La escena es la puerta central de Palacio Nacional. 

La hora, cerca del mediodía. 

Los personajes: Porfirio Muñoz Ledo, gran presencia en la política nacional y el Director de Información de la Presidencia de la República, segundo en la Coordinación General de Comunicación Social.  El Presidente, Miguel de la Madrid.

–“Oiga, que bueno que lo veo”, dice Muñoz Ledo. Le correspondo el saludo.

–“Estamos formando un grupo de análisis y discusión política en el partido. Se trata de un esfuerzo de renovación hasta doctrinaria. Convendría alguien de dentro para participar. Lo invito a reunirse con el grupo”.

Obviamente de esas reuniones sobrevendría la “Corriente Democrática”. Y con ella la declinación del PRI y el nacimiento del PRD. Años más tarde Morena. 

–Como usted sabe, Porfirio –le dije–, no puedo participar en reuniones de índole estrictamente política sin el conocimiento superior. El Presidente tendría que saberlo. Pero, gracias, yo le informo”.

–“Claro, lo entiendo y así debe ser. Gracias”.

Al llegar a la oficina hablé con mis superiores. Les conté el encuentro y la charla. 

–No te metas en esas cosas. Porfirio está loco.

–Perdón, pero yo creo –argumenté–, que conviene estar dentro para conocer todos sus movimientos y sus proyectos. Si esto creciera, podría dividir al partido.”

–Tú no te preocupes de eso. Déjalo. No te metas”.

El asunto, para mi, quedó olvidado y ni siquiera hablé con Muñoz Ledo para explicarle. No tenía sentido. Él entendería las razones de mi silencio.

Poco tiempo después me ordenaron hablarle a un discreto colaborador. Un escritor con  el seudónimo de Pedro Baroja, quien escribía un artículo semanal en “Excélsior”.

–Llámale a tu amigo Baroja y dile que suene a Porfirio. Se está pasando”. 

Baroja cumplió su cometido y le metió un rapapolvos al insumiso. 

Días después, en medio del tradicional tumulto, en la Sala de Armas de la Magdalena Mixhuca, se celebraba el “Desayuno de la Unidad Revolucionaria”. 

–Buenos días, Don Fidel. 

–Buenos días, compañero. 

Todo el PRI en pleno, todos los expertos en abrazos falsos, todos los saludadores de profesión. Las tarjetas intercambiadas a cada paso. Te llamo, hermano, nos vemos pronto, tenemos una comida pendiente. Yo te aviso. Cuando la vida no necesitaba selfies ni mensajes de wsp. Por ahí caminaban “peseteros” y sacaplanas. no había “blogs”. Dos rubias de notorio silicón, apenas disimulaban el deterioro de la noche anterior. Presurosas buscaban al licenciado X., quien les había prometido algo… 

La ley de la oferta y la demanda.

De pronto me topo con Muñoz Ledo. Venía hecho una furia.

–Óigame, eso no se vale. Yo lo invito a un esfuerzo político serio y usted me suelta un “barojazo” infame”.

–Porfirio, no mire usted a Los Pinos. Mejor vea para Insurgentes”. 

A pocos metros, con la parsimonia impuesta por su tonelaje, Juan Saldaña, secretario de Prensa y Propaganda del CEN del PRI, caminaba marchoso rumbo a la sala. Con veloz carrera, Muñoz Ledo lo atajó. Y le sorrajó un rotundo, “eres un cabrón, Juan”. 

Saldaña se sonrojó. Porfirio le gritoneaba cosas incomprensibles. ¿Baroja? Como pudo se desembarazó del furibundo quien volteó rápidamente la cabeza buscándome. No me iba a encontrar. Yo ya estaba  en mi automóvil. 

Después vino aquel episodio de la interpelación en la Cámara de Diputados. Los golpes arteros de Xicoténcatl Leyva y Miguel Ángel Barberena contra el profano diputado capaz de faltarle al respeto al Presidente. Ambos, Xico y Barberena, lograron sendos gobiernos estatales. Uno en BC y el otro en Aguascalientes. 

Con el paso del tiempo Porfirio y yo hicimos si no una amistad, sí una buena relación. Alguna comida juntos, buen trato. Entrevistas para la radio, para la TV. 

Vengamos al presente.

Si bien la escena en la cual el diputado PML alzó la banda presidencial como si elevara el  Santísimo antes de ungir al actual presidente me pareció teatral y exagerada, no lo fue tanto como esa transfiguración del Presidente, poseedor desde ese momento de una condición casi divina con la cual quiso alabar a López. O.

Pero ese desliz lagotero ha quedado compensado con sus opiniones en torno a la sumisión a los Estados Unidos y ahora con la denuncia sobre el atropello constitucional para manejar el dinero nacional como si esto fuera una finca de bananos.  

No cualquiera tiene una oportunidad de culminar su vida política de manera tan digna. No cualquiera. 

No cantan igual el cisne y el ganso. 

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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