Si la ley es un edificio, la política es un sótano.

O quizá ni eso. Posiblemente sea un pasadizo invisible; una galería subterránea sobre la cual sostener, como pilares, los posibles pasos superiores.

Como decía William Manchester acerca de uno de los políticos más escurridizos de la historia americana, Lyndon Johnson —cuya presidencia fue juramentada en un avión tras la muerte de ­John Kennedy—: para Lyndon la distancia más corta entre dos puntos no es una recta; es un túnel.

Hoy los esperanzados ciudadanos cuya magnífica y crédula votación llevó al poder total a Morena en las recientes elecciones (poder creciente, por cierto con oportunas mudanzas de diputados portátiles), miran sin una brizna crítica el espectáculo del manoseo legal y personal, en muchos órdenes, siempre en el filo de la audacia y la doble o triple interpretación de las cosas y el recurso de mirarlas por arriba y por debajo para después soltar una explicación sin razón alguna excepto la conveniencia inmediata y el recurso táctico.

La transformación del Senado de la República en bullpen del equipo, con legisladores cuyo destino es no trabajar sino un par de meses cuando mucho, pues de antemano están señalados para acudir al gabinete, como es el caso de Alfonso Durazo o de Olga Sánchez Cordero, quienes ocuparán las carteras de Seguridad y Gobernación, es un ejemplo de cómo los cargos públicos son apenas espacios para la operación política sin el estorbo de los poderes divididos o al menos separados.

Diputados y senadores estabulados.

El Senado es apenas una estación en la ruta del enorme y poderoso ferrocarril cuyas vías nos conducirán a una tierra de promesa llamada “La Cuarta Transformación”; pero mientras todo se modifica para bien, sigamos haciendo las cosas como antes, como siempre, pues es asunto del ADN nacional; sigamos jugando con la ley, con su interpretación y usemos el patentado método “Juanito”, cuyos resultados son de sobra conocidos.

Vale la pena ahora recordar cómo se repite en esencia, ese truco del monigote reemplazable.

Un tribunal le impide a una candidata llegar a la delegación Iztapalapa. Entonces se le pide a otro, en asamblea pública, su postulación segura, arropado por la ­corriente cuyo poderío sostenía a la primera. Cuando éste triunfa se le pide la renuncia. Y acto seguido el jefe de gobierno le pide a la asamblea el nombramiento de la frustrada candidata inicial.

El círculo se cierra pero el resultado es uno: el fallo del tribunal fue brincado con la garrocha de la política. Para subir al cielo se necesita una poca de gracia, y otra cosita…

Como cuando Jorge Castañeda quiso nombrar en la Secretaría de Relaciones Exteriores a una embajadora de Derechos Humanos. El Senado de entonces lo rechazó. Su recurso fue simple: la hizo subsecretaria. Para eso no era necesaria la ratificación senatorial.

Otro ejemplo de esto es el actual encargado de la Procuraduría General de la República, Elías Beltrán. En medio de la turbulencia y la resurrección del caso Iguala y los fantasmas de Ayotzinapa, llevar un nombramiento al Senado sería complicado. Mejor se queda vacío el nombramiento y se dispone de un perpetuo encargado del despacho; a fin de cuentas para la efímera perpetuidad del agónico gobierno, ya casi nada importa.

Y así vemos cómo la habilidad, la marrullería, permiten cosas tan grotescas como la bifronte condición actual del gobernador Manuel Velasco quien aprovechándose del primitivismo del estado de Chiapas, donde todavía el siglo XVIII no termina, juega con los peones de su hacienda como si fueran los integrantes de una verdadera clase política; cambia a su gusto y conveniencia la constitución, postula señoras indignas cuya gestión en regidurías y presidencia municipales termina en la renuncia, para saltarse la correcta (e inútil) “paridad de género” y nos regala la ejemplar conducta de sus 35 “Manuelitas”.

Veamos:

“…Tras las elecciones del pasado 1 de julio, 35 mujeres de diferentes partidos políticos en Chiapas que habían obtenido cargos como regidoras, diputadas o alcaldesas han renunciado a sus cargos, lo que abre la posibilidad para que sus plazas sean ocupadas por hombres.

“Las mujeres, entre ellas 25 regidoras y 10 diputadas electas, presentaron sus solicitudes de renuncia ante el Instituto de Elecciones y Participación Ciudadana (IEPC) de Chiapas, argumentando que lo hacían de manera voluntaria…

“…El consejero presidente del INE, Lorenzo Córdova Vianello, condenó los actos de violencia política contra estas mujeres en Chiapas”.

El asunto no es, como mal dice Córdova Vianello, materia de “violencia política”, sino de manipulación extrema.

En todo caso se trata de “políticoservidoras”, siempre dispuestas a prestarse al juego de las sillitas musicales, como en el jardín de niños.

Pero ésos son los pasos de la Cuarta Transformación, lo cual no deja de ser sino una linda frase de campaña, en una campaña interminable, cuya terminación se advierte lejana como la seriedad y la ética en el ámbito político nacional.

Pero contra la genética es imposible. Son leyes mendelianas tan irrompibles como la fuerza de la gravedad y gracias a ellas todo se viene abajo por su propio peso.

Este otro asunto no guarda relación con la ley y sus escapes, sino con la fuerza y su exhibición. Recordemos los hechos recientes.

Gerardo Fernández Noroña es (para decirlo en palabras de Porfirio Muñoz Ledo, quien así lo calificó desde la presidencia de la Cámara de los Diputados), un golpeador.

En la vida universitaria, ahora tan a la vista, le llamarían un “porro”. Ha hecho su carrera mediante la protesta callejera, ya sea tirándose al paso de Ernesto Zedillo, cuando éste era presidente, o manifestándose contra sus compañeros de partido durante el mensaje de Enrique Peña en el Palacio Nacional tras el sexto informe de gobierno y luego en la gritería de la sesión legislativa.

En otras ocasiones ha irrumpido en presentaciones de libros adversos a su credo. Es un agitador y un orador vehemente cuyas tres ideas circulan con fluidez en un reiterativo discurso de verbo de plazuela encendida. Quienes lo conocen hablan de su buena formación académica, por otra parte. Yo no lo sé porque no lo conozco en ese terreno, sólo opino de lo públicamente visible.

Pues bien, aquel choque con Muñoz Ledo y Martí Batres, presidentes de ambas cámaras, llegó no sólo al Zócalo sino a San Lázaro. Porfirio y Gerardo se trenzaron en dimes y diretes, lo cual no tendría ninguna importancia (como de hecho no la tiene), si no fuera por contravenir las líneas de conducta dictadas desde la casa de la calle Chihuahua, desde cuyas escalinatas el Presidente electo les dijo cómo deben comportarse, con humildad, sencillez y respeto. El espectáculo rijoso ponía en entredicho los dogmas de la Cuarta Transformación, porque entre la instrucción y la conducta había una gran brecha.

Una corrección visible era necesaria. No se metan con mis macetas, dijo alguien.

Entonces, mágicamente, los dos personajes en cuestión fueron conminados en grotesca muestra de obediencia ante el alto mando, a ofrecer públicamente una imagen de reconciliación absoluta. Se dieron la mano como los niños pendencieros en el patio bajo la satisfecha mirada de la televisión y hablaron vaguedades sobre la libertad, la crítica, la lealtad y la mano del muerto, pero no hicieron sino demostrar su condición subordinada y la infinita capacidad de control de su líder.

Yo no lo sé de cierto, como decía el otro chiapaneco, pero a muchos nos gustaría llegar a la senectud sin los desfiguros de ofrecer públicamente disculpas por una riña con cara de vaqueta ante la TV, con las orejas enrojecidas por los tirones del jefe.

¿Tanto talento, tantos años de mover el abanico, para eso?

Pero la lealtad en política no pasa por el propio decoro. Se renuncia cuando así se le ordena a uno; se para de cabeza cuando de esa manera conviene; se habla o se guarda silencio cuando alguien lo determina.

Yo no sé si así sea en Morena, pero tengo un ejemplo lindo para sostener mis puntos de vista.

“Aspiramos no sólo a que la moralidad y la virtud imperen en quienes aspiren a las funciones públicas, sino también a que siempre les acompañe la fe más grande en nuestra vasta empresa”(Francisco Franco. 1943).

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

Deja una respuesta