Sin prejuicio alguno se puede decir, el sexenio ya se manchó.
Imposible adjudicar culpas por un accidente cuyas causas se desconocen, pero difícil, también, olvidar el contexto de encono vigente entre el gobierno federal y el estatal poblano.
Martha Erika Alonso, cuyo gobierno conyugal fue posible por las negociaciones internas en Acción Nacional, no fue una extensión del mandato de Rafael Moreno Valle (qepd), sino una concesión de Ricardo Anaya. Fue la solución para darle fluidez a la candidatura federal del PAN.
Pero esa maniobra fue impugnada políticamente desde el principio por Morena; Miguel Barbosa, su opositor electoral y abierto enemigo y el propio presidente (entonces) electo, López Obrador, quien dijo en agosto, antes del Tribunal Electoral: para nosotros el gobernador de Puebla es Miguel Barbosa.
Y todavía, después del complejo proceso ya en el Tribunal Federal, cuyos miembros se trenzaron en un una batalla, de oscuras maniobras por parte del magistrado José Luis Vargas Valdez, quien filtró, la resolución antes de ofrecerla al pleno de la barra –para presionar en su favor–, lo cual no impresionó a la presidenta del TEPJF, Janina Otálora, cuyo voto le dio el gobierno de Martha Erika Alonso, a quien el presidente le negó siquiera una visita “dadas las condiciones actuales”, según dijo.
Pues esas condiciones y esas actitudes; esas declaraciones y ese clima tenso –generado por Barbosa y Morena–, por el cual la desparecida gobernadora no pudo ni siquiera rendir juramento en el Congreso Local, se vuelven ahora como una ola de suspicacia. Inmerecida, quizá, pero existente.
Lo malo de las percepciones y las sospechas, es su existencia más allá de la lógica o la verdad. Basta con tenerlas. Son como los celos o las corazonadas, algo alejado del razonamiento. Como la fe, como tantas otras cosas de la vida.
Y los resultados de todo esto, son visibles. Ahora.
La caída del helicóptero Augusta (algo así como un Rolls-Royce de los autogiros), genera un escozor social particularmente tóxico para el gobierno federal.
Tanto como para impulsar al presidente a tomar por su cuenta el tweeter y enviar mensajes desde muy temprano, con la confirmación cautelosa del percance y la promesa –posterior– de investigar y actuar en consecuencia.
“Estoy recibiendo información –decía el primer mensaje cerca de las 18 horas–, de un accidente en Puebla por desplome de un helicóptero. Por confirmar que iban la gobernadora Martha Erika Alonso y el ex gobernador Rafael Moreno Valle. He ordenado a todo el gobierno actuar de inmediato”.
No se sabe realmente cómo podía actuar en esos momentos –o en otros–, todo el gobierno, pues es un conjunto administrativo de cientos de miles de personas, pero dejémoslo en el énfasis de una respuesta contundente. Todo el gobierno. Bueno.
Poco después el mensaje fue este:
“En lo personal, mi más profundo pésame a los familiares del senador Rafael Moreno Valle y de su esposa, la gobernadora de Puebla Martha Érika Alonso. Como autoridad, asumo el compromiso de investigar las causas; decir la verdad sobre lo sucedido y actuar en consecuencia”.
¿Cuándo se ofrece investigar la verdad sobre lo sucedido y actuar en consecuencia, se presume una consecuencia punible?
O simplemente se le sopla al jocoque de la opinión pública ya escaldada y herida por las quemazones de accidentes similares en el pasado cuyas explicaciones nadie ha creído jamás.
Por ejemplo, el accidente en el cual murió Ramón Martín Huerta con un grupo de colaboradores, nunca tuvo una investigación suficiente para aclarar el misterio de cómo su cuerpo fue hallado, sin quemaduras, 150 metros antes del lugar del impacto y el incendio fatales cuya combustión desapareció los cuerpos y dejó ataúdes vacíos en el homenaje en el Campo Marte.
Tampoco se supo convincentemente cómo murió Carlos Madrazo. La única versión no refutada es la de su hijo Roberto, huérfano de padre y madre desde aquel aciago junio de 1969. Oscuros son los accidentes de Caritino Maldonado (1971) y Francisco Blake Mora (2011).
Si mucho revisamos tampoco hubo conformidad con las versiones del percance carretero en el cual murió Clouthier (1989).
La lista de la desconfianza es muy larga.
Moctezuma, no murió de una pedrada rencorosa y Obregón, llevaba más de trece balazos con diferentes trayectorias. Carranza se suicidó antes de ser tiroteado en Tlaxcalantongo y algunos siguen dudando la identidad de Mario Aburto o la mosca ventilada de Mouriño.
Lo mismo va a suceder en este caso. Nadie lo va a creer.