El Plan de Seguridad y Pacificación del Presidente Electo, Andrés Manuel López Obrador, de cuya aplicación dependerá la reconquista de una tranquilidad extraviada en el país de los cementerios frecuentes, de las fosas como pozos horribles en cada potrero, en cada prado silvestre, en cada ribera o río; en las cuevas y las barrancas, está basado en una aplicación marxista de la historia y el aprovechamiento —además—, del invento de Franz Kolb, quien en 1880 creó la plastilina.

El marxismo histórico al cual ahora se refiere esta columna como fuente de inspiración del proyecto de Morena, no tiene relación con Karl Marx, quien en 1848 lanzó al mundo el fantasma del Manifiesto Comunista y nos advirtió de la ya cumplida dictadura proletaria como ya sucede en muchos sectores de la actual política triunfante nacional.

No, el marxismo de Morena es el de Groucho Marx quien se hizo inmortal, entre otras cosas, por aquella famosa expresión sobre los principios y las mudanzas.

—Éstos son mis principios —dijo—, pero si no le gustan, tengo otros”.

Groucho dijo lo anterior, por cierto, en una escena de la cinta Sopa de ganso, la cual no debe confundirse con la advertencia, “me canso ganso”.

Como sea, este nuevo marxismo se sirve del invento de Kolb. Si los principios de muchas constituciones se han llamado “pétreos”, precisamente por su condición de inmovilidad o modificación, la Constitución Mexicana, desde el esperpento de 1857 (una vil copia de la Constitución estadunidense, mal traducida y peor aplicada), hasta la vigente ahora (si puede ser vigente algo deformado por las cerca de 570 modificaciones durante una centuria), ha sido hecha en plastilina. Siempre moldeable al capricho del presidente en turno, quien entre sus potencias no escritas ejerce ésta: hacer de la Constitución su traje de calle, su smoking o su camisola.

Porque en este país donde el carpintero surrealista construye bancos en perspectiva, siempre se cumple la Constitución, pero sólo después de haberla ajustado a la necesidad del cambio político propuesto.

Así lo han hecho todos los jefes de Estado, quienes la hacen subir y bajar, la cortan las mangas, le ponen guayabera, le cuelgan listones o la cambian y soban hasta lograr que ella se ajuste a su conducta, y no, su comportamiento a la ley.

—¿No lo permite la Constitución? Pues hacemos otra, como los principios de Groucho, como la sopa de ganso o como la Carabina de Ambrosio.

Pero este hábito no es exclusivo, de ninguna manera, de Morena. El siempre habilidoso constructor de retruécanos, César Camacho, quien alguna vez fue presidente del extinto Partido Revolucionario Institucional, celebraba el centenario constitucional con una frase: los mexicanos hemos cambiado la Constitución, para no cambiar de Constitución.

Hoy, el país se enfrenta a una realidad: la presencia del Ejército en las calles, con todos sus inconvenientes y sus pocas ventajas, porque las Fuerzas Armadas están impedidas de actuar como tales, se debe a la falta de policías estatales capaces de poner el orden y a una Policía Federal insuficiente y a menudo atrapada en los lazos de la complicidad.

Por so motivo se hizo necesario sustituirlas (hace dos sexenios), por los militares, disciplinados y eficientes, cuyos peores enemigos no son los delincuentes, sino los “civilistas” ­cuyo grito en el cielo los ha convertido de protectores sociales en represores del pueblo.

Pero como no hay de otros, ni los habrá en un futuro cercano (ni lejano, me atrevo a decir), ahora vemos simultáneamente un fenómeno digno del absurdo de Alfred Jarry: la acusada inconstitucionalidad de las Fuerzas Armadas en las calles, demostrada por la Corte con el abatimiento de la Ley de Seguridad Interior, se va a extinguir haciendo otra constitucionalidad, frente a la cual ni la Corte ni nadie podrá oponerse.

La fraseología de la Cuarta Transformación ha dicho, en voz de Olga Sánchez Cordero, exministra de la SCJN, la maravilla de ser y no ser.

Será una policía militar pero no estará militarizada. No, “pos sí”.

Y en este sentido vale la pena revisar el planteamiento del Presidente Electo, quien hace juegos celestiales dignos del Cirque du Soleil, para explicar sus intenciones de pacificación:

“Por otro lado, teníamos la opción de buscar el apoyo, el respaldo de las Fuerzas Armadas. Eran dos opciones. Al final de cuentas, la política siempre es optar entre inconvenientes, y tiene uno que tomar decisiones”.

Aquí bien vale la pena detenerse un poco. Si la política es la opción entre dos inconvenientes, esta elección resulta inconveniente. Menos o más.

Pero lo importante es la frase final: “tiene uno que tomar decisiones”.

Y precisamente en eso radica el ejercicio del poder. En tomar decisiones, ponerlas en práctica y administrar las consecuencias, cosa extraña en quien casi al mismo tiempo anuncia otra consulta palmípeda (como el ganso), para pedirles a otros la autorización de decidir sobre una decena de programas como la siembra de arbolitos en la selva, o las vías de los ferrocarriles.

Pero no se consulta la militarización de las fuerzas de seguridad pública en un un país lleno de sangre y muerte. Eso, por fortuna, se decide por una sola razón: porque se puede y porque se debe.

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Cumple Alejandro Murat con su Segundo Informe de Gobierno en Oaxaca. Le agradece el respaldo al presidente Enrique Peña Nieto; reconoce la importancia de su solidaridad y enlista una serie de avances en la administración del estado.

Pero hay tiempo para un mensaje político: veo en el presidente electo Andrés Manuel López Obrador, a un hombre que mira al sur.

Y cómo no, si uno de los proyectos puestos a consulta, en paquete, es el Ferrocarril del Istmo.

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Tal y como en esta columna se anticipó hace días, el método Franz Kolb se va a aplicar en la ley de los organismos paraestatales, de forma tal como para darle al segundo Paco Ignacio Taibo la oportunidad de dirigir el Fondo de Cultura Económica.

La encargada de Morena para eliminar el requisito de mexicanidad territorial, fue la senadora Minerva Citlalli Hernández, quien presentó un proyecto de plastilina para cambiar la ley y darle oportunidad al novelista e historiador de hacerse con el cargo, allá en el hermoso edificio del Pedregal, construido como casi toda la obra pública de esa época por Teodoro González de León.

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Y si se habla de arquitectos, uno mira el obeso edificio en forma de mofle (un cilindro ovalado) en la esquina de Avenida Chapultepec y Enrico Martínez, y difícilmente comprende cómo alguien pudo hacer algo tan horrendo y fallidamente vanguardista. Desproporcionado, ajustado a fuerza en un predio demasiado estrecho, con los límites a la orilla de las banquetas, sin mérito visual.

Pero cuando se entera uno del premio de Bellas Artes, para quien diseñó tan espantosa cosa, entiende cada vez menos.

Ha sido la última medalla del INBA en este gobierno, lo cual no fue obstáculo para derramar, una vez más, el tepache con los favoritismos, amiguismos y cuotas, en este caso para Enrique Norten.

Un esperpento

Pero por fortuna puede ir al Museo de Arte Contemporáneo de la UNAM (MUAC) y admirar el talento puro de Zaha Hadid.

La diferencia entre una lámpara de miel de Siracusa y una batea de babas.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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