Quizás, además de los años acumulados,  haya otra forma de medir la edad. 

El tiempo indefinible e indescifrable es también la suma de las ausencias, no solamente de los días.

Hay quien cree en la vida como la sucesión acumulativa de las horas; pero en ciertos momentos nos damos cuenta cómo  vivir también es restar. 

La vida es tener y también es perder. Anhelar y recordar lo perdido.

Hace apenas unos días evocaba en esta columna al inolvidable Manuel Buendía, cuando recibí una columna  periodística en su memoria, cuyo texto me obsequia con frecuencia Miguel Ángel Sánchez de Armas. En ella me dice, o nos dice a sus lectores (cito la cita):

“Ni siquiera el último día de su vida, un verdadero periodista puede  considerar que llegó a la cumbre de la sabiduría y la destreza. Imagino a uno de estos auténticos reporteros en pleno tránsito de esta vida a la otra y lamentándose  así para sus adentros: Hoy he descubierto algo importante, pero… ¡lástima que ya  no tenga tiempo para contarlo!”

“Un hombre comprometido y eficaz. Un periodista preocupado por definir el  oficio: “El periodismo no nos permite vivir de ‘lo que fue’, de ‘lo que el viento se  llevó’.

¡Al contrario: nos obliga a vivir para lo que es. Un periodista no puede permitir que sus amigos le organicen, como a un pintor, exposiciones  retrospectivas.

“Tampoco podemos arrullarnos, como las viejas actrices, en la nostalgia del  álbum fotográfico o en el recuerdo de aquellas marquesinas que bordaban nuestro  nombre con foquitos de colores.

“Ni andamos por ahí como los veteranos de una  guerra ya olvidada, luciendo antiguas condecoraciones y un atuendo pasado de  moda.

“Los periodistas, como el combatiente sin relevo, vivimos y morimos con el  uniforme de campaña puesto y el fusil humeante entre las manos.

“Dicho de otro modo menos melodramático: los militantes del periodismo –  por vocación y por destino- tenemos que ser, aquí y ahora; y para nosotros ser  significa publicar, hacernos oír, ya sea desde una gran cadena de periódicos, o en  unamodestísima revista provinciana y hasta en una simple hoja volandera…”

Y casualmente cuando se cumplía el trigésimo quinto aniversario de su asesinato, murió de muerte natural Benjamín Wong Castañeda, cuya desaparición me lleva irremediablemente a pensar en aquel su amigo, Fausto Zapata, muerto hace pocos años.

Lord Byron dice en uno de sus poemas románticos: “…y  mis hermanos con la Grecia han muerto…”

Ni Fausto, ni Wong, ni Manuel fueron mis hermanos, en un sentido real. Pero fueron mis compañeros, mis amigos y en el caso de este último, un generoso mentor cuando más lo necesitaba.

–Venga, Rafael, vamos a ver a Wong.

Y fuimos a “El sol de México”. La enorme oficina de Benjamín se quedó sola. El y yo junto a una fuente de tranquilo patiecito interior. Me ofreció formar parte de un  grupo especial de reporteros adscritos al mando de la dirección, alejados de la rutina de la jefatura de información. Acepté de inmediato, sólo para renunciar a los dos meses o menos, porque el dueño de la Organización Editorial Mexicana echó a Wong y puso en su lugar a Mario Moya Palencia.

En seis meses yo había salido de dos periódicos: de “Excélsior”, cuando intervino Luis Echeverría y de “El sol de México” cuando Mario Vásquez Raña cesó a Wong por un editorial en cuyo texto se mencionaba desfavorablemente al secretario de la Defensa Nacional.

Salí a la calle con él y un grupo pequeño. Lourdes Galaz, Carmen Lira (a quien después acompañaría a fundar “unomásuno” y por cuya gestión tuve  trabajo con Teresa Struck) y Gerardo Bolaños.

Benjamín fue generoso y comprensivo. Trabajamos juntos poco tiempo, pero fue una buena etapa. Su decencia su caballerosidad y su dominio del oficio, han sido buenos recuerdos a lo largo de estos años.

BOMBA

La costumbre de suajar con un rectángulo las hojas de un libro proviene, obviamente,  de la vida carcelaria. Por ahí deberían buscar también los investigadores del paquete disfrazado de tomo rojo con el cual asustaron y causaron lesiones –por fortuna menores–, a la senadora Citlalli Hernández.

Y también el episodio debería servir para tener un  verdadero sistema de seguridad en el Senado, donde al parecer es posible meter tianguis, ferias, puestos de mole, exposiciones de cuadros horribles y hasta paquetes tronadores, tan explosivos como los discursos de Martí  Batres.

ROMO

¿De veras Poncho Romo busca el cese? Su diagnóstico del apretón suena excesivo y desleal.

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Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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