Como si se tratara de algo importante en verdad, mi amigo de muchos (mochos) años, panista de muchas batallas, me dijo en un corredor de la Cámara de Diputados:
—Vas a ver, se va a poner bueno.
En ese momento no lo sabía pero más tarde me di cuenta de la travesura panista. Llevados por la encendida oratoria de la siempre bien educada diputada Dávila y en un injusto ejercicio de oposición, los azules tomaron la tribuna de San Lázaro y desplegaron una manta en la cual Andrés Manuel aparece con la boina roja de los paracaidistas de Hugo Chávez, el comandante bolivariano cuyo paso por la historia de Venezuela es sabido de sobra y no requiere mayores comentarios.
Más allá de la condescendencia con la cual se deben recibir estos pataleos opositores, en cuyo repertorio ningún recurso supera la toma de tribuna, como en sus tiempos hicieron los morenistas de hoy, los panistas yerran.
Resulta una falsedad acusar a López Obrador de ser un dictador. No puede serlo (aunque ignoremos cuántas ideas pasen por su cabeza), cuando ni siquiera ha tenido oportunidad para tal. No ha gobernado un solo día y ya es un Porfirio Díaz en potencia o en presencia, según esa manta.
Y el grito de “es un error (horror) tener un dictador”, es tan idiota como el de sus ufanos oponentes para quienes, desde la independencia del Poder Legislativo, es un honor estar con tal señor a quien sin tono ni cuadratura, le cantan “Las mañanitas”.
San Lázaro sigue siendo una pena, especialmente ahora, cuando el debate se coloca en dos extremos intransitables.
Los opositores, cuya exigua cantidad los inhabilita para formar siquiera un contrapeso (los panistas delirantes entre Chávez y Maduro; los priistas inexistentes), exigen lo imposible y acusan de lo probable. Y los “morenistas” resuelven todo con la cantaleta aburridora de los treinta millones de votos para su jefe. Ya chole. Si no tienen otros argumentos, no deberían utilizar el resultado electoral como una chequera en blanco.
Pero en algo tienen razón las protestas, no hay posibilidad de contrapesos, al menos no desde un Poder Legislativo en cuya doctrina de orgullo está la vocación cantora de los días de cumpleaños de don Andrés, quien en trance místico nacionalista ha declarado en su fecha de aniversario:
—“…Yo ya no me pertenezco; soy de la Nación”, casi como Carlos Pellicer dijo de Morelos: “…y te hiciste comer de los humildes…”
Pero si el generalísimo nos legó “Los Sentimientos de la Nación”, los diputados de Morena nos entregan los sentimientos de la canción. Y estas son las mañanitas…
Así pues, los diputados han renegado de representar al pueblo para adular un día sí y otro también al hombre de los 30 millones de votos, mientras el PAN lo ataca por ser un dictador sin haber siquiera asumido el cargo.
DEL PASO
Posiblemente una de las más grande obras de la literatura mexicana sea Noticias del imperio, de Fernando del Paso.
Gigantesca fronda arborescencia infinita, el monólogo de Carlota Amalia es una de las piezas más bellas de nuestro idioma en cualquier época.
La monumental obra de Del Paso no necesita análisis ni calificación. Su lectura es deleitosa, su erudición notable, su estilo maravilloso. Hoy, de Fernando no quedan muchas cosas por decir, pero leer esto en voz alta, es escuchar los más altos tonos de la lengua española:
“…Yo soy María Carlota Amelia Victoria Clementina Leopoldina, sobrina del Príncipe Joinville y prima del Conde de París, hermana del Duque de Brabante que fue Rey de Bélgica y conquistador del Congo y hermana del Conde de Flandes, en cuyos brazos aprendí a bailar, cuando tenía diez años, a la sombra de los espinos en flor. Yo soy Carlota Amelia, mujer de Fernando Maximiliano José, Archiduque de Austria, Príncipe de Hungría y de Bohemia, Conde de Habsburgo, Príncipe de Lorena, Emperador de México y Rey del Mundo, que nació en el Palacio Imperial de Schönbrunn y fue el primer descendiente de los Reyes Católicos Fernando e Isabel que cruzó el mar océano y pisó las tierras de América, y que mandó construir para mí a la orilla del Adriático un palacio blanco que miraba al mar y otro día me llevó a México a vivir a un castillo gris que miraba al valle y a los volcanes cubiertos de nieve, y que una mañana de junio de hace muchos años murió fusilado en la ciudad de Querétaro…”.