Dentro de 19 días, Andrés Manuel López Obrador recibirá la investidura y las herramientas completas para proseguir un mandato presidencial cuyo ensayo y ejercicio ya ha practicado durante los estrepitosos meses de la transición en los cuales nos ha ofrecido una garantía: no se van a aburrir.
El oficiante de su propia catedral, el arquitecto de una “Cuarta Transformación” existente ahora nada más en los discursos heredados de la propaganda electoral y la llamativa oferta renovadora en los audaces extremos de la oratoria política, tendrá a partir de entonces las herramientas impensadas hasta en sus mejores anhelos y más caros sueños, para hacer y deshacer, pero siempre en el filo del desafío.
Andrés Manuel tiene una natural vocación para agitar las aguas, estremecer el viento y sacudir la tierra.
Su carrera política es eso: un oleaje permanente, una inestabilidad hasta cuando ha operado desde un gobierno; una pugna en puerta cada día, ya sea para pelear contra un desafuero constitucional o por el establecimiento de un horario; el precio de la leche subsidiada, la construcción de los segundos pisos del Periférico o la cancelación de un costoso
aeropuerto.
Todo puede ser llevado al púlpito o al
cuadrilátero.
Andrés Manuel ha sido un gladiador cuyas heridas lo fortalecieron. A diferencia de otros luchadores sociales (usemos tan pomposo eufemismo para denominar al agitador político, se llame Lenin o Espartaco), Andrés Manuel nunca conoció la cárcel. No fue Mandela, ni Juárez, ni Madero.
Dentro de19 días, con una concentración de poder como no se conocía desde los tiempos emergentes del priismo y su secuela caudillista partidaria (Calles, Cárdenas), Andrés Manuel repetirá en el Zócalo la fiesta de aquel abril de 2005, cuando fue desaforado hasta el extremo del arrepentimiento, originado cuando una multitud decidida a cualquier cosa —si recibía una voz de combate— lo arropó y acompañó después de un fulgurante discurso de palabras como pedradas contra una vitrina.
“… Por eso, y por ninguna otra causa, nos quieren atajar y me quieren quitar mis derechos políticos con miras a las elecciones de 2006. Quienes me difaman, calumnian y acusan son los que se creen amos y señores de México. Son los que en verdad dominan, mandan en las cúpulas del PRI y del PAN. Son los que mantienen a toda costa una política antipopular y entreguista. Son los que ambicionan las privatizaciones del petróleo y la industria
eléctrica… ”
Diecinueve días para mirar —con una íntima satisfacción de triunfo personal— los dos edificios en los cuales ha ejercido el poder. El viejo Ayuntamiento de la Ciudad y el Palacio Nacional.
Pero mientras eso sucede, las cosas ocurren como para conjurar, de ahora y para siempre, el aburrimiento. Los días de la transición no han permitido un minuto de hastío y el juego político del cambio de gobierno se ha dado entre la displicente cortesía al Presidente en retirada y la delimitación de las parcelas.
Como un agrimensor exacto, Andrés Manuel les ha dicho, uno a uno a los grupos de poder; industriales, constructores, banqueros y demás, los límites los pongo yo. El poder es mío y el florero no existe. Les ha puesto a todos una cuerda en el cuello y ha probado hasta dónde puede apretar y cuándo aflojar. Ha sometido a los medios y a los poderes fácticos. Nada más le falta el crimen organizado.
Así ha logrado desafiar a los constructores del aeropuerto, a quienes serenó con palabras de alivio como si fueran —una a una— las hojas de una alcachofa, y tranquilizar a los mercaderes cuya prematura alarma derrumbó la bolsa la semana anterior, con una pérdida de cientos de millones de pesos en la repentina desazón por un cambio de reglas para las comisiones bancarias, promovidas desde el Senado y anuladas, después, desde la casa de Chihuahua y Monterrey.
No tiene caso insistir, y seguramente López Obrador lo sabe, con las palabras de André Malraux: “el poder no consiste en que yo te pueda matar; consiste en que creas que yo te puedo matar”.
Así pues, las aguas se agitan, dentro y fuera, porque dentro de Morena también se han sacudido las aguas, mientras la señora Olga Sánchez Cordero nos ofrece el paraíso de la cannabis.
A poco de haber sido presentadas las iniciativas bancarias, por así englobarlas; una del impresentable Benjamín Robles para confiscar las reservas del Banco de México, y otra de Ricardo Monreal (quien ya había hecho algo similar en San Lázaro), el futuro secretario de Hacienda, Carlos Urzúa, leyó un documento preciso y sin posibilidades de confusión, con garantías al sistema financiero nacional, con base en la plena autonomía, intocable, del Banco Central, y en el cual le pide a los legisladores (a Monreal, pues) no meterse en asuntos de esta naturaleza sin antes llegar a un acuerdo con las autoridades financieras, para no agitar sin sentido el avispero ni hacer olas peligrosas cuando todo está apenas por comenzar.
Pero como las palabras de Urzúa no fueron suficientes, vinieron entonces las de Andrés Manuel, quien puso como ejemplo de respeto a la banca, su reunión con Ana Botín, quien como todos sabemos y en concordancia con su apellido, es la presidenta del Banco Santander.
Ofreció no tocar en el primer trienio de su mandato las condiciones actuales de la operación bancaria (del segundo no habló), y como por ensalmo la bolsa logró estabilidad, la paridad cambiaria con el dólar volvió a una tranquila condición de 20 pesos, promedio, y Ricardo Monreal sintió el amargo sabor de la desautorización porque a estas alturas de la vida no va uno a andar creyendo en la absoluta independencia del Poder Legislativo, especialmente cuando la coordinación de la mayoría de Morena surge de las decisiones de Morena, no del Poder Legislativo mismo.
Y como si fuera necesario insistir, quedan las palabras de Yeidckol Polevnsky, quien le niega su respaldo a Monreal y su redentora iniciativa a favor de los usuarios de los servicios bancarios (ya lo había intentado también Óscar Levín desde la Condusef, hace más de cinco años) y dice sencillamente: estas cosas tan delicadas nos las deben consultar.
Pero no todo es áspero en la relación con la banca comercial. David Penchyna, en la última actividad del sexenio, en el foro de alcaldes organizado por Infonavit con Habitat-ONU, reflexiona sobre el polinomio “Crédito-Vivienda-Ciudad”:
“…en alianza con la Asociación Mexicana de Bancos se logró incrementar la colocación total de la industria pasando de 235 mil millones de pesos en 2012, a 308 mil millones al cierre de 2018. Esta derrama conjunta representa ya
1.75 por ciento del PIB al año…”
Y para probar su buena cuna y mejor actitud, le dice a Enrique Peña Nieto, presente en el “Foro de alcaldes por la nueva agenda urbana; implementando la nueva agenda
urbana”:
“…Volver a esta Institución después de haber trabajado hace 25 años en ella; volver a un Infonavit que hoy se ha convertido en el techo más grande de México. Eso, señor Presidente, no tengo con qué pagárselo.
“Dios ha sido muy generoso. Como legislador, le aposté a las libertades, que eso son las reformas y, como servidor, usted me dio el privilegio de ponerlas en práctica”.
La agitación y la estabilidad. Nadie va a conocer el aburrimiento.
No creo en Morena y su tlatoani, sin embargo, apoyo una regularización de las comisiones bancarias las que son un verdadero abuso. En lugar de estar espantando con el petate de que dentro de 3 años lo vemos, que se haga ahora y por lo menos en ésto ya tengamos una definición. Eso de queAMLO este amenazando conque ahí viene el lobo no es bueno ni para su propia salud.