No se les veía caminar por las calles de la mañana oscura, cuando el tímido sol ni siquiera se asomaba a saludar al día.
Era extraño no verlas.
Era como si a un cuadro le faltaran trazos, como si el lienzo de cada cuadra tuviera un hueco o hubiera un hueco cuyo vacío no se llenara, como una presencia sugerida o invocada pero no había nadie en la esquina del autobús, ni tampoco en la fila de pacientes en el hospital de la avenida Doctor Vértiz cuyo portón se atiborra de lunes a sábado, todos los lunes y todos los sábados, menos ayer, como si la enfermedad también se hubiera tomado la ocasión de protestar por la violencia.
Y así sucedía también en las afueras del Centro Médico. Quizá iban a llegar más tarde o nunca, pero tan temprano como las primeras horas de la jornada, no se veía a tantas con sus suéteres verdes y sus zapatos blancos y por eso la ciudad parecía un pájaro con una sola ala; los lentes se habían vuelto monóculos y las bicicletas monociclos.
Parecía como si las camisas no tuvieran ojales, ni zapatos los cordones. Nada tan difícil como bailar en un tacón o manejar un automóvil sin volante o sin un par de ruedas, hacer un edificio sin ventanas, una jeringa sin líquido y un salón de belleza sin peinados ni clientela.
Puertas cerradas y negocios sin dependientas.
La dentista canceló sus citas y la señora del aseo se quedó en Toluca.
No importa si hubo algunas obligadas por la condición de su trabajo, como esa joven de falda sugerida apenas cuyo trabajo de sexo servidora en la calzada de Tlalpan, no se detuvo ni siquiera en el fragor de la protesta femenina (si; fui a la marcha pero si no vengo, pues…), pero a fin de cuentas no se logra nunca el absoluto en nada, pero lo importante e insólito ha sido este paro femenino, esta ausencia masiva, esta fuerza simbólica, si se quiere, pero cuyo éxito consiste exactamente en haberse convocado y en haberse logrado así haya sido parcialmente, pues nunca antes había habido un paro de mujeres en el empleo y en la calle, aun cuando en las mismas ausencias se reflejen las disparidades generadoras de la marcha dominical y el paro del lunes.
Por ejemplo, las empresas gasolineras dispusieron para sus estaciones de servicio, la tolerancia a quien no quisiera acudir al empleo de pasarse el día aspirando vapores de nafta a cambio solamente de las propinas. En el extremo hipócrita han declarado públicamente su adhesión a la justa causa del mujerío.
–¿Sueldo?
–¡Ay!, señor, aquí en Hidrosina nos dicen que quien quiera venir, venga y quien no, puede faltar sin represalias. Nomás faltaba porque ni sueldo tenemos. En vez de solidaridad con las mujeres en paro, nos deberían dar contrato, prestaciones, seguridad social. Primero lo consiguieron las sirvientas en casas particulares que nosotros…
Y en la esquina de Niza e Insurgentes las mujeres policías se afanan con una circulación medianamente menguada. La solidaridad de la regencia se acabó en las declaraciones. Las mujeres de uniforme nada de eso supieron a pesar de cómo las felicitó con enjundia y emoción el Señor Presidente por haber soportado los golpes, injurias y empellones de las violentas anarquistas del domingo.
Pero esta convocatoria a la ausencia es muy superior a los blancos espacios de las columnistas y articulistas de los diarios. Por cierto, el texto de ayer de algunas de ellas, ha sido el mejor, más elocuente y significativo de toda su hemeroteca.
Superada esa digresión, vale la pena reflexionar en un hecho: estos dos días de explosión femenina, han cubierto simultáneamente, una extensión territorial, como ni ninguna otra movilización social reciente en la historia de México. Ni el movimiento estudiantil del 68, ni las rebeliones médica, ferrocarrilera o magisterial; han cubierto de golpe todo el país de la manera como ocurrió en la tarde de las jacarandas marchosas.
Si bien muchos se preguntan por la utilidad inmediata de todo esto y se han encontrado, todos, con la misma respuesta: no va a pasar nada, vale decir lo contrario. Ya ha pasado algo, porque en la sociología se entiende cómo lo primero para un cambio es mencionarlo, anhelarlo, ensayarlo en proporciones pequeñas, hasta lograr en plazos más o menos largos, el inicio del cambio definitivo.
Y si esto es obra de los “conservadores”, nos debemos preguntar:
¿De verdad hay tantos?