieran como las fichas de un dominó–, produce otra con distinto significado. Por ejemplo, amor es Roma; monja es jamón.
Hoy, frente a la pandemia, este anagrama resulta sorprendente y estremecedor: China, hinca(al mundo).
Ahora bien, ¿las letras de un nombre describen bajo su apariencia rasgos de la persona así nombrada? Gómez de la Serna dice de un personaje, tenía cara de llamarse Casimiro. Es un poco como los juegos de la numerología y otras patrañas de ese mismo jaez. Pero no dejan de ser divertidas.
Cuando Bretón y Salvador Dalí riñeron debido al extremo publicitario del catalán enamorado del dinero (tanto como de Gala, la ex mujer de Eluard cuando medio París le ponía los cuernos a la otra mitad, todos contra todos), cuya conducta “frivolizaba” al movimiento, el papa surrealista la asestó este célebre anagrama:
Salvador Dalí: “Avida dólar”.
Por cierto, lejos de la ofensa, el pintor de los agudos bigotes dijo:
“–Esa es la única verdadera intuición que ha tenido Breton en toda su vida.”
Con ese ejemplo y la disponibilidad de tiempo, hice algunos anagramas de varios personajes del actual gobierno y el resultado es a veces sorprendente: hay una relativa descripción de las cualidades o estilos; definiciones producto de la aleatoriedad de las combinaciones de las vocales y las consonantes.
Por ejemplo, dos anagramas de Andrés Manuel López Obrador, resultaron así: “¡resanad pobreza; modulen rol”,o “ladren, maduren; robapozoles”,lo cual encaja perfectamente en la esencia de su discurso pobrista y de tendencias igualadoras. NO tanto como las del barzonista Ramírez Cuellar (“lazar mire cruel”), pero ahí se van…
Para Manuel Bartlett las letras en desorden produjeron este resultado: “multa te la traben”
No menos misterioso y divertido resulta el anagrama de Marcelo Ebrard Casaubón, “Bar cabra loca, muden eros”.
Para Olga Sánchez Cordero se revuelven las letras y se puede leer: “descolocar hogar Zen”.
Y en el caso de Zoe Robledo, pues su mejor anagrama resulta “O doblez roe”.
Obviamente en esta etapa de la epidémica (no epidérmica) IV-T es imposible en estos días omitir a los doctores: Jorge Alcocer y Hugo López-Gatell. R.
Para el primero el azar escribió: “Regalo cerco J”.
Y para el segundo, con todo y apellido materno (Ramírez) y con una licencia ortográfica, “grapar hulez mil; gelozote”.
Así pues para la maestra Sandoval, quien se recupera en su domicilio del infeccioso contagio, y desde ahí supervisa la función pública, la revoltura dice: “rima rendid; reos avalan”.
Pensaba hurgar en las letras de John Ackerman, quien sin ser integrante del gabinete es persona cercana a la “ideología” de la IV-T, pero el personaje me causó pereza. Mejor no. Habría salido algo así como, “Johan K. Mercan”.
Hay otros juegos con las letras, como aquellos acrósticos preparatorianos, cuya finalidad era darle orden vertical a las primeras letras de cada palabra en algo con anhelo de poesía; pero todas esas cosas, juguetes de la imaginación previos a la existencia del tic-tac o el Skype, sirven yanto como los crucigramas o el sudoku: para nada; para matar el tiempo.
Pero si usted quiere en verdad matar el tiempo, tome una pistola y métale dos tiros al reloj de su casa. Otros dos al calendario y si puede, uno más a la epidemia.
–0–