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Tengo frente a mis ojos una impresionante edición facsimilar de uno de los más importante periódicos en la historia de México. El renacimiento, periódico literario. México 1869. Es una obra ciclópea hecha en el año1993 por la Universidad Nacional Autónoma de México.

El creador de esta maravilla de la arqueología periodística mexicana, Huberto Batis, dice en la introducción, cuya intensidad científica y crítica es ya una obra en sí misma:

“Altamirano supo recoger lo mejor del liberalismo en El renacimiento: el equilibrio, la escuela de moderación, la concordia o conciliación de fuerzas, la tolerancia y el cosmopolitismo… las ideas nacionalistas hablaron de la afirmación e integración del individuo en la comunidad. Los sueños de grandeza nacional y de justicia social habían dejado en claro que el Estado existía para el individuo, un Estado que vieron siempre como intérprete y realizador, y para el que pudieron exigir al pueblo docilidad”.

Todo esto tiene ahora importancia por dos razones. La primera, por la olvidada enseñanza del periodismo de Ignacio Manuel Altamirano y la línea directa de descendencia de las publicaciones culturales (cuánta falta nos hace hoy pensar así). La segunda, por el justo reconocimiento a la labor de este empecinado promotor cultural y literario, el maestro Huberto Batis quien ayer recibió la medalla de oro del INBA, premio otorgado recientemente a creadores de otro orden, poetas y ensayistas como José Emilio Pacheco, Alí Chumacero y Eduardo Lizalde.

Veo otro libro (Por sus comas los conoceréis, pertenece a la colección “Periodismo cultural” del Conaculta ) y en él hay una conmovedora fotografía: en la mesa de trabajo Fernando Benítez revisa materiales para el suplemento Sábado del desaparecido diario unomasuno. Junto a él, Huberto parece meditar mientras se adivina en su mano el inclemente lápiz del corrector infalible.

En el año 1999 me fue ofrecida la dirección de unomasuno, diario en cuya fundación participé en el año 1977. Volví a encontrarme con Huberto.

“A mí se me complicó la, salud —cuenta Batis de aquellos tiempos—, y, por consiguiente, ‘lo gruñón’, con todas las secuelas que prefiguran que la demencia precoz se me ha adelantado en verde vejez”.

En uno de esos arranques de gruñido integral, Batis tuvo un altercado con un trabajador del periódico. El asunto, de dimensiones menores en verdad, llegó hasta mi escritorio. La condición siempre inestable de un periódico, amenazaba con hacer más grande el problema. El dirigente sindical prometía un escándalo ante el atropello contra un trabajador por parte de un directivo del diario. El muchacho agraviado por el “ogro literario” exageraba su relato y me decía: “me quiso ahorcar”.

Intervine y fui a ver a Batis a su “batizcueva”, una oficina demencial de cuyos detalles luego diré algo. Hablamos y me contó la versión de su iracundia. Ya ni chingas, le dije. Después le hice una pregunta:

—¿Cómo le haces, Huberto para convivir con esa mezcla de temperamentos? De pronto pareces Jorge Luis Borges y al rato te comportas como El Cavernario Galindo. —Nos reímos y la cosa quedó en paz.

Por eso hoy me ha dado risa leer la dedicatoria de su compendio: “Para mi amigo Rafael Cardona, en el fin del milenio, deseándole felicidad en el futuro y que conserve su buen humor siempre. unomasuno diciembre del 2000. Huberto Batis ¡El Cavernario Galindo!”.

Ayer muchos amigos suyos y de las letras se reunieron para saludar a este periodista irrepetible, a quien Bellas Artes le ha ofrecido un homenaje de oro. Ya en el año 2000 en la misma sala Manuel M. Ponce se le habían ofrecido laureles. En una de esas ocasiones Juan García Ponce dijo (en voz de Roberto Vallarino):

“Estoy seguro de que (tu vida) está dedicada a hacer cultura, no solo como maestro de literatura, sino también en el hecho de que predicando con el ejemplo consideras la cultura como algo libre, abierto, con múltiples facetas, cuya principal obligación es resultar tan viva, fecunda y variada como la existencia.”

La oficina de Batis era en sí misma una escenografía del caos. Miles de papeles, fotografías, periódicos viejos, deshojados y apilados, encimados en torres de insólito equilibrio en un aire polvoriento y envejecido con apariencia de bodega o bazar, apenas dejaban ver a un hombre cuyo escritorio había desaparecido en el amontonamiento, y quien para trabajar en la revisión y lectura usaba una tabla sobre las piernas.

A un lado, como único objeto completamente visible, lampareado y todo, estaba “El diván”. Un sofá bisabuelo cuyo mérito era haber alojado todos los nalgatorios femeninos de las promesas de la literatura mexicana. Batis fotografiaba a las visitantes en posturas sugerentes, cachondas y medio “exóticas” cuya aparente falta de pudor apenas insinuaba las urgencias de un viejo “verde”.

Ahí Huberto hacía un suplemento sin erratas, sin censura ni línea. Vivía en la anarquía de su desorden libertario y buscaba los errores de todos los autores. ¿Talento? ¿Estilo? ¿Erudición?

—Revísalos a todos, “por sus comas los conoceréis”, decía este hombre cuya única heterodoxia eran la gramática y el rigor. ¡Ah! y la devoción por sus amigos.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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