Fascinantes la vida y la muerte de Felipe Ángeles.

Ejemplar su estoicismo frente el paredón de fusilamiento donde fue asesinado en 1919. Sangre de fecundidad, le llamó a la suya.

Ayer el  Señor Presidente recordó la muerte del general e insistióen darle su nombre al futuro aeropuerto de Santa Lucía, precisamente cuando pasará de aeródromo militar a terminal civil de aviación. Cosas de la mitología aplicada. En fin, cada quien  sus mitos y sus fetiches.

Pero hoy vale más la lectura de Nelly Campobello, una de las mejores y menos conocidas escritoras del país. Su texto sobre la muerte del cañonero, es estrujante.

“…Interrogó la mesa grande, dijo algo de Felipe Ángeles.

“Se levanta el prisionero, con las manos cruzadas por detrás. (Digo exactamente lo que más se me quedó grabado, no acordándome de palabras raras, nombres que yo no comprendí.)

“—Antes de todo –dijo Ángeles–, deseo darle las gracias al coronel Otero por las atenciones que ha tenido conmigo, este traje –un traje color café, que le nadaba– me lo mandó para que pudiera presentarme ante ustedes.

“–Se abrió de brazos para que pudieran ver que le quedaba grande. Nadie le contestó. Él siguió–:

“–Sé que me van a matar, QUIEREN MATARME; este no es un Consejo de Guerra. Para un Consejo de Guerra se necesita esto y esto, tantos generales, tantos de esto y tanto más para acá –y les contaba con los dedos, palabras difíciles que yo no me acuerdo–.

“–No por mi culpa van a morir –dijo señalando a los otros acusados–; este chiquillo, que su único delito es que me iba a ver para que le curara una pierna, y este otro muchacho; ellos no tienen más culpa que haber estado junto conmigo en el momento que me aprehendieron. Yo andaba con Villa porque era mi amigo; al irme con él para la sierra fue para aplacarlo, yo le discutía y le pude quitar muchas cosas de la cabeza.

“En una ocasión discutimos una noche entera, varias veces quiso sacar la pistola, estábamos en X rancho, nos amaneció, todos creían que yo estaba muerto al otro día.

“— ¿Y llama usted labor pacífica andar saqueando casas y quemando pueblos como lo hicieron en ciudad Juárez? –dijo el hombre de las polainas, creo que era Escobar. Ángeles negó; el de las polainas, con voz gruesa, gritó–:

–Yo mismo los combatí.

“Hablaron bastante, no recuerdo qué, lo que sí tengo presente fue cuando Ángeles les dijo que estaban reunidos sin ser un Consejo de Guerra. Yo e, yo i, yo o, y habló de New York, de México, de Francia, del mundo. Como hablaba de artillería y cañones, yo creí que el nombre de sus cañones era New York, etcétera… el cordón de hombres oía, oía, oía…

Mamá se enojó, dijo:

“— ¿No ven que dicen que Villa puede entrar de un momento a otro hasta el teatro, para librar a Ángeles? La matazón que habrá será terrible.

“Nos encerraron; ya no pudimos oír hablar al señor del traje café. Ya lo habían fusilado. Fui con Mamá a verlo, no estaba dentro de la caja, tenía un traje negro y unos algodones en las orejas, los ojos bien cerrados, la cara como cansada de haber estado hablando los días que duró el Consejo de Guerra (creo que fueron tres días).

“Pepita Chacón estuvo platicando con Mamá, no le perdí palabra. Estuvo a verlo la noche anterior, estaba cenando pollo, le dio mucho gusto cuando la vio; se conocían de años. Cuando vio el traje negro dejado en una silla, preguntó:

“–¿Quién mandó esto?”

“–Alguien le dijo: “La familia Revilla.”

“–Para qué se molestan, ellos están muy mal, a mí me pueden enterrar con éste”, y lo decía lentamente tomando su café.

“Que cuando se despidieron, le dijo:

“–Oiga, Pepita, ¿y aquella señora que usted me presentó un día en su casa?”

 “–Se murió, general, está en el cielo, allá me la saluda.”

“Pepita le aseguró a Mamá que Ángeles, con una sonrisita caballerosa, contestó:

“–Sí, la saludaré con mucho gusto.”

El aeropuerto, a pesar de su disparatada invención, se va a construir. Sin duda. No va a resolver problema alguno, eso también se sabe. Será un  elefante blanco en poco tiempo. Obviamente. Y será hecho base de derrumbar amparos

Casualmente  el aeropuerto de Mérida se llama Manuel Crescencio Rejón, padre del amparo jurídico mexicano.

Tampoco poco sabía de aviones don Manuel Crescencio Rejón.  

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Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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