La actitud actual de Nava en cuanto a la derrota en Yucatán, frente a la cual se niega a firmar el reconocimiento, casi como se negaban frente a su jefe todos los perredistas y algunos afines en el año 2006, no es otra cosa sino la desesperada búsqueda de conservar el empleo
Tal y como se preveía, el Partido Acción Nacional perdió las elecciones en Mérida y en otros lugares de Yucatán. El PRI se quedó con la joya de la corona y, además, con la mayoría de los puestos en el Congreso local y más de la mitad de los ayuntamientos peninsulares.
El PAN perdió primero el gobierno del estado y ahora en cascada le vienen más derrotas. Se halla en el fondo del cenote y, además del amargo sabor de la derrota a Nava, le queda un problema en el regazo: su gestión se encamina por el mismo infructuoso sendero de ineptitud de Germán Martínez.
Dicho de otro modo, Germán perdió Yucatán; Nava perdió Mérida. Hasta en eso hay proporciones.
El ataque de furia de César Nava no obedece a la derrota política nada más. Se trata de un problema de valoración personal, de autoestima. Bastante lastimado había salido cuando los problemas familiares lo orillaron a la separación y el Presidente lo retiró del equipo íntimo en Los Pinos, como para soportar con estoicismo absoluto el desdén de Fernando Gómez Mont, quien no lo quiso —ni lo querrá nunca— en la Secretaría de Gobernación.
Su estado de ánimo mejoró cuando fue postulado por Acción Nacional para un distrito “seguro” para convertirse en diputado federal en San Lázaro, donde sufrió un nuevo revés: su condición de representante de mayoría no le alcanzó para verse favorecido por Felipe Calderón con la coordinación de los diputados azules. Ese privilegio se le otorgó a Josefina Vázquez Mota, quien de golpe y porrazo se alzó con un liderazgo impuesto.
Pero la vida a veces da cosas buenas y, en medio de los escándalos políticos, César Nava halló la promesa de una nueva vida de la mano de una señorita filarmónica y hermosa, llamada Patylu, quien como todos sabemos ha engrosado el catálogo de la música inmortal del mundo con la inspirada canción de “La vaca Tomasa”.
Pero la actitud actual de Nava en cuanto a la derrota en Yucatán, frente a la cual se niega a firmar el reconocimiento, casi como se negaban frente a su jefe todos los perredistas y algunos afines en el año 2006, no es otra cosa sino la desesperada búsqueda de conservar el empleo.
Ya supo cómo Calderón se las gasta cuando la lumbre de la indignación le llega a los aparejos de la tolerancia y no quiere comenzar una nueva vida con la fama de haber perdido todas o la mayoría de las elecciones. Y para cuidar su imagen y su decoro hace muchas cosas. Algunas desconocidas, pero otras públicas, como redactar en El Universal en el espacio heredado de Martínez.
Ahí, nos ha dejado otras muestras de su proclividad por la filarmonía y la música. La primera de ellas hace unos días, cuando le “respondió” a Ulises Ruiz en el arranque de la campaña electoral de Gabino Cué en Oaxaca.
“Pero como le dijimos el domingo pasado —argumentó—, no encontrará en nosotros ni rencor, ni violencia, ni revancha. A la provocación, responderemos con el llamado a la concordia. Al fuego de los tambores de guerra, contestaremos con la música del tambor y la chirimía. A la violencia, opondremos la vieja y terca receta que nos legó Gómez Morín; replicaremos con las mejores armas, porque no tenemos otras ni las hay mejores: el valor de la palabra empeñada y la sentencia inapelable del voto ciudadano”.
Personalmente no me imagino a Gómez Morín con música de chirimía, pues muy lejos estaba el chihuahuense de frecuentar grupos de huehuenche o colocarse el penacho de los “concheros”; pero valga, pues, como una licencia musical y política. Más o menos como la de ayer en el mismo diario, donde debidamente coronada con una frase del politólogo internacional más importante del panismo, Joaquín Sabina, Nava pone:
“Los incentivos para abandonar los espacios de participación pública son enormes. La tentación de ceder a la amenaza y al chantaje es recurrente. Nuestros candidatos arriesgan mucho más que su carrera, su patrimonio o su buen nombre. Algunos ponen en riesgo su integridad física, su vida y la vida de sus hijos. Se requiere ser valiente y mucho más. Hacen falta convicciones a toda prueba, en el espíritu más genuino de aquél llamado de Gómez Morín que nos recuerda el verdadero sentido de la actividad política: “Aquí nadie viene a ganar ni a obtener, sino a decidir lo que es mejor para México”.
Así pues quedan las enseñanzas. De Sabina se aprende: “…Que ser valiente no salga tan caro, que ser cobarde no valga la pena…”, verso de una canción a dos voces con Chavela Vargas. De Gómez Morín se adquiere el consejo: no se ganan elecciones, se decide lo mejor para México.
Obviamente, los recursos políticos no se han acabado, les queda el tribunal federal electoral donde la maestra María del Carmen Alanís hará todo lo posible por repetir los disparates interesados (como en el caso de Aguascalientes), con los cuales decora su gestión: servirle a quien la puso en el cargo.