En el lejano 1978 recibí una llamada telefónica de parte de Julio Scherer.
Se nos convocaba a algunos a ir a su oficina. Había noticias sobre la ocurrido en 1976 en Excélsior cuando una asamblea, inducida desde el poder, suspendió a seis socios de la cooperativa y provocó un éxodo al lado de Julio. Esa historia, con todas sus mentiras heroicas, exageraciones y falsos protagonistas, se la saben hasta los niños de párvulos.
Llegué a la reunión en la calle Fresas y la noticia fue sensacional: el secretario de Gobernación, Jesús Reyes Heroles, quería usar el poder del gobierno (como hizo otro gobierno para echarnos) y reinstalar al director legítimo, Julio Scherer.
Obviamente la indiscreción de ventilar todo esto en público, con címbalos, platillos y tambores, hasta con la riesgosa presencia del corresponsal del New York Times en México, Alan Riding, quien con una nota enviada a su diario (y reproducida a ocho columnas por Regino Díaz Redondo, denunciando el intento), echó a perder la maquinación.
Hoy ese episodio, entre el sainete y el ridículo, ya es pasto de historiadores, como Enrique Krauze, por ejemplo.
“…Y de hecho, cuando en 1978 el secretario de Gobernación Jesús Reyes Heroles ofreció a Scherer reintegrarlo a “Excélsior”, Octavio (Paz) y yo acudimos como testigos de la negociación que finalmente no fructificó. Se dijo que el motivo fue la filtración pública de las gestiones por parte del corresponsal de The New York Times, Alan Riding. Pero también es verdad que Scherer no quería deberle favores al gobierno. Esa negativa fue uno de sus grandes aciertos, porque trazó la línea irreductible de Proceso”.
Esa línea irreductible le dio paso años después a una queja de la revista ante la Comisión Nacional de los Derechos Humanos por las restricciones de la publicidad oficial (dinero, pues, del gobierno a los medios), para Proceso, considerando este hecho como un obstáculo manifiesto a la libertad de expresión.
Poco después de la gestión de Reyes Heroles nació la famosa frase de José López Portillo: “No pago para que me peguen”.
Hoy las cosas a fuerza de cambiar resultan parecidas. Hace unos días el presidente electo de México, Andrés Manuel López Obrador, ofreció procurar ante los concesionarios de MVS y Radio Centro, para regresar a la radio a Carmen Aristegui y José Gutiérrez Vivó.
Ambos, como todo mundo sabe, tuvieron roces, choques y colisiones definitivas en las empresas donde trabajaban (litigios de JGV contra FA y algunos más) así como contra Enrique Peña y Vicente Fox a quienes señalaron como responsables de inspirar todos los disturbios y frenar sus respectivos ceses. Es decir, pagaron altos precios por ser críticos y opositores del poder. Hoy se podrían convertir en recomendados del poder.
“…No lo he dicho públicamente, aquí te digo —habló AMLO—, que voy a procurar el regreso a la radio de José Gutiérrez Vivó y de Carmen Aristegui, desde luego, siendo muy respetuoso de los dueños de las concesiones y siendo muy respetuoso también y bajo la aceptación voluntaria de los dos”, dijo el Presidente Electo en entrevista telefónica para Telereportaje.
Sin embargo los casos son muy diferentes.
José Gutiérrez Vivó había incursionado en una aventura editorial (le compró El Heraldo de México a la familia Alarcón, metida en un espantoso lío de herencia) y traicionó a sus socios.
También tuvo problemas con el Instituto Mexicano del Seguro Social, pues su postura defensiva hacia los trabajadores en el noticiario, no era igual a sus desplantes de patrón insensible. Se peleó con medio mundo y en medio de litigios y pleitos judiciales con Pancho Aguirre se fue del país. Él, insiste en que ha ganado todas las instancias judiciales y no se le ha hecho justicia.
Pero ése es un asunto de tribunales, no de libertad de expresión.
El caso de Carmen tiene aristas similares y, hasta donde se sabe, todavía hay un largo camino judicial por delante en su conflicto contra MVS. Sin embargo, ya Aristegui ha dicho ante la procuración anunciada del Presidente Electo: Los valores supremos por defender son el rigor profesional, el compromiso con las audiencias y sobre todo es la independencia.
Y quien en estas condiciones dice independencia dice, distancia del gobierno, más allá de las aparentemente buenas intenciones de quien se siente afín desde la gran silla.
Un periodista cuyo trabajo es, de manera indirecta si se quiere, una concesión, un favor o una dádiva, del Presidente en turno, no puede ser independiente. Tampoco libre, hasta donde la esquiva libertad pueda existir en este oficio y aun en este mundo.
Y lo más paradójico sería en estos dos casos, en los cuales —como una estampa de Delacroix— , estos periodistas se han arropado con los lienzos de la libertad, la independencia de criterio, la autonomía de pensamiento y ejercicio la libertad, que terminaran con todo y su gorro frisio, como favorecidos del Ejecutivo. Flaco favor les han hecho.
Aguirre sigue adelante con su negocio y su obsesión para hacer la televisión interrumpida de cuando su padre fue dueño del Canal 13.
Y en cuanto a Gutiérrez, en los interminables pasillos del murmullo se dice, va directo al Instituto Mexicano de la Radio, lo cual suena lógico. Su habilidad profesional podría hacer del IMER una mejor opción en el cuadrante.
Sin embargo los límites burocráticos de un consorcio radiofónico del gobierno (eso de “Radio Pública” es una mamila), son distintos a los de una empresa privada. Sería públicamente un empleado del poder y quizá eso no vaya con su temperamento (o su imagen). Por eso también los pasillos bisbisean: Lo reinstalan en Radio Centro, le entregan a Pancho la concesión de la TV; se resuelven los litigios y “¡shazán!”; el milagro se ha consumado.
Pero como dice la misma Carmen, vengan las cosas como vengan, lo único visible ahora es la amplitud del poder presidencial y lo interminable de su horizonte. Los periodistas críticos y por ello acusados y perseguidos, según la narrativa de la corrección política y sus análisis incompletos, retirados del fuego injusto de la marginación (ni tanto, en el caso de Carmen) por un poder bondadoso y preocupado por las opciones informativas en la radio privada y comercial. No importa si hay condiciones sub júdice.
Y así, mientras en México vemos la agitación de los medios (con sus anagramáticos “miedos” y “medíos”) por la venta de empresas, las purgas múltiples, como en Milenio, por ejemplo, y los aparentes intentos de congraciarse con el pleno poder cuya fuerza se desatará plenamente a partir de diciembre, y con el agregado de una Ley de Comunicación Social en la Suprema Corte de Justicia, la cual significará el cambio de reglas para el reparto del dinero público a la industria de la información), en Estados Unidos vemos algo de graves condiciones: toda la prensa en abierta divergencia contra Donald Trump, y el presidente contra toda la prensa) a la cual, menos a la suya, llama el verdadero partido político de oposición.
Las características de la prensa en Estados Unidos son muy diferentes a las nuestras. En su célebre ensayo sobre la democracia en ese país, Alexis de Tocqueville dice algo ya rebasado por Trump en estos días:
“…La soberanía del pueblo y la libertad de prensa, son pues, dos cosas enteramente correlativas: la censura y el voto universal son, por el contrario, dos cosas que se contradicen y no pueden encontrarse largo tiempo en las instituciones políticas de un mismo pueblo. Entre los doce millones de hombres que viven en el territorio de los Estados Unidos, no hay uno solo que haya propuesto todavía restringir la libertad de prensa.”
Pues no lo había en el siglo XIX, ahora vive en la Casa Blanca.
Pero también nos dice don Alexis algo sobre lo cual deberíamos meditar antes de alzar a los altares de la falsa pureza muchos medios:
“…Confieso que no profeso a la libertad de prensa ese amor completo e instantáneo que se otorga a las cosas soberanamente buenas por su naturaleza. La quiero por consideración de los males que impide; más que a los bienes que realiza”.
Y como ahora hemos clavado aras juaristas en cada rincón de la conveniencia, deberíamos recordar un poco a Francisco Zarco:
“:..Hemos defendido la más amplia libertad de imprenta y hemos reclamado que se la deje en la mayor independencia, porque deseamos que ella sea útil al país y sirva para iniciar una civilización adelantada en la república…”
Independencia significa no depender de nada. Ni siquiera de la gratitud por reivindicación.
AEROPUERTO
La consulta para decidir sobre el aeropuerto ni se hará bien ni se necesita. Será un despilfarro, chico en dinero, pero enorme en desgaste y tiempo. La decisión ya está tomada. Lo demás son trucos para justificar el anticlimático cambio de discurso.