Hasta la hora de redactar esta columna México no había planteado –ni sugerido–, el rompimiento total de las relaciones diplomáticas con Bolivia aunque entre ambas naciones haya una ruptura política quizá definitiva. O por lo menos muy prolongada.
En el comunicado de la Secretaría de Relaciones Exteriores de ayer por la mañana, se afirma algo tan importante como el descubrimiento de la rueda: el conflicto con La Paz, cuya cima actual es la declaratoria de persona “non grata” para nuestra embajadora, María Teresa Mercado, es de índole política.
¿De veras?
Modestamente esta columna le envía sus aplausos a la SRE por tanta sabiduría.
Esta pieza, en la cual se elogian los méritos y distinciones en la carrera de la embajadora Mercado, a quien se mandó llamar de inmediato, con lo cual la sede queda en manos de Ana Luis, elucida el misterio:
“…El gobierno de México confirma que el actuar de nuestra embajadora, quien ingresó al Servicio Exterior Mexicano en 1982 y ha obtenido condecoraciones de naciones como Dinamarca y (los) Países Bajos, siempre cumplió con los principios de política exterior consagrados en la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos y en el derecho internacional (lo cual ni a cuento viene), por lo que considera que esta decisión es de carácter político.»
Ante tal perspicacia uno se pregunta cuáles han sido los errores cometidos por ambas partes. El más grave, por la parte mexicana, fue erigirse en protector, abogado y “manager” de Evo Morales.
El segundo hacer un “dream team” diplomático con la señora Borreguero, la ministra de la embajada española allá, para intentar (dicen los bolivianos), sacar de contrabando a los asilados, bajo el disfraz de una “·visita de cortesía”. Por esa inverosímil buena educación, los bolivianos expulsaron también al cónsul español, Álvaro Fernández.
Y el tercer error sería no saber cómo proceder ahora, especialmente cuando ya se ha demandado la intervención de la Corte Internacional de Justicia.
Si se rompen las relaciones, los asilados quedarían en un riesgo mayor y si se mantiene “ad infinitum” esta imaginaria “normalidad”, México quedaría en condiciones frágiles. Un paso consecuente sería declarar también “non grato” al jefe boliviano de misión aquí.
Quizás a la luz de todas estas circunstancias ahora sea más comprensible la revelación del Señor Presidente quien (27 de noviembre) incluyó el asilo a Evo, como uno de los cinco puntos más difíciles en la historia de su primer año de gobierno. El misterio consiste en no saber por qué nos empeñamos en proteger a Evo de tan distinguida y diligente manera.
¿De veras nos debería importar tanto este caballero?
El argumento humanitario es un lindo pretexto, pero tan falso como un billete de tres pesos. México deporta anualmente (por decisión de Washington) a decenas de miles de desplazados migrantes, muchos en peligro de muerte en sus países de origen, pero lo compromete todo por un populista depuesto, a siete mil kilómetros de distancia.
Pero las cosas de antaño no se remedian hogaño.
Si ese asilo, en las excesivas condiciones de caricias en las mejillas y tapetes rojos en el aeropuerto, fue un error diplomático; si la tolerancia y el estímulo al activismo del retorno de un presidente en fuga, fueron riesgosas, ya no se puede hacer nada por componerlas, excepto lo ya decidido: echar a Evo Morales quien se ha convertido en una papa caliente para medio mundo, excepto para el gobierno argentino y su inevitable vocación por el tango.
Sacar de aquí a Evo, medio compuso el pasado, pero lo de ahora es otra cosa.
El comunicado de la Cancillería dice una mentira: la embajada seguirá operando con normalidad. Falso.
La “normalidad” burocrática bajo acoso y expulsiones no es la condición funcional de una sede diplomática. Cuando alguien echa a la embajadora de un país, ha roto con muchas cosas, entre ellas, la normalidad.
Pero hoy la diplomacia aquí y allá se ha equivocado. Los errores mexicanos han sido los ya dichos. Los bolivianos han sido otros, producto de la inestabilidad tras la renuncia del presidente Morales.
El diario ”La razón”, de La Paz, decía, cuando la crisis no había escalado a estas alturas:
“…es evidente que las relaciones entre México y Bolivia están severamente dañadas, probablemente más por la torpeza de las autoridades a cargo de la seguridad que por falta de pericia de los equipos diplomáticos. Resolver el entuerto corresponde a estos últimos”.
Todo cae ahora en la ineptitud de su cancillería. El entuerto se quedará ciego.
*¡Feliz Año Nuevo!