El gran embajador Rafael de la Colina, dotado, entre otras cosas, de un enorme sentido del humor, me decía: la no intervención es simplemente no meterse en el pleito conyugal de los vecinos y saber cuándo acepta uno ir a cenar a su casa o pone un pretexto para no acudir, pero no los divorcia.
En ese sentido la llamada “Doctrina Estrada”, obra de Don Genaro es muy clara: no se trata –en algún o de sus aspectos–, de reconocer gobiernos; se trata de sostener, o no, relaciones con un gobierno.
Algo así acaba de suceder con la impugnada toma de posesión de Maduro. Al menos impugnada por el acuerdo de Lima del cual México ha sido firmante y del cual se ha retirado (prácticamente), hace unos días.
Revisemos.
Hoy Venezuela es un país al borde una crisis crónica.
Los problemas generados por la audacia opulenta del comandante Hugo Chávez han sido llevados a los extremos más absurdos por el presidente Nicolás Maduro, quien ha destruido el orden jurídico de ese país y ha puesto la economía en niveles de infra subsistencia, en medio de una crisis migratoria sin solución visible.
Pero la “no intervención”, ahora invocada para fraternizar con Maduro (la foto del despacho presidencial el día de la toma de posesión del Presidente López Obrador lo prueba), es –en estas condiciones–, una forma de respaldo.
Esa fotografía fue posible por un cambio en la agenda del visitante. Como los opositores aun existentes en el Congreso ya habían desplegado mantas de rechazo contra Maduro, el gobierno decidió sacarlo del riesgo y llevarlo al lugar más seguro de todos, donde nadie lo molestaría ni con el pétalo de una crítica: el despacho presidencial.
Sin embargo México, había firmado la ya conocida declaración limeña (mayo 18), la cual dice, entre otras cosas:
“Los gobiernos de Argentina, Brasil, Canadá, Chile, Colombia, Costa Rica, Guatemala, Guyana, Honduras, México, Panamá, Paraguay, Perú y Santa Lucía, expresan lo siguiente:
1. No reconoce la legitimidad del proceso electoral desarrollado en la República Bolivariana de Venezuela que concluyó el pasado 20 de mayo, por no cumplir con los estándares internacionales de un proceso democrático, libre, justo y transparente.
2. Acuerdan reducir el nivel de sus relaciones diplomáticas con Venezuela…
3. Reiteran su preocupación por la profundización de la crisis política, económica, social y humanitaria que ha deteriorado la vida en Venezuela, que se ve reflejada en la migración masiva de venezolanos… y en la perdida de la instituciones democráticas, el estado de derecho y la falta de garantías y libertades políticas de los ciudadanos…”
“…6. Deploran la grave situación humanitaria en Venezuela y tomando en cuenta las implicaciones en materia de salud pública para toda la región (proponen)… ”
Obviamente el acuerdo tiene una extensión mucho mayor y muchos párrafos han sido suprimidos por razones de espacio, pero lo firmado por México hace incomprensibles dos cosas: primero, la insistencia en cerrar los ojos a una realidad previamente reconocida y (a última hora) los recursos diplomáticos para cumplir sin confirmar similitudes políticas. Nadie de primer nivel (todo se queda en un encargado de negocios — Juan Manuel Nungaray–, ni siquiera un embajador, porque no hay dado el cambio de gobierno), acompañará al presidente Maduro, a quien se le ayuda con el gesto de incumplir el acuerdo limeño.
En ese sentido es interesante esta visión:
“ (El país).- México ha consolidado el giro ideológico en su política exterior que había adelantado el triunfo de Andrés Manuel López Obrador.
“El país se ha negado este viernes a sumarse a 13 naciones del Grupo de Lima que han rechazado (porque la elección celebrada el 20 de mayo de 2018 fue “ilegítima”), el nuevo Gobierno de Nicolás Maduro en Venezuela”.
“Los cancilleres, reunidos en Perú, han concluido que no reconocerán el nuevo mandato del régimen venezolano, según el comunicado conjunto que ha sido desairado por la Administración de López Obrador”.
–¿Es esto en verdad un viraje ideológicoen materia de política exterior? No lo creo.
NO puede haber una política hacia dentro y otra hacia fuera. El mismo presidente lo ha dicho (“Tercer Grado”. 4.5.18):
«…(En Venezuela) no están bien las cosas, (pero) no podría yo calificarlo así (como una dictadura). No, es que no me meto con ningún gobierno extranjero…
“…Yo siento que la mejor política exterior es la interior. Vamos a limpiar nuestra casa», dijo al ser cuestionado sobre el país sudamericano”.